Economist Intelligence Unit
Océanos
Un mar de problemas
■ El hombre ataca los océanos. Si no tiene cuidado, contratacarán
Ampliar la imagen El crecimiento de los corales en la Gran Barrera de Arrecifes de Australia ha descendido a su promedio más bajo en 400 años, dicen científicos del país más grande de Oceanía Foto: Reuters
No es mucho lo que se sabe del mar, dicen algunos; hay mejores mapas de la superficie de Marte. Pero se han perforado 2 mil agujeros en su fondo, se le han tomado cientos de miles de fotografías, hay satélites que monitorean los cinco océanos y flotadores equipados con instrumentos que suben y bajan como yoyos perpetuos Lo que conocemos es bastante, pero muy poco es tranquilizador.
Las preocupaciones comienzan en la superficie, donde una atmósfera cargada de dióxido de carbono interactúa con las aguas salobres. El mar se ha vuelto más ácido, lo que hace la vida sea más difícil, si no imposible, para organismos marinos con conchas de carbonato de calcio o esqueletos. Éstos no son tan comunes como los camarones o langostas; sin embargo, especies como el kril (copépodo), pequeño crustáceo parecido al camarón, juegan un papel crucial en la cadena alimenticia: si las eliminamos, acabamos con quienes las consumen, cuyos depredadores podrían ser los que uno disfruta fritos, asados o con salsa tártara. Lo que es peor, podríamos desestabilizar todo el ecosistema.
Está también lo que la acidificación hace a los arrecifes de coral, en particular si ya han sido afectados por sobrexplotación, sobrecalentamiento o contaminación. Muchos lo han sido y están gravemente dañados. Algunos científicos creen que los arrecifes de coral, hogar de una cuarta parte de todas las especies marinas, podrían desaparecer en unas cuantas décadas. Sería el fin de las selvas tropicales de los mares.
El dióxido de carbono afecta al mar de diversas maneras, en particular por el calentamiento global. Los océanos se expanden conforme se calientan. También aumentan por el derretimiento de glaciares, capas de hielo y casquetes polares: el hielo de Groenlandia está en vías de derretirse por completo, lo que tarde o temprano elevará el nivel de mar casi siete metros. Incluso, a finales de este siglo el nivel bien podría haberse elevado 80 centímetros, quizá mucho más. Para 630 millones de personas que viven a menos de 10 kilómetros del mar, esto es algo serio. Países como Bangladesh, de 150 millones de habitantes, se inundarán. Incluso personas que viven tierra adentro podrían resultar afectadas por el calentamiento: las sequías en el oeste de Estados Unidos parecen causadas por el cambio de temperaturas superficiales en el Pacífico tropical.
Y están además las mareas rojas de algas florecientes, plagas de medusas y zonas muertas donde sólo prosperan organismos simples. Todos aumentan en intensidad, frecuencia y nivel. Todos, también, están vinculados al parecer con variadas presiones que el hombre inflige a los ecosistemas marinos: sobrepesca, calentamiento global, fertilizantes que van a dar a ríos y estuarios; a menudo, concatenados unos con otros.
Ciertos cambios no pueden ser responsabilidad total del hombre. Pero uno que sin duda no tiene otra causa es la escasez de peces: la mayoría de las especies grandes han sido objeto de pesca intensiva, y el resto desaparecerá en unas décadas si el pillaje continúa como hasta ahora. Más de tres cuartas partes de todas las especies de peces de mar están por debajo de niveles sostenibles, o al borde de estarlo. Otro cambio es la aparición de una masa de desechos plásticos que se arremolina en dos coágulos sobre el Pacífico, cada una tan grande como Estados Unidos. Y hay un montón más de calamidades en el mar.
Las lágrimas de Neptuno
Cada uno de estos cambios es una catástrofe. En conjunto significan algo mucho peor. Para colmo, ocurren con alarmante rapidez: en décadas, es decir, en mucho menos tiempo que los eones necesarios para que peces y plantas se adapten. Muchos son irreversibles. Según el cuerpo de científicos más eminente de Gran Bretaña, la Real Sociedad Científica, tomará muchos miles de años para que la química del océano regrese a un estado similar al preindustrial de hace 200 años. Muchos incluso temen que algunos cambios estén por alcanzar el umbral después del cual sobrevendrán de manera incontrolable y rápida muchos cambios mayores. Nadie entiende por qué el bacalao no ha regresado a las costas canadienses, aun después de 16 años de no pescarlo. Nadie sabe a ciencia cierta por qué los glaciares y las placas de hielo se derriten tan rápido, o por qué un lago de seis kilómetros cuadrados formado del deshielo en Groenlandia puede evaporarse en 24 horas, como pasó en 2006. Tales acontecimientos inesperados ponen nerviosos a los científicos.
¿Qué se puede hacer? El mar, la última parte del mundo donde el hombre actúa aún como cazador-recolector –además de bañista, minero, basurero y contaminador general–, necesita administración, de la misma forma que la tierra. La economía la requiere tanto como el ambiente, pues el mundo dilapida dinero gracias a su pobre administración de los océanos. Según el Banco Mundial, la mala organización y la pesca excesiva dilapidan 50 mil millones de dólares al año.
La economía también ofrece algunas respuestas. Para empezar, los subsidios a la pesca deberían abolirse en una industria que se caracteriza por la sobrecapacidad e ineficiencia. Los gobiernos necesitan considerar maneras de promover el interés por la conservación en quienes explotan los recursos del mar. Una forma es el sistema de cuotas de pesca individuales transferibles que ha dado resultado en Islandia, Noruega Nueva Zelanda y el oeste de Estados Unidos. Derechos similares podrían otorgarse a quienes contaminan con nitrógeno, como se les han dado a los que en Europa contaminan con carbón y a los mineros del lecho marino en las placas continentales.
Las cuotas funcionan en aguas nacionales. Pero en alta mar, más allá de los límites del control nacional, se presentan problemas más grandes, y muchos temen que atunes, tiburones y otros grandes peces que nadan en mar abierto serán exterminados. Pese a que acuerdos internacionales de pesca que cubren el Atlántico Norte muestran que la administración puede funcionar incluso en aguas comunes, la comisión de atún del Atlántico demuestra también que puede fracasar. Y donde la pesca no puede ser administrada, sencillamente debe detenerse. Nada ha sido tan benéfico para las reservas de pescado del norte de Europa en los 150 años anteriores como la Segunda Guerra Mundial: al mantener las embarcaciones pesqueras en puerto, permitió que la industria se recuperara. Hoy, una solución preferible serían reservas marítimas, entre más grandes, mejor.
En un mundo cuya demanda de proteína crece día con día, la necesidad de conservar inventarios es evidente. Los remedios no son difíciles de comprender. Los políticos, sin embargo, son necios. Pocos de ellos, sobre todo en Europa, están preparados para un cabildeo potente, excepto en países pequeños donde la pesca tiene tanta importancia económica que la amenaza de una extinción masiva no puede pasarse por alto.
Ahora, a calmar las olas
Aunque remota, la extinción masiva que debería estar convocando inteligencias es la de la humanidad. No es prudente desestimarla cuando las emisiones de CO2, la otra gran maldición de los océanos, son tan preocupantes. A la larga, los mares son el gran vertedero de casi todo el carbono. Pueden contribuir a evitar cierto calentamiento global al almacenar CO2, generar energía por el poder de marea o por absorber carbono de la atmósfera más rápido que hoy. Sin embargo, seguirán cambiando mientras el hombre envíe tanto carbono a la atmósfera.
Hasta ahora, crecientes niveles del mar, corales en extinción y floraciones de algas en aumento son divertimentos menores para muchas personas. Huracanes como Katrina, unas cuantas inundaciones dramáticas en ciudades costeras del mundo rico, quizá la paralización de una parte de la gran banda transportadora de las corrientes oceánicas, especialmente si fuese la que calienta Europa Occidental: alguna de estas calamidades podría lograr la atención de los líderes del mundo. El problema es que para entonces podría ser demasiado tarde.
Fuente: EIU
Traducción de texto: Jorge Anaya