11 de diciembre de 2008     Número 15

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Enrique Pérez S. / Anec

Alternativas con enfoque de género

Gisela Espinosa Damián

Escasez, carestía y despilfarro; hambre, obesidad y desnutrición; consumo creciente de alimentos chatarra y pérdida de cultura alimenticia; aumento de la demanda mundial de alimentos simultánea a su creciente e irracional uso para agrocombustibles; cambio climático y crisis ambiental; crisis energética; crisis financiera, y crisis social. Todo junto, todo imbricado. La crisis alimentaria que hoy se vive, y que amenaza ser de larga duración, tiene hondas raíces y múltiples articulaciones. No es un fenómeno coyuntural, epidérmico o asilado, es estructural y profundo; no sólo evidencia el crack del sistema capitalista en su fase neoliberal, sino el resultado crítico de la perspectiva y de la vía civilizatoria adoptada desde hace siglos por los países capitalistas y por los que formaron parte de lo que algún día fue el bloque socialista. Crisis civilizatoria que en el plano alimentario enfrentamos ahora desde la periferia de un mundo unipolar.

Hoy no sólo estalla y se muestra sin tapujos la desigualdad social gestada en un sistema moderno y explotador que acumula la riqueza en manos de unos cuantos a costa del empobrecimiento y, desde hace unas décadas, también de la exclusión y migración de cientos de miles. No sólo eso, también truena la idea dicotómica y jerárquica que separa de tajo sociedad de naturaleza, la creencia de que el hombre puede someterla y convertirla en “capital natural”, gratuito y listo para el saqueo, ideas y prácticas que hoy se traducen en desastres ambientales, agrícolas, económicos y culturales. Entra en trance la racionalidad profunda del sistema, su entraña económica que arrastra en su caos al sistema financiero mundial.

Si la crisis alimentaria es sólo una faceta de una crisis más profunda y total, desterrar la amenaza del hambre obliga a repensar el camino y las rutas del cambio social. El mundo rural e indígena representa el germen vivo de un proyecto civilizatorio alternativo que, pese a los embates de la modernización, resiste y florece entre grietas oponiendo el bienestar social a la ganancia, el bien común al interés privado, la colectividad al individualismo, la satisfacción de necesidades al consumismo, la comprensión de la naturaleza como morada de la humanidad y no como capital natural, el policultivo al monocultivo de la agricultura industrial, la valoración del uso de los bienes sobre su utilidad monetaria, una estrategia económica de largo plazo contra el ansia inmediatista de ganancia del capital.

En el corazón de esta “otra” racionalidad que pone el bienestar colectivo y el bien común sobre el interés privado, están las mujeres rurales, campesinas e indígenas. Su responsabilidad en el cuidado de la salud, en la creación de condiciones adecuadas y agradables para la vida familiar y comunitaria; su preocupación cotidiana por la alimentación; el ser las depositarias de la cultura alimentaria, termómetro infalible de la carestía de la vida, magas para que la comida alcance... las convierte en portadoras privilegiadas de esta “otra” racionalidad, de esta “otra” posibilidad de alimentarse y vivir. Así, lo femenino rural se convierte en un referente clave para la búsqueda de alternativas ante la crisis actual.

Situación de desventaja. Reconocer esta potencialidad también obliga a ver y admitir que el papel familiar y social que cumplen las mujeres rurales ha tenido y tiene costos muy altos para ellas, que la generosidad del “ser para otros” se ha hecho a costa de su propio bienestar, salud y despliegue de capacidades, que la desigualdad de género se expresa en toda su magnitud en el espacio rural: el acceso restringido de las mujeres a la tenencia de la tierra, su participación limitada en las decisiones familiares y comunitarias, la falta de reconocimiento de su trabajo como productoras agrícolas, la minimización o acceso restringido al crédito y a programas de fomento, la paga menor por sus jornales, la invisibilidad de sus múltiples trabajos de traspatio, la no valoración de su labor doméstica y la invisibilidad de su cultura alimentaria. En suma, la situación desventajosa en que se hallan ante la sociedad nacional, el Estado y sus agencias, la comunidad rural, la familia y los varones, permite afirmar que las desigualdades de género van de la mano con su generosidad.

