De Colombia en adelante 

en memoria de Othón Salazar (Alcozauca, 1924-Tlapa, 2008)

Los movimientos indígenas de América, como lo acaba de reiterar la Minga Social y Comunitaria de Colombia, tienen vida propia, historia y memoria, fuerza y dignidad. La razón está de su lado. Muchos son ya los años de lucha, avances y retrocesos, derrotas y victorias. No nacieron ayer los movimientos, mucho menos los pueblos que los conforman.

En la hora del colapso del capitalismo como hasta ahora lo conocíamos, en Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Chile, Guatemala, Honduras y México se cocinan alternativas desde los pueblos; verdaderas, en primer lugar, porque dicen verdades en un universo mediatizado por la mentira política y el crimen establecido. Los múltiples y diversos movimientos americanos del color de la Tierra avanzan y retroceden, aprenden, desaprenden, escarmientan a contracorriente. Viven a lo largo del tiempo. Duran.

En México parecieran coexistir, en un escenario nacional complejo, las resistencias en cadena de maestros, pueblos indígenas, colonos urbanos, adelitas petroleras y estudiantes, con la paramilitarización abierta en Oaxaca (ver Santo Domingo Ixcatlán), Chiapas y Guerrero; la instauración paralela de la “ley del narco”; una “guerra” decretada por el gobierno “contra” los delincuentes, que para las luchas populares se traduce en criminalización de sus movimientos; la crisis de arriba, que se pretende “cobrar” a los de abajo. Tal vez por ello pareciéramos atravesar un momento de dolor, confusión y pilas de cadáveres decapitados ante los sueños incumplidos del mercado partidario.

No hace mucho, los indígenas de Colombia y Perú parecían postrados. Claro, Perú tendrá siempre el beneficio de la duración milenaria, como todas las grandes naciones indias del continente. En Colombia, la sociedad dominante daba por estadística, cultural y políticamente aniquilados (o en vías de) a esos pueblos que justo ahora, en octubre y noviembre, pusieron la bota sobre el tablero de ajedrez del sistema político, a la manera del zapatismo de Chiapas, y con su palabra y su guardia indígena dieron la vuelta a las páginas peores de su historia.

Semanas después de concluida la marcha de la Minga, la prensa internacional informa que siete funcionarios de la alcaldía de Jambaló, en Cauca, “fueron rescatados por 300 miembros de la guardia indígena”, horas después de que “presuntos guerrilleros” se los llevaran. Con el sorpresivo rescate, “la rigidez y autoridad que ejerce la guardia indígena en los territorios nativos del departamento del Cauca se pusieron de manifiesto”.

Según la redacción de El País, Emigdio Velasco, del Consejo Regional Indígena del Cauca, “explicó que los secuestrados, también nativos, se movilizaban por una carretera rural cuando fueron interceptados por hombres fuertemente armados y encapuchados que dijeron ser de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)”.

Uno de los secuestrados se comunicó por celular e indicó que los llevaban hacia la Cordillera Central. Testimonios citados por el diario español indican que “desde los resguardos de Quichaya, Jambaló y Pioyá se organizaron los guardias indígenas con brazaletes y bastones de mando”. La presión de la guardia obligó a que el grupo armado dejara libres a los secuestrados.

 Como “dato clave”, la información destaca que esa misma guardia es la se encargó del orden durante las marchas “aborígenes” (sic) en Cali y Bogotá durante octubre y noviembre.

Ante la cerrada inutilidad de los sistemas políticos y económicos en países como México, Colombia, Perú o Guatemala, los pueblos reivindican su legitimidad por la vía de los hechos. Traen un soplo de aire fresco a naciones cuyos Estados “democráticos” se asfixian entre el chantaje del crimen organizado y su obediencia a la dictadura global del mercado, la cual se resquebraja en medio del desorden y el cinismo de los grupos de poder en las casas de gobierno, las doctrinas de “seguridad”, la compraventa electoral de los “profesionales” y el predominio de los “señores de la guerra”, que por acá se llaman capos, gobernadores, y uno que otro es presidente, como George W. Bush y Álvaro Uribe. Aunque los aguarda el basurero de la historia, tienen aprendices que quisieran seguir sus pasos.

En nuestros países hay minga para rato.

 

regresa a portada