Usted está aquí: jueves 15 de enero de 2009 Cultura En el cuarto del fondo

Olga Harmony

En el cuarto del fondo

El Grupo Teatral Tehuantepec ya tiene sede propia, el sueño de todo colectivo escénico que de esa manera puede ensayar, representar e incluso proponerse un repertorio sin prisas ni zozobras. El tedio del largo y sinuoso camino para llegar desde Oaxaca o Huatulco tiene por recompensa –que hace olvidar cualquier inconveniente– poder presenciar uno de los teatros más originales y seductores que se puedan ver en nuestro país. Marco Petriz, al que me he referido ante cada montaje suyo, elabora sus propuestas en un lugar que podría parecer el más inhóspito para ello, en donde no existen edificios teatrales ni escuelas de actuación, pero él suple –con diferentes asesorías allí donde las necesite– esas carencias, apoyado por su talentosa compañera Gabriela Martínez, dando talleres con técnicas aprendidas en libros y en la práctica al grupo con que representará sus obras. Sin duda el Grupo Teatral Tehuantepec sería un prospecto ideal para el apoyo de México en escena.

Su más reciente escenificación, En el cuarto del fondo, como siempre de la autoría y bajo la dirección de Petriz es muy diferente a las anteriores, no sólo porque no se refiere a leyendas locales –que ya había abandonado con Ventana oscura– sino porque interviene en la desgarradora historia que cuenta un elemento bufonesco en la persona de Lucio que sólo se da a entender con elementos de mimo y no habla hasta el final (Como el viejo criado de El malentendido de Camus aunque en otro sentido) para espetarle un rotundo “puta” a Lola que ríe tirada en el piso ante la idea de que su ayudante y amante de paga pueda hablar. Queda un tanto en el misterio la personalidad de este joven que se niega a la palabra, incluso durante el extraño cortejo a Dulce que lleva a cabo únicamente con elementos clownescos.

El texto, como casi todos los que urde Marco Petriz es muy simple en apariencia, pero en el presente de los personajes clave, la alcahueta inválida Lola y su sobrina epiléptica Dulce, a la que inicia en la prostitución, existe toda una carga de pasado que el espectador ignora, si Lola ha sido prostituta y la razón de que deba moverse en silla de ruedas, o si la madre de Dulce la abandonó y regresará o ya está muerta desde hace tiempo. El futuro tampoco está claro, porque las dos mujeres ya no podrán vivir juntas tras la escena de violencia y el rescate de la muchacha por el apayasado Lucio que se aparta de su deliberada sumisión. Es como si se hiciera un corte en el tiempo para mostrar solo un funesto presente, aunque en el sueño de Lola –mientras Dulce es desvirgada en el cuarto del fondo, precisamente la habitación de su madre– se aparece la niña que fue y en cuyos correteos se incorpora la Lola adulta, antes de que la niña la vuelva a empujar a su silla de ruedas.

Petriz ha hecho de la necesidad virtud y la ausencia de edificios teatrales en su localidad lo ha dotado de un estilo peculiar, en casonas que transforma según los requerimentos de obra y trazo escénico, con los espectadores mezclados o junto a sus actores (lo que por cierto obliga a éstos a una gran concentración). Ahora que tiene local propio, esas transformaciones lograrán repetir propuestas anteriores, es decir, tener un verdadero repertorio y por lo pronto, en ésta que comento, el apoyo que el talentoso Sergio Ruiz le da en sus escenificaciones, como escenógrafo, iluminador y vestuarista, ahora acompañado por Jorge Lemus, logra un patio en donde el público se acomoda de frente a lo que se supone son las habitaciones de la casa, una de las cuales, la que corresponde a Lola, es casi entrevista.

Los movimientos pausados de los actores, los sucesos en tiempo real como la lenta preparación de Dulce para lo que es un verdadero sacrificio por parte de su tía, caricatura dolorosa de lo que muchas novias pasan como preparativo para su boda, convertido en ritual de putas, contrastan con las gracejadas del mimo, con el video de añoranza y con la escena de violencia entre las mujeres. Gabriela Martínez en un papel muy diferente a los que se le habían visto, la pintarrajeada inválida dueña de una gran vitalidad y Biba’ani Betanzos como la sumisa y desdichada Dulce, en verdad excelentes. Sergio López Vega simpático como Lucio pero necesitado de más entrenamiento y como Lola niña la deliciosa Sabina Petriz Martínez.

 
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