Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de enero de 2009 Num: 723

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El primer Elizondo
RAÚL OLVERA MIJARES

Pancho Villa sí conquistó Columbus
IGNACIO SOLARES

Seabra y la diplomacia cultural
RODOLFO ALONSO

Vaz Ferreira: filosofar sin pretensiones
ALEJANDRO MICHELENA

Roberto Bolaño: los exilios narrados
GUSTAVO OGARRIO

Milorad Pavic: el rompecabezas imperfecto
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Foto: Paulina Lavista

El primer Elizondo

Raúl Olvera Mijares

En 1966 ediciones era publicaba Narda o el verano, el primer volumen de relatos de Salvador Elizondo (1932-2006). Un año antes, en 1965, había obtenido el Premio Villaurrutia por su novela Farabeuf, intento de escritura pura, ese sueño concebido por otro narrador, Gustave Flaubert, y llevado hasta sus últimas consecuencias por un poeta, Paul Valéry. Narda o el verano, cuya segunda y tercera edición debieron esperar veintisiete años hasta 1992, sólo conocería su cuarta edición el año 2000, dentro de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Conjunto de cinco piezas y, al menos, tres corrientes narrativas: el relato más o menos dilatado, el texto breve alegórico y el texto de cierto aliento que se erige en construcción formal, un juego que ha de continuar en otros volúmenes como El retrato de Zoé (1969) y El hipogeo secreto (1968), la otra de sus novelas.

“Narda o el verano” es, sin lugar a dudas, el texto más largo del volumen, aunque también el más accesible. Las vivencias que están detrás datan de esos años mozos del autor que, en estancias sucesivas de estudio en Cambridge y París, conocieron ciertas escapadas a la costa amalfitana, las islas Cícladas o bien las Baleares. En suma, el lugar de veraneo de los jóvenes centroeuropeos con bajo presupuesto. La anécdota con sexo y sangre, de idilio e intriga, fue desde el inicio bien recibida. Hubo quien hasta se inspirara para rodar una cinta (las divisiones del relato son casi secuencias fílmicas), que habría de desembocar en uno de los ejemplos más logrados del género, no sólo en el ámbito de las letras mexicanas, sino en el de las letras hispánicas en su conjunto. El relato moderno, en tanto tal, encuentra pocos cultivadores en español.

Un triángulo amoroso, la alcahuetería, las drogas, el exotismo y el gusto por la violencia son algunos de los ingredientes que prestan el sabor específico a “Narda o el verano”. “En la playa” va por una línea similar, aunque el corte en fragmentos es más rítmico y aún más cinematográfico, alcanzando la contundencia de un cortometraje. Paisajes de playa, plagados de extranjeros, intrigas internacionales, escenarios nada mexicanos, aunque siempre vistos con la mirada de ese mexicano universal que fue Salvador Elizondo, patricio de nacimiento, figura más bien retraída, erudito en literatura inglesa y francesa.

“Puente de piedra” no es casual que abra el volumen. Cronológicamente parece ser un texto anterior, que acusa incluso cierta torpeza, balbucea, pero cuyo final es contundente. “La puerta” y “La historia según Pao Cheng” marcarían ese gusto por el carácter autorreferencial del texto, serpiente que se muerde la cola: el primero más cargado hacia la experimentación formal, el juego del lenguaje donde la trama se diluye, sustancia quintaesencial, mera correspondencia de conceptos, ritmos y pulsaciones; el segundo, una alegoría casi borgeana, de atmósfera oriental. Elizondo ha sido uno de los pocos hombres de letras en México, y en el mundo hispánico, que intentó aprender mandarín.

Introducción idónea al estilo o los estilos del autor, Narda y el verano es una lectura obligada para todo aquel que pretenda hacerse una idea de las distintas direcciones que asumió la narrativa durante la segunda mitad del siglo XX. Autor de numerosos artículos periodísticos en una prosa muy española, distinto al aire casi francés que asumía cuando narrador, y de una pieza de teatro, Salvador Elizondo figura como uno de los experimentadores más audaces en español.

Muchos devotos del costumbrismo, que rechazan el mote escudándose en que lo suyo es lo nuevo, las corrientes de los chicos banda, la literatura urbana, el narco, la violencia, ven todavía con recelo al escritor que cumplió su callada labor desde el buen recaudo de la torre de marfil, reprochándole los privilegios de su formación, la rareza de su talento, sus aportaciones peculiares. Es aún pronto para apreciar los alcances definitivos de la obra de Salvador Elizondo, un escritor vital, de una juventud vibrante en este su primer libro de relatos que, desde la primera edición hasta la más reciente, ha conservado sus peculiaridades, su frescura y hasta ciertas torpezas, erratas que han venido migrando de una a otra edición, negligencia de los correctores, sobre todo en voces extranjeras.

El estilo de Elizondo es deslumbrante. Quizá lo más original de todo sea esa fragilidad del en apariencia eterno principiante, cuyas frases conducen siempre hacia callejones con salidas insospechadas. Correspondencias de tono, estilo y fraguado interno, además de una nota humana –sutil, firme, sin estridencias, casi tímida– son atributos de la discreta, casi pudorosa personalidad del autor. Dos años escasos han pasado desde que murió. La menuda estatura que tuviera el hombre en vida va cobrando en el autor, al que no es posible añadir una sola línea, dimensiones de gigante.