Usted está aquí: viernes 19 de diciembre de 2008 Economía Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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■ Mercancías ficticias, hombre de hierro y economía moral /I

■ Trabajo, mercancía ficticia: sólo la economía moral puede definir su precio

Ampliar la imagen Armando Bartra, durante una entrevista sobre su libro El hombre de hierro Armando Bartra, durante una entrevista sobre su libro El hombre de hierro Foto: Carlos Cisneros

En La gran transformación (Fondo de Cultura Económica, 2003) Karl Polanyi (KP) sostiene que nunca antes de nuestro tiempo fueron los mercados algo más que elementos accesorios de la vida económica, que como regla el sistema económico estaba absorbido por el sistema social. Donde los mercados fueron más desarrollados, como en el sistema mercantilista (siglos XVI a XVIII), estuvieron bajo el control de la autoridad central, añade. Mercados y regulación crecieron juntos.

En agudo contraste, la sociedad de mercado es un sistema económico controlado, regulado y dirigido por los precios de mercado: la producción y distribución de bienes se deja en las manos de este mecanismo autorregulado basado en la persecución de ganancias monetarias máximas. El sistema requiere que la producción esté controlada por los precios, puesto que las ganancias de quienes dirigen la producción dependerán de ellos; y de otros precios (salarios, renta de la tierra e intereses) que forman los ingresos de las personas, dependerá la distribución de los bienes entre ellas. La autorregulación supone que toda la producción es para la venta y que todos los ingresos derivan de ella, por lo cual debe haber mercados para todos los elementos de la actividad económica, no sólo para bienes (y servicios) sino también para el trabajo, la tierra y el dinero. Si todas las condiciones anteriores se cumplen, todos los ingresos se derivarán de las ventas en el mercado y los ingresos serán exactamente suficientes para comprar todos los bienes producidos, concluye KP. Además, nada debe permitirse que inhiba la formación de mercados, o que los ingresos se formen de otra manera distinta a la venta. Ni los precios, ni la oferta ni la demanda deben ser fijados o regulados.

El cambio de mercados regulados a mercados autorregulados representó una transformación completa de la estructura social, ya que estos últimos demandan la separación institucional de la sociedad en una esfera económica y una política, así como que la sociedad esté sometida a los requerimientos de la economía: una economía de mercado sólo puede existir en una sociedad de mercado. Ello es así porque la economía de mercado debe comprender todos los elementos de la industria, incluyendo el trabajo, la tierra y el dinero. Los dos primeros son nada menos que los seres humanos que constituyen la sociedad y su entorno natural. Por tanto, incluirlos en el mecanismo del mercado significa subordinar la sustancia de la sociedad misma a las leyes del mercado, concluye KP. Nuestro historiador va más allá y señala que siendo elementos esenciales de la industria deben ser organizados en mercados,

Pero es obvio que el trabajo, la tierra y el dinero no son mercancías [objetos producidos para la venta en el mercado]. El trabajo es sólo otro nombre de una actividad humana que forma parte de la vida misma y que no es producida para la venta, ni puede esta actividad separarse del resto de la vida, o almacenarse; la tierra no es más que otro nombre de la naturaleza, que no es producida por el ser humano… Su descripción como mercancías es enteramente ficticia. Sin embargo, es con ayuda de esta ficción que los mercados reales de trabajo, tierra y dinero son organizados… la ficción mercantil, por lo tanto, provee un principio organizativo vital para la sociedad en su conjunto: que no debe permitirse ningún arreglo o conducta que pueda impedir el funcionamiento del mecanismo de mercado (p.77, edición en inglés, Beacon Press, Boston).

KP señala que este principio no puede sostenerse para el trabajo y la tierra pues dejar que fuese el mecanismo del mercado el director único del destino de los seres humanos y de su ambiente natural, resultaría en la demolición de la sociedad. Los seres humanos perecerían. Ninguna sociedad podría soportar los efectos de tal sistema ni siquiera por un periodo breve. KP dice que los efectos de la revolución industrial en la vida de las personas fueron espantosos y que la sociedad humana habría sido aniquilada si no hubiese sido por contra-movimientos protectivos. Concluye: “La historia social del siglo XIX fue el resultado de un doble movimiento: la extensión de la organización del mercado por lo que hace a las mercancías genuinas y su restricción en relación con las ficticias”.

Partiendo de este texto de KP y de Marx, Armando Bartra (AB), en El hombre de hierro. Los límites sociales y naturales del capital (Itaca, 2008) señala que la catástrofe anunciada por KP está implícita en un modo de producir que necesita tratar como mercancías a lo que no lo es. Que la necesidad del capital de acciones extraeconómicas para hacer viable su reproducción se expresa en el modo como se definen el salario y la jornada de trabajo, que conlleva según Marx un elemento ‘moral’. Añade que la batalla por la paga mínima y por la duración de la jornada de trabajo es parte de la historia de la lucha de clases pero también mecanismo permanente en la reproducción del capital, el cual de otro modo no podría definir ni el precio ni la magnitud de la mercancía fuerza de trabajo que no se produce de manera mercantil. Así el movimiento de los proletarios por establecer un grado de explotación compatible con su reproducción se muestra como un momento interno y a la vez externo al sistema económico, pues es ahí donde el capital negocia socialmente su acceso al factor trabajo; al hombre de carne y hueso sin duda subordinado pero en última instancia irreducible al hombre de hierro. AB cita el capítulo sobre la jornada de trabajo de El Capital y resume:

Fronteras morales, necesidades espirituales, nivel de cultura; categorías metafísicas en una perspectiva economicista que… aparecen aquí como única forma de fijar una magnitud decisiva en la reproducción del capital: la duración e intensidad de la jornada de trabajo… Así cuando menos en lo tocante al trabajo…resulta que al autómata mercantil hay que imponerle desde fuera candados sociales…y estos límites surgen de confrontaciones y pactos sociales traducidos en normas (p.127).

AB concluye que la economía moral y ecológica cruza por el centro mismo del modo de producción mercantil por excelencia. (p.134). Seguiré interconectando a ambos autores: Bartra y Polanyi.

 
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