Subsumidas pero en resistencia, las mujeres campesinas e indígenas conservan y recrean esta “otra” racionalidad, otros valores, otras prácticas que se expresan en la vida cotidiana de la familia, de la comunidad, en la parcela, el hogar y el traspatio. Experiencias femeninas individuales y colectivas que discurren en espacios despreciados por el mercado global, inadvertidas por su pequeña escala. Justo ahí, en lo femenino rural, se aloja el núcleo de otra racionalidad que hoy puede ser punto de apoyo en la construcción de modelos alternativos de socialidad.

La búsqueda de opciones ante la crisis actual exige visibilizar el aporte de las mujeres y potenciarlo en una dimensión social, pero simultáneamente demanda remontar el rezago y la desigualdad, pues no se trata de aprovechar que las mujeres del campo hayan sido educadas para dar o ceder todo a los demás, para que ahora sean ellas quienes carguen el peso y la responsabilidad de administrar la escasez y la carestía de alimentos haciéndose pedazos y desgastándose más. Hay que reposicionarlas, recuperar su perspectiva modificando simultáneamente las desigualdades de género en cada espacio y relación social.

Profesora investigadora de la UAM-Xochimilco [email protected]


Manos de Maíz en Santa Catarina

Elsa Guzmán Gómez

El pueblo de Santa Catarina pertenece al municipio de Tepoztlán, se encuentra a 12 kilómetros de la capital de Morelos y está atravesado por la carretera Cuernavaca- Tepoztlán. En la región es conocido por sus tortillas. Las mujeres dicen que desde siempre las han vendido; hay quien dice que hace 15 años las que más vendían eran mujeres de Ocotepec –pueblo contiguo–, que el crecimiento urbano absorbió sus tierras y acabó con su agricultura y que desde entonces la tarea quedó a Santa Catarina.

Todo empieza con el cultivo de maíz, tradicional en el pueblo, se siembra con frijol, chile y calabaza. Antes se vendía más maíz, ahora poco, quienes lo hacen prefieren vender elotes porque dejan más. El maíz también se usa para tamales, pozole, atole; tanto el grano como el forraje son alimento para los animales; pero sobre todo se usa para las tortillas. Preparar la masa y elaborar tortillas es conocimiento básico de todas las mujeres campesinas, lo aprenden desde niñas, en sus casas, es parte de la cultura femenina, tarea central para la alimentación familiar, función nutricia de la mujer rural. Así, preparar tortillas como actividad económica, es fácilmente integrable a las rutinas cotidianas de las mujeres, pues no requiere capacitación especial al formar parte de sus conocimientos y experiencias primarias; ciertamente implica mayor dedicación a la tarea, pero al mismo tiempo obtienen el alimento familiar. Hacerlo en la casa o en la puerta, les permite realizar o cuidar sus otras actividades domésticas.

Mercado femenino. En los años recientes la venta de tortilla se ha intensificado, el número de comales aumenta y el mercado se amplía. Mientras el maíz pierde importancia en los escenarios nacionales y en el discurso modernizador, en Santa Catarina la venta de tortilla cobra auge: más o menos la tercera parte de las mujeres que venden a orillas de la carretera se iniciaron en los dos años pasados. En el pueblo hay quienes tienen entre cuatro o cinco años dedicándose a esta actividad y algunas que llevan 30 o 40. Este mercado femenino está ampliándose cada vez por más mujeres que quizá, ahora más que antes, necesitan ingresos extras para solventar necesidades familiares.

Parece que la competencia entre ellas se acentúa, pero cada vez hay nuevos compradores que se suman al consumo de tortillas de comal, hechas a mano. En Cuernavaca han ganado espacios y marchantes, venden masa y tortillas en tianguis, puestos fijos, esquinas, al lado de la Universidad o de otras escuelas donde también venden quesadillas. La ciudad les permitió abrir otro mercado: la entrega a domicilio de tortilla, a veces con clientes fijos.

La ruta de la tortilla de Santa Catarina “saca” a las mujeres de su casa, de su pueblo. No son ya unas señoras encerradas, salen y tienen reconocimiento familiar a su aportación económica generada desde una actividad que forma parte de la identidad femenina rural y de la cultura campesina. Al echar y vender tortilla ganan espacio, movilidad, reconocimiento.

Sobreprecios. El auge de su actividad es termómetro del gusto creciente por las tortillas hechas a mano, de nixtamal, de maíz criollo. Se educa el gusto, pues la masa de maíz criollo es más suave, el olor a tortilla más intenso –“huele más a tortilla”, dicen– y el sabor más dulce. No sólo se reconstruyen sanos hábitos de consumo, se valora y se paga la biodiversidad, pues hay sobreprecio local de las tortillas, más alto aún si se trata de maíz azul, muy demandado por locales y turistas en las ventas diarias y en fines de semana.

En Santa Catarina, la venta de tortillas es una estrategia económica con fondo cultural, que permite a las mujeres desarrollar una actividad conocida, acoplar lo doméstico con lo mercantil, obtener un ingreso económico que se adiciona al ingreso familiar total. La venta de masa y de tortilla conserva e innova, conjuga la permanencia y el cambio, la subsistencia y la ganancia, revaloriza lo que el mercado global y el Estado subestiman; moviliza recursos y potencia elementos la historia y cotidianidad de una población forjada por la cultura del maíz.

Universidad Autónoma del Estado de Morelos [email protected]

Visiblemente invisibles: mujeres en la ciudad indígena más grande del mundo

Ainara Arrieta Archilla

“Hubo un tiempo que salí a vender dulces aquí en Salto del Agua y hay
mucha discriminación, siempre te dicen ‘quita de aquí que estorbas’ o
te dicen ‘india que no sé qué’” Indígena ñáhñú residente del DF

Las mujeres indígenas que viven y trabajan en la ciudad son un claro ejemplo de cómo la exclusión se expresa en las historias de vida, ya que por el hecho de ser mujeres, indígenas y pobres lidian cotidianamente con lo que se ha llamado la triple discriminación. A pesar de ésta, en la ciudad las mujeres indígenas se convierten en protagonistas de la lucha por la supervivencia, por el mantenimiento de la economía familiar y en agentes de cambio fundamentales, ya que confrontan los límites sociales y culturales, impuestos por la desigualdad en la ciudad y por la inequidad de género en las comunidades de origen. Al migrar a la ciudad, las mujeres indígenas van reformulando las estrategias campesinas de reproducción familiar, cambiando también los límites de su identidad como mujeres e indígenas.

Tal vez el rostro indígena más visible en la ciudad es la venta en los cruceros: chicles, pañuelos y muñecas multicolores. Las muñecas artesanales que autorrepresentan la vestimenta y peinado tradicional de las otomíes se han convertido en icono de la presencia indígena femenina en la ciudad. Llena de sentidos y significados atribuidos por artesanas y citadinos, la imagen etnificada de las mujeres ha acompañado la migración durante años, convirtiéndose en uno de los principales ingresos económicos para las familias indígenas residentes de la ciudad.

El trabajo doméstico. En el otro lado de la moneda, invisibles ante los ojos de la sociedad, están las mujeres indígenas trabajadoras del hogar, insertas desde jóvenes en un trabajo poco valorado y mal pagado. Enfrentando graves condiciones de explotación laboral y a menudo desdibujando su identidad, han de adecuarse a las normas y los estilos de vida en hogares de orígenes culturales diferentes al suyo, confrontar el trato social discriminatorio dentro y fuera de los lugares de trabajo, así como generar redes de apoyo y solidaridad multiétnicas para adaptarse a un medio hostil como la ciudad de México.

Aun invisibles y excluidas, las mujeres indígenas son un soporte económico fundamental para la subsistencia de sus familias en las comunidades rurales y en la ciudad. La permanencia de imágenes de las indígenas como sujetos pasivos en la urbe no ayuda a entender el papel fundamental que juegan las mujeres en la construcción de la nueva relación campo-ciudad. En un escenario complejo donde la promoción del desarrollo rural es urgente, la importancia de visibilizar el papel de las indígenas en la ciudad y en los procesos de desarrollo es acercarnos a nuevas e innovadoras visiones que nos permitirán avanzar en la resolución de los retos que nos plantea este siglo.

Maestra en Desarrollo Rural por la UAM-X [email protected]

Testimonios

LA COMANDANTA ESTHER DEL EZLN ANTE LEGISLADORES

FRAGMENTO DEL MENSAJE CENTRAL DEL EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL (EZLN), DADO POR LA COMANDANTA ESTHER ANTE EL CONGRESO DE LA UNIÓN, 28 DE MARZO DE 2001


FOTO: Heriberto Rodríguez /
La Jornada

Señores y señoras diputados y diputadas, senadores y senadoras:

Quiero explicarles la situación de la mujer indígena que vivimos en nuestras comunidades, hoy que según esto está garantizado en la Constitución el respeto a la mujer.

La situación es muy dura. Desde hace muchos años hemos venido sufriendo el dolor, el olvido, el desprecio, la marginación y la opresión. Sufrimos el olvido porque nadie se acuerda de nosotras.

Nos mandaron a vivir hasta en el rincón de las montañas del país para que ya no lleguen nadie a visitarnos o a ver cómo vivimos. Mientras, no contamos con los servicios de agua potable, luz eléctrica, escuela, vivienda digna, carreteras, clínicas, menos hospitales. Mientras, muchas de nuestras hermanas, mujeres, niños y ancianos mueren de enfermedades curables, desnutrición y de parto, porque no hay clínicas ni hospitales donde se atiendan. Sólo en la ciudad, donde viven los ricos, sí tienen hospitales con buena atención y tienen todos los servicios.

Para nosotras, aunque haya en la ciudad no nos benefi cia para nada, porque no tenemos dinero, no hay manera cómo trasladar; si lo hay, ya no llegamos a la ciudad, en el camino regresamos ya muerto.

Principalmente las mujeres, son ellas las que sienten el dolor del parto, ellas ven morir sus hijos en sus brazos por desnutrición, por falta de atención, también ven sus hijos descalzos, sin ropa, porque no alcanza el dinero para comprarle, porque son ellas que cuidan sus hogares, ven qué le hace falta para su alimentación.

También cargan su agua de dos a tres horas de camino con cántaro y cargando su hijo, y lo hace todo lo que hace dentro de la cocina.

Desde muy pequeña empezamos a trabajar cosas sencillas. Ya grande sale a trabajar en el campo, a sembrar, limpiar y cargar su niño. Mientras, los hombres se van a trabajar en las fi ncas cafetaleras y cañeras para conseguir un poco de dinero para sobrevivir con su familia, a veces ya no regresan porque se mueren de enfermedad. No da tiempo para regresar en su casa o, si regresan, regresan enfermos, sin dinero, a veces ya muerto. Así queda con más dolor la mujer porque queda sola cuidando sus hijos.

También sufrimos el desprecio y la marginación desde que nacimos porque no nos cuidan bien. Como somos niñas, piensan que nosotras no valemos, no sabemos pensar, ni trabajar, cómo vivir nuestra vida. Por eso, muchas de las mujeres somos analfabetas, porque no tuvimos la oportunidad de ir a la escuela. Ya cuando estamos un poco grande, nuestros padres nos obligan a casar a la fuerza, no importa si no queremos, no nos toman consentimiento.

Abusan de nuestra decisión, nosotras como mujer nos golpea, nos maltrata, por nuestros propios esposos o familiares, no podemos decir nada porque nos dicen que no tenemos derecho de defendernos.

A nosotras las mujeres indígenas nos burlan los ladinos y los ricos por nuestra forma de vestir, de hablar, nuestra lengua, nuestra forma de rezar y de curar y por nuestro color, que somos el color de la tierra que trabajamos. Siempre en la tierra porque en ella vivimos, también no nos permite nuestra participación en otros trabajos.

Nos dicen que somos cochinas, que no nos bañamos por ser indígena.

Nosotras las mujeres indígenas no tenemos las mismas oportunidades que los hombres, los que tienen todo el derecho de decidir de todo. Sólo ellos tienen el derecho a la tierra y la mujer no tiene derecho, como que no podemos trabajar también la tierra y como que no somos seres humanos, sufrimos la desigualdad.

Toda esta situación, los malos gobiernos los enseñaron.

Las mujeres indígenas no tenemos buena alimentación, no tenemos vivienda digna, no tenemos ni un servicio de salud, ni estudios. No tenemos proyecto para trabajar, así sobrevivimos la miseria.

Esta pobreza es por el abandono del gobierno que nunca nos ha hecho caso como indígena y no nos han tomado en cuenta, nos han tratado como cualquier cosa. Dice que nos manda apoyo como “Progresa”, pero ellos lo hacen con intención para destruirnos y dividirnos.

Así es de por sí la vida y la muerte de nosotras las mujeres indígenas.

Y nos dicen que la Ley Cocopa va a hacer que nos marginen. Es la ley de ahora la que permite que nos marginen y que nos humillen.

Por eso nosotras nos decidimos a organizar para luchar como mujer zapatista, para cambiar la situación porque ya estamos cansadas de tanto sufrimiento, sin tener nuestros derechos.

No les cuento todo esto para que nos tengan lástima o nos vengan a salvar de estos abusos. Nosotras hemos luchado por cambiar eso y lo seguiremos haciendo. Pero necesitamos que se reconozca nuestra lucha en las leyes porque hasta ahora no está reconocida. Sí está pero sólo como mujeres y ni siquiera ahí está cabal. Nosotras además de mujeres somos indígenas y así no estamos reconocidas.

Nosotras sabemos cuáles son buenos y cuáles son malos los usos y costumbres. Malas son de pegar y golpear a la mujer, de venta y compra, de casar a la fuerza sin que ella quiere, de que no puede participar en asamblea, de que no puede salir en su casa.

Por eso queremos que se apruebe la Ley de Derechos y Cultura Indígena; es muy importante para nosotras las mujeres indígenas de todo México. Va a servir para que seamos reconocidas y respetadas como mujer e indígena que somos.

Eso quiere decir que queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar; nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza, que somos parte de ella.

En esta ley están incluidos nuestros derechos como mujer; que ya nadie puede impedir nuestra participación, nuestra dignidad e integridad de cualquier trabajo, igual que los hombres.

Por eso queremos decirle para todos los diputados y senadores, para que cumplan con su deber, sean verdaderos representantes del pueblo.


SACAR LA VIDA TODOS LOS DÍAS

MARÍA, ORGANIZACIÓN DE MUJERES ECOLOGISTAS DE LA SIERRA DE PETATLÁN (OMESP), GUERRERO.

Nací en Tierra Caliente, en Limón Potrero del municipio de Coyuca de Catalán. Cuando tenía un añito, me trajeron a la Barranca de Monte Grande, acá en Petatlán. Se vino mi abuelita que era viuda, bueno, separada de mi abuelo, y le quedó una hija que es mi mamá; ella se fue con un señor y tuvo dos hijos, después tuvo otro señor y otra hija, y luego se regreso al Limón y ahí me tuvo a mí. Y allá se buscó otro señor, y con ninguno ella era casada. Después de mí, se buscó otro marido y tuvo seis hijos. Tuvo varios señores (...) En total fuimos10 hermanos.

Desde los seis años viví en Los Cimientos, con mi abuelita, que ya no me dejó con mi mamá, porque ella se buscó otro marido. “Mejor te quedas conmigo”, dijo mi abuelita. Al cumplir 11 años nos fuimos a Parotitas con un tío que se casó. Entonces viví con él y su esposa. Ahí crecí, cuidándoles siempre a su hijos aunque yo era niña. Ni tiempo tuve de jugar y menos estudiar porque yo era la arrimada. De chica me quemé el cuello con alcohol, y ni caso me hicieron, no me llevaron al médico aunque estaba muy mala, con puros remedios me curaron y por eso quedé así jalada (...)

Yo digo que sufrí mucho, puro cuidar niños desde chica, y es que sólo estudie el primer año. Pensaba yo: si tuviera a mis papás me pondrían a estudiar, verían por mí. En Los Cimientos no había escuela ni nada, y cuando nos fuimos a Parotitas la escuela quedaba lejos, había que caminar hasta Canalejas. Y como tenía 12 años, mi abuelita dijo “¿cómo vas solita? Algo te va a pasar, mejor ya no vas (...) y a mí que harto me gustaba estudiar (...) mis hermanas tampoco fueron a la escuela. Todo lo que sé, lo aprendí en ese año.

Orita ya sé un poco más porque hago cuentas para el fondo de ahorro y préstamo de la comunidad, soy la mera tesorera, y también algo escribo, y es que siempre me han gustado las matemáticas. Ahora ya le entiendo bien a todo eso.

Ya de joven empecé a ir a los bailes del pueblo, ahí conocí a mi esposo, ahí me casé cuando iba a cumplir 16 años y mi esposo 21. No tuve novios y no me casé enamorada. Lo que pasó es que en esa familia donde estaba yo arrimada sufría mucho con los niños (...) ellos tuvieron hijos, pero yo los cuidaba. Mi tío primero tuvo cuatro, y yo puro cuidando chamacos. Oye, me dije, de estar aquí encerrada a puro cuidar y trabajar, mejor me caso; a los bailes no me llevan, no me compran ropa, no me compran zapatos, y eso es el gusto que tiene una en la vida, ¿no?, salir y ponerse cosas, y yo nomás puro cuidar niños. Mejor me caso aunque no por ganas (...) él le caía bien a la familia, me dijeron cásate con él mejor que con otro que no conoces y no sabes qué vida te va a dar, mejor con él que trabaja. Yo me casé por salirme de la casa, y porque no me fuera a tocar otro peor. Mi marido es pobre, pero trabaja (...) nomás que él tampoco me dejaba salir, no me comprendía, puro quehacer; me llevaba a trabajar a la milpa y luego a trabajar en la casa, yo no tenía libertad. Iba con mis amigas al arroyo, ahí se juntaba el montón de mujeres a lavar y platicar, pero llegaba él y me regañaba y me llamaba a la casa.

Ya casada me vine al Zapotillal, primero con mis suegros. Luego empezamos a construir. Mi marido no tiene tierras, solamente el solar donde estamos, que no era de nadie, estaba solo, y le dije “hay que cercar”. A mi esposo le prestan para sembrar de riego, para sembrar de temporal le prestan, y además él se alquila. Sembramos maíz, frijol, arroz, hay que dejar la fl ojera digo y ponernos a sembrar. Mucho se ahorra uno en sembrar arroz.

Hoy tengo 30 años, y seis hijos que están estudiando. Yo quisiera que todos terminaran. Yo acabé la primaria abierta en el INEA (Instituto Nacional de Educación para Adultos) y ora ya estoy inscrita en la secundaria.

En mi casa lo que más nos falta es el drenaje, el baño, tenemos luz desde hace un año, agua potable desde hace dos años. Antes trajinaba mucho por el quehacer: el día que lavaba sólo hacía eso, a puro lavar en el río. No cosía, no enjarraba la casa con tierra. Llevaba la ropa al río, y traía agua cargando en cubetas, una vez y otra vez y de vuelta y así, todo el día, para regar la hortaliza, para cocinar, para todo lo de la casa.

Antes nos aluzábamos con ocote, con veladoras, un día hasta se me quemó un altar (...)

Ahora que tengo agua, el trabajo es más