Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de enero de 2009 Num: 723

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El primer Elizondo
RAÚL OLVERA MIJARES

Pancho Villa sí conquistó Columbus
IGNACIO SOLARES

Seabra y la diplomacia cultural
RODOLFO ALONSO

Vaz Ferreira: filosofar sin pretensiones
ALEJANDRO MICHELENA

Roberto Bolaño: los exilios narrados
GUSTAVO OGARRIO

Milorad Pavic: el rompecabezas imperfecto
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Javier Sicilia

Dios y el burro

Para hablar de la experiencia de Dios no hay palabras. Su inefabilidad, como la del amor, la amputa del lenguaje. Sin embargo, como lo han mostrado los grandes místicos, es posible decir algo de ella mediante la poesía. Oxímoros, metáforas, símiles, comparaciones, todo un entramado retórico permite, si no definir la experiencia, mostrarla, participarla a través de lo que Raimundo Pannikar llamó “equivalentes homomórficos” y develar algo de Dios.

Una de esas figuras literarias es la analogía –una relación de semejanzas entre dos cosas distintas. Las parábolas de Jesús son de ese orden. También lo son los Masnavi que el gran poeta sufi, Rumi (1207-1273) –o Mavlana (“Nuestro Señor”) como se le conoce en árabe–, comenzó a dictar cuando cumplió los cincuenta años, donde entreteje fábulas de la vida cotidiana para hablar de Dios. Entre ellas hay una magnífica por su hermosa brutalidad. Baja hasta tocar lo sicalíptico es, paradójicamente, alta hasta mostrar la grandeza de Dios y los vínculos que el alma debe establecer con Él. Rumi, como lo hacían los medievales, elige una analogía entre lo más bajo para hablar de lo más alto y darnos así una lección magistral de algo de los misterios del Inefable.

Cuenta Rumi que en un reino había una princesa que cada madrugada bajaba de sus habitaciones, entraba en la cocina, tomaba un pepino y lo despojaba de su interior. Con esa especie de carrizo se dirigía al establo y después de unas horas salía radiante, en una especie de estado extático.

Su sirvienta, que cada madrugada la veía realizar aquel ritual, picada por la curiosidad se asomó un día por una de las rendijas del establo y vio a su ama despojarse de su ropa y, desnuda, hacer el amor con el burro.

Un día en que la princesa tuvo que visitar otro reino, la sirvienta, queriendo experimentar aquel estado extático de su ama, bajó de madrugada y, saltándose parte del ritual –la cocina y el pepino–, se dirigió directamente al establo, se desnudó y entró donde el burro. Cuando la princesa volvió la encontró desnuda y destrozada en el establo.

¿Qué quería mostrar Rumi con esta fábula? Muchas cosas. Lo maravilloso de la poesía es que en su finitud contiene, como lo decía Andrei Tarkovsky, lo infinito, y nos abre a través de esa finitud a capas inmensas de sentido, a meditaciones sin fin. Uno de esos sentidos, en la fábula de Rumi, quizá sea el siguiente: cuando te acerques a Dios hazlo con cuidado no sea que su poder te destroce. No puedes acercarte a Dios abruptamente, sin una mediación. Al olvidar el pepino, la sirvienta entró sin precaverse en el misterio y el resultado fue su muerte.

Toda la poesía de Rumi es una poesía sobre el hombre y sus vínculos con Dios y viceversa. El mundo y sus sucesos, que relata en muchos de los textos del Masnavi, hablan siempre de Él. Ellos –no importa que sean brutales y sicalípticos como los de la fábula de la que me he ocupado, o sublimes como la mayoría de sus poemas– son siempre manifestación de Dios que hay que saber leer desde la luz del espíritu.

Quizá en aquella sirvienta, deseosa e imprudente, podemos ver algo del hombre moderno que, seducido por los poderes que sólo a Dios pertenecen y a los cuales la humanidad durante milenios se acercó precavidamente mediante la religión, el rito y la ética, ha entrado en ellos con descuido, sin limitarse, deseoso de gozar de sus misterios, desencadenando una violencia humana y ambiental que, como le sucedió a la sirvienta de la princesa, se adivina catastrófica.

Sea esto, lo otro y muchas otras cosas más, el misterio de la poesía, como lo muestra la fábula de Rumi, es sacar a la luz lo que está oculto en los pliegues del acontecer de la vida. Era necesario que un gran místico y gran poeta nos viniera a recordar, mediante la fuerza de la analogía, que todo –incluyendo un burro y dos mujeres fascinadas por su potencia sexual– habla de Dios y el hombre; de sus vínculos, sus profundidades y los límites en los que el alma en el mundo puede vivir y gozar de Él. Escribe Rumi en un hermoso poema: “A través de la Eternidad / la Belleza descubre su forma exquisita.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.