Usted está aquí: domingo 21 de diciembre de 2008 Opinión Entre la vida y la muerte

Carlos Bonfil

Entre la vida y la muerte

En una época de avasallamiento tecnológico, donde los efectos especiales anulan la posible complejidad de los personajes, y los guionistas exploran, con acierto o desatino, novedosas formas narrativas, y los directores juegan a rehacer o deshacer los géneros tradicionales volviéndolos híbridos insospechados de una propuesta posmoderna, sorprende gratamente el esfuerzo de un actor veterano, Ed Harris, director también de un Pollock apenas distribuido en México, por incursionar en el ya poco frecuentado género del western con profesionalismo y sobriedad, revitalizando a su modo la narración clásica.

Entre la vida y la muerte (Appaloosa), segundo largometraje de Harris, con guión suyo y de Robert Knott, según la novela de 2005 de Robert B. Parker, relata la historia de dos amigos justicieros, Virgil Cole (Ed Harris) y Everett Hitch (Viggo Mortensen), convertidos el primero en alguacil del pueblo casi fantasma de Appaloosa, en Nuevo México, asolado por el bandolero Randall Bragg (Jeremy Irons), y el segundo en su fiel auxiliar de gatillo veloz y preciso, y del modo en que su faena justiciera se ve perturbada por la llegada de la joven Allie French (Renée Zellwegger). La película transita con destreza entre el tono del western crepuscular, respetuoso de las convenciones genéricas, con enfrentamiento climático incluido, y la comedia de costumbres, en la que los personajes centrales terminan escenificando un trío sentimental en el que se contrastan las lealtades afectivas de la amistad viril, y la inconstancia y traiciones sucesivas de una mujer fascinada más por el poder que por los mismos hombres cuyos destinos tiene entre sus manos. El año es 1882, y lo que se describe es una incipiente organización social en la que impera la ley del más fuerte, y donde la mujer debe echar mano de todas las estrategias a su alcance para sacar el mayor provecho de los únicos roles asignados, el de esposa o el de prostituta. Allie French elige inteligentemente asumir y confundir ambos roles, lo que la coloca muy lejos del estereotipo más socorrido en los westerns tradicionales.

Las balaceras son pocas en la cinta, como también son cortas las persecuciones y los propósitos de revancha. Ed Harris se concentra en la conducta de los personajes y en la manera en que cada uno observa en silencio la siguiente jugada de su interlocutor o compañero. Everett Hitch busca contener con su modo civilizado de antiguo alumno de la escuela militar de West Point, los arranques temperamentales de su amigo mayor, quien apenas logra ubicar el vocabulario correcto para expresarse. Esta lenta domesticación del bárbaro rijoso, del pistolero a sueldo convertido en celoso guardián del orden, tiene su reflejo humorístico en el modo en el que Hitch vigila a distancia que su amigo tampoco naufrague en la tentación sentimental. En la relación de amigos se contraponen también dos nociones de justicia: Virgil Cole apuesta todo por la legalidad, en tanto el civilizado Hitch ha entendido –con una lucidez que desconoce su amigo– que en el inhóspito territorio de Appaloosa está opción es ilusoria, y que ahí sólo prevalece la ley del talión. La ingenuidad del viejo Cole, respetuoso del orden y la respetabilidad social, capaz de perdonar los cálculos de la taimada amante, tienen como contrapartida la callada e irónica mirada de su pretendido alumno, aventurero auténtico, paria solitario.

Con una ambientación atinada y un ritmo narrativo muy preciso, con atractivas tomas cenitales y la descripción de un pueblo tan desolado como sus habitantes atemorizados, la cinta conjuga escepticismo y humor negro, todo ello aligerado sin embargo por el insospechado talento lúdico del camaleónico actor cineasta Ed Harris.

 
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