Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de febrero de 2009 Num: 726

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

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Hua Guofeng, el último maoísta
ALEJANDRO PESCADOR

Bautizada por el viento
ADRIANA DEL MORAL entrevista con ENRIQUETA OCHOA

Quienes revelan la eternidad: Enriqueta Ochoa
ADRIANA DEL MORAL

Goran Petrovic, la mirada trashumante
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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Columnas:
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Juan Domingo Argüelles

El intelecto no ha cantado jamás

En defensa del “verso intelectual” (al que Ramón López Velarde consideraba como una lamentable desviación de lo poético), suele recurrirse a los ejemplos paradigmáticos de lo que se ha dado en llamar la “poesía pura” o lo que Paul Valéry denominaba “la lucidez soberana del intelecto”.

Sin embargo, por lo general, esa “poesía pura” ni siquiera es pura poesía, como bien lo dijo con sarcasmo Nicolás Guillén: “¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,/ el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?”

Por más que se insista en ello, no existe tal “poesía pura” si por ello entendemos la creación lírica hecha exclusivamente de “palabras poéticas” y de “ideas poéticas”, aunque Valéry haya dicho que “un poema no se hace con emociones, sino con palabras”.

Me temo que el dogma de Valéry (como todo dogma genial) sólo era válido para Valéry, pues nada se puede decir contra él cuando leemos La joven parca o El cementerio marino, poesía hecha con palabras que buscan huir de lo irracional, lo impreciso y lo vago, para concentrarse en el “drama de la inteligencia”, pero que, entre la imagen y la meditación, desencadenan sin duda emociones que nos hacen olvidar el drama de la inteligencia para situarnos en el drama de la poesía y, mucho más aún, en el drama de la vida.

Muchos lo olvidan o lo ignoran, pero el mismo Valéry asumió plenamente su derecho a la contradicción, y en alguno de sus agudos aforismos dice, por ejemplo, en relación con la ironía, que “el pensamiento consciente de sí mismo se hace de sí mismo un sistema artificial”. Aunque abjurara de la inspiración, Valéry también creía en lo vivo: “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”, sentenció.

Se habla de Valéry como de un “científico de la poesía” (puesto que cultivó con intensidad el estudio de las matemáticas) y se dejan al margen sus afirmaciones que, en realidad, expresan lo contrario de una mente exclusivamente científica. “Excelencia de los poetas –afirmó–: lograr captar fuertemente, con sus palabras, aquello que apenas entrevieron en su espíritu.” No habla de ciencia; habla de intuición.

En su Discurso a los cirujanos no puede ser más elocuente: “Con toda la ciencia del mundo no se hace un cirujano. Sólo el hacer lo hace [...] porque lo propio de la mano es hacer. ” Así el poeta.

Al referirse a la poesía y a las ideas sobre la poesía de Valéry, en Un arte de vivir, André Maurois comenta: “La forma es necesaria, pero una forma perfecta y que no contuviese nada, no nos afectaría en absoluto. Las sinfonías de Beethoven son formas admirables, pero en esas formas está vertida el alma de Beethoven, sus pensamientos, sus sufrimientos, sus alegrías. Racine alcanza la perfección de la forma, ¿pero qué sería de él sin las pasiones de Racine mismo?”

Destaca en el atinado alegato de Maurois el hecho de que, aparte del trabajo técnico, hace falta que el artista (poeta, novelista, músico, pintor, etcétera) viva su obra o la haya vivido, pues a su entender “el artista es un rumiante que sin cesar debe remasticar su pasado para digerirlo y transformarlo en materia artística”.

De tal manera, es del todo falso que la poesía sólo esté hecha de palabras y, sobre todo, de palabras “poéticas” y de ideas, de meditación e intelecto. No estorba al poeta ser inteligente, como no estorba al filósofo ser poético, pero los propósitos de uno y otro son muy distintos. En el poema puede haber meditación, lecturas, crítica, reflexión y conocimiento libresco, pero la técnica y la perfección formal, así como la noción inteligente del arte, no lo son todo en el poema. Un poema sin emoción es lo contrario de un poema: sólo escritura sobre la escritura, palabrería, palimpsesto de la oquedad, por perfecta que sea su forma.

Antonio Machado lo dijo muy bien en 1931: “Se habla de un nuevo clasicismo, y hasta de una poesía del intelecto”, pero “el intelecto no ha cantado jamás, no es su misión.”. A lo más que sirve el intelecto a la poesía es para señalarle “el imperativo de su esencialidad, porque tampoco hay poesía sin ideas, sin visiones de lo esencial”.

Para Machado, “las ideas del poeta no son categorías formales, cápsulas lógicas, sino directas intuiciones del ser que deviene, de su propio existir”. Y en este punto, nadie más cerca de Machado que el mismo Valéry cuando afirmaba que la excelencia de los poetas estaba en captar, con palabras, lo entrevisto en su espíritu. Ni más ni menos.