Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de enero de 2009 Num: 723

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El primer Elizondo
RAÚL OLVERA MIJARES

Pancho Villa sí conquistó Columbus
IGNACIO SOLARES

Seabra y la diplomacia cultural
RODOLFO ALONSO

Vaz Ferreira: filosofar sin pretensiones
ALEJANDRO MICHELENA

Roberto Bolaño: los exilios narrados
GUSTAVO OGARRIO

Milorad Pavic: el rompecabezas imperfecto
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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Columnas:
La Casa Sosegada
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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
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Al Vuelo
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Hugo Gutiérrez Vega

PERSONA EN EL MILAGRO

Daniel Jiménez Cacho adaptó el guión de la película Persona, del genial director sueco Ingmar Bergman, y respetó, en buena medida, la trama de la obra, especialmente en todo lo que significa la tensión actoral y espiritual de dos mujeres encerradas en una casa de campo. Una habla hasta que su monólogo alcanza el delirio, y la otra calla y muestra toda la gama de sentimientos que le despierta el largo monólogo de la enfermera, pues, si bien se ha obligado a callar, siendo su profesión la de actriz, está pendiente de lo que sucede a su alrededor y vive en su silencio exterior una sucesión de estados de ánimo, de angustias, actitudes irónicas y, en algunos momentos, auténtica desesperación.

Actúan en la obra dos actrices eminentes (uso el adjetivo con cuidado, pesando todo lo que significa): Laura Almela y Mariana Giménez. Daniel, nuestro primer actor, supo lo que tenía entre manos y confió en ellas plenamente. No se equivocó, pues ambas, representando los dos papeles (una moneda lanzada al aire antes de comenzar la obra les señala qué personaje les corresponde esa noche), son tan auténticas, tan de pura y dolorosa verdad teatral (ésa que, a veces, causa tanto dolor como la vida) que nos dejan abandonados a la total admiración y nos despiertan un mundo de reflexiones sobre los vericuetos de la vida, la palabra y el silencio.

La atmósfera que sostiene este drama (tal vez el papel más difícil sea el de la que no habla. Su única palabra es “nada”, un nada sartreano que nos dice que nos espera la nada, pero que, mientras se presenta con todas sus galas inexistentes, nos hunde en ese infierno que son los otros) nos hace regresar a las primeras películas de Bergman, Luces de invierno, Como en un espejo y El silencio. En ellas, como en Persona, hay una peligrosa aventura metafísica, una indeterminación entre el sueño y la realidad, el “sonido y la furia” o el silencio angustiosamente elocuente.

La enfermera parlotea sobre sus primeras experiencias sexuales y filosofa sobre el amor, la vida, la amistad, las bellezas del mundo. Algo sabe de psiquiatría, pero sus menguados conocimientos chocan con el muro de silencio de un personaje que fue actriz y, por lo tanto, a veces dilapidó la palabra (no por su culpa, sino por las manías de autores enfermizamente verbosos que siempre le buscan los tres pies al gato y son capaces de brincar estando el suelo parejo) y se encontró con el vacío, con ese hueco sin fondo que dejan las palabras sin sentido. Ahora, en su silencio, encuentra no sólo una escapatoria neurótica, sino también un camino, fallido a la postre, para hallar su propio ser y ampliar un conocimiento de ella misma. Ambos personajes están recluidos, uno en la palabra desaforada, el otro en el silencio sólo roto por una reacción histérica, por unos balbuceos y por la terrible palabra “nada” (“tal vez la nada no sea más que otra cara de Dios”, decía el poeta esperanzado). Una buena adaptación teatral de un guión cinematográfico (lo usual es que sea al revés), una dirección respetuosa y firme, y un verdadero tour de force de dos actrices que llenan el escenario con su presencia y hablan o callan con todas las fuerzas de su voz y de su silencio. Eso es Persona, de Bergman, Giménez Cacho, Laura Almela y Mariana Giménez. Al público le corresponde abrir los ojos del alma para entrar en el mundo atormentado de dos mujeres que, poco a poco, se van compenetrando, comprendiendo y queriendo, aunque las dos permanezcan en sus moradas de “palabras, palabras, palabras” y de silencio obstinado que conduce a la nada.

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