Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de diciembre de 2008 Num: 720

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La dulce espera
ANNIA MARTIN

Cecilia Urbina: escribir desde el presente
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Arte y vacío social
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con FRANCESC TORRES

Fidel Castro: de la Sierra Maestra a la batalla de las ideas
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El falso Juárez de la derecha
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Arráncame la oportunidad (I DE II)

En más de un sentido, como de oportunidad malograda podría calificarse Arráncame la vida (2008), largometraje de ficción que verificó el regreso a estas lides de Roberto Sneider, director cinematográfico que hace ya más de una década dejara una generalizada buena impresión profesional gracias a Dos crímenes (1995), su opera prima largometrajista.

Tomando en consideración la ingente e histórica escasez de recursos económicos disponibles o asequibles para la realización cinematográfica en este país, que una producción en particular goce de la peregrina fortuna de contar con un presupuesto no sólo suficiente sino a todas luces elevado, debe ser considerado como una oportunidad inestimable, máxime si se trata, como es el caso, de lo que suele conocerse como cinta “de época”, pues de sobra se sabe que filmes de esta naturaleza tienen un costo que sin empacho alguno pueden duplicar e incluso triplicar el que desde hace buen tiempo ha sido el estándar nacional de costos de producción.

El monetario es, por ende, el primer asunto a resolver, pero de ningún modo es el único y, si se piensa detenidamente, ni siquiera el más importante. Toda vez que se ha conseguido la suficiente marmaja para una producción que como mínimo pretenda superar el nivel de suficiencia, la cuestión radica en el qué y el cómo ha de usarse el billete. Pareciera una tentación irresistible, de la cual Arráncame la vida no supo, no pudo o no quiso sustraerse: para beneplácito de nuestro muy extendido villamelonismo cinéfilo, esta adaptación de la novela homónima escrita por Ángeles Mastretta quedó bonita, bonita; lucidora o, para decirlo de otro modo, decididamente preciosista, en virtud de la triste obviedad inconsciente según la cual si hay lana debe notarse, porque si no, qué chiste tiene.


Escena de Arráncame la vida

Así puede constatarse desde las primeras escenas y hasta el remate: a la dirección de arte sele confirió una manga tan ancha que, con una frecuencia ofuscante, llega a sobrepujar al resto de los componentes del cuadro. Cosa grave si no se olvida que entre esos otros componentes figuran los actores. Hay un abismo de diferencia entre la relación establecida entre espacio físico y cuerpo actoral en Arráncame la vida y, por ejemplo, esa misma relación en Lake Tahoe, de la cual se habló aquí la semana pasada. Mientras en esta última se lleva a cabo una integración de armonía absoluta entre cuadro/locación/escenografía y actores, los protagonistas de Arráncame... todo el tiempo parecen estar moviéndose en medio de las abigarradas salas de un museo más o menos parecido al Franz Mayer de Cuidad de México.

Despojados de la soltura y naturalidad, de la inconsciencia de que, en virtud de su oficio, no son quienes pretenden ser mientras trabajan pero deben parecerlo, vemos a los actores evolucionar a cuadro como si tuvieran miedo de romper o de ensuciar los bártulos de una producción costosa.

Huelga insistir en los nocivos efectos que lo anterior tiene en la construcción de la verosimilitud narrativa, atributo en cuya ausencia ninguna obra de ficción puede jactarse o siquiera insinuar haber cumplido sus propósitos, y si esto es válido para el cine en general, acaso lo sea en mayor medida para una cinta que se ha propuesto la recreación de una etapa histórica dada. Ya entrados en particularizaciones, quizá todavía más válido –o más exigible, más imperdonable, si se quiere– para una cinta que ha elegido un período cronológico del cual se cuenta con referentes más que abundantes, precisos y no sólo eso, sino provistos de diversas cargas simbólicas en ámbitos como el histórico y el cultural, entre otros.

El principal problema de una cinta “de época” que con tanta energía recarga las tintas en su solución visual, es que arrastra al público a una suerte de sobreconsciencia en ese mismo orden, lo cual tiene como inicial pésima derivación que la historia misma sea desplazada a un segundo término en la atención de un espectador que –no por casualidad como podrá colegirse– al abandonar la sala lo primero y lo que más comenta no tiene que ver con la parte esencial de toda historia de ficción, es decir, la propia historia, sino más bien con que si la vestimenta, el amueblado, los enseres, los vehículos, los adminículos, los aditamentos, etcétera, corresponden o no corresponden a lo que cada quien cree saber perfectamente es un “estilo” determinado.

(Continuará)