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Domingo 28 de diciembre de 2008 Num: 721

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El Sueño de Juana de Asbaje

Raúl Olvera Mijares

os datos de su vida son escuetos: Juana de Asbaje o Juana Ramírez (el apellido de su madre), nace en 1648 o bien en 1651, como posteriormente se ha asentado. Es hija de la Iglesia, bastarda de un capitán de origen vascuence. Crece en San Miguel Nepantla, en las inmediaciones de Ciudad de México. Va a la Amiga, es decir recibe sus primeras letras en Amecameca. A la edad de diecisiete años marcha a la capital, donde corona su estudio del latín y gana la gracia de los virreyes en turno, no sin antes ser examinada por cuarenta sabios, entre hombres de Iglesia, de la Universidad y de la Corte.

De hija natural a cortesana, un salto notable, se convierte luego en monja con dote, primero en las Carmelitas descalzas (1667), donde no aguanta la disciplina, para terminar en las Jerónimas (1669), donde goza al principio de todas las exenciones, debido al favor de la marquesa de Mancera, que le permiten consagrar sus ocios al estudio tanto de las letras sacras como profanas, repartidas en diversas artes y disciplinas. Décima musa, fénix de América, monstruo de la naturalaza en hembra (como Lope en varón), virago prodigiosa nunca expuesta, la madre Juana alcanza aún el favor de los siguientes virreyes y luego, a la partida de éstos y a consecuencia de las disputas teológicas provocadas por Autodefensa espiritual y sobre todo su Respuesta a sor Filotea de la Cruz, su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, habrá de salirse con la suya y provocar su silencio definitivo, la presunta conversión interior de la religiosa, eventos que precipitarán su muerte, acaecida a resultas de haber contraído la peste cuidando de sus hermanas en la fe, el año de 1694, a los cuarenta y siete años de su edad.

Calderón de Barca muere en 1681, fecha arbitrariamente elegida para signar el término del Barroco en España y el final de los dos Siglos de Oro, iniciados con el Renacimiento. Si en la península el siglo XVII, que vio el hundimiento de la Casa de Austria, con Felipe iii , Felipe iv y Carlos ii el Hechizado, marca una edad más bien de plata, dominada por los afeites y artificios del retruécano (Barroco viene de contrecho o mal formado, de ahí la perla barrueca); en Nueva España el oro corresponde al xvii y la plata al XVIIII, siglo de grandes humanistas (en el sentido original del término, no meramente iluministas), como son Clavijero, Abad, Landívar, Eguiara y Eguren.

Discípula del Góngora de las Soledades (1613), en Primero Sueño, impreso en el segundo tomo de sus obras en 1692, pero compuesto unos diez años antes o más, un papelillo que llaman el Sueño, dice la jerónima en una de sus controvertidas cartas es, sin duda alguna, el poema de gran aliento más importante de la tradición virreinal española. Conceptismo y culteranismo, dos divisiones mentales que vienen de antiguo, pero sancionadas en el siglo XIX por Menéndez y Pelayo, no son nociones antagónicas ni provincias mutuamente excluyentes; al contrario, marcan sólo someros nortes en el estudio. Ni Góngora fue culterano a ultranza, desdeñando las ideas generales y la aspiración al universalismo; ni Quevedo fue empecinado conceptista que no mirara la forma exterior y bella, echara mano de numerosos latinismos y renunciara al retorcimiento propio de la expresión de la época.

Sor Juana, pues, navega entre dos aguas, y su condición de mujer y de novohispana la inclinan sin remedio a ceñirse a los conceptos, a la estructura desnuda y llana del pensamiento; acaso en el hipérbaton y las alusiones mitológicas radique ese homenaje sin mesura que la autora pretendió rendir al gran poeta de Sevilla. Su lenguaje, no obstante, como vuelto a nacer en la otra España, la Nueva , aparece más pulido, más aguzado y más desnudo en sus articulaciones conceptuales, a guisa de la poca vestimenta de los indios.

En Nepantla la niña Juana habría de exponerse a la lengua nahua, en la que se ha tratado de probar pergeñó una composición poética y festiva. Juana es ya cabalmente mexicana y, aun cultivando tradiciones literarias clásicas en las letras españolas (ya por entonces casi ex auridas), logra imprimir un espíritu nuevo en sus poemas, particularmente los femeninos y amorosos, un toque que no sería excesivo calificar de futurista e incluso romántico. Obviando el predecible siglo xviii español, el de Jovellanos, Iriarte y Fernández de Moratín, la jerónima prefigura ideas y personajes propios no del romanticismo español (como un Espronceda o Núñez de Arce), sino el auténtico romanticismo del norte de Europa, preponderantemente francés y alemán.

Primero Sueño es una obra abstrusa, profunda, discursiva, pues se propone explicar cómo es que el alma humana conoce, siguiendo las teorías de Aristóteles acerca de la primera operación del entendimiento humano, la abstracción, distinguiendo luego entre conocimiento intuitivo y discursivo. Nuevo Lucrecio, la monja se erige en compiladora en lo especioso de los conocimientos de su época en el restringido ámbito de la poesía medida. Athanasius Kircher con su ars combinatoria es el Virgilio o Cosmiel que encamina los pasos de Dante-Teodidacto-Juana, siendo que su acompañante, la figura de Quirquero, sólo aparece implícita en el texto, más bien como formando parte del trasunto.

Todas las ciencias, todas las artes, todos los conceptos útiles se combinan (en lo que desde Quine se llama enfoque holísitico) para llegar a la verdad. Juana es una mujer universal, una especie de Da Vinci indiana, una eterna curiosa de la naturaleza y, ante todo, una consumada artífice de la palabra, capaz de dominar todos los metros, cultos y populares. Aquí sucede algo semejante que con el culteranismo y el conceptismo: ni los romances o redondillas de la monja son todo lo popular que se esperaría, a causa del lenguaje desnudo y correcto en que fueron compuestos, ni los sonetos o liras todo lo culto que entraña la tradición italianizante, pues en ellos domina, casi a la Clausewitz, el arte de vencer en lances amorosos por activa y por pasiva, mejor aceptar las alabanzas de un rendido que andar rendida y desdeñada. En esta breve formula, sencillísima y casi cartesiana (de ahí la cita del autor del Arte de la guerra), radica parte de la originalidad de esta reclusa quien, a punta de finezas con sus carceleros y jueces, pudo obtener el simulacro más preciado (simulacro como imagen sensible y falaz a un tiempo), la libertad, verde embeleso de la vida

humana, la preciada imaginación, a Juana sus dotes de monstruo, de engendro de natura, le sirvieron para ser libre en el intelecto, “ poner riquezas en mi pensamiento,/ que no mi pensamiento en las riquezas ”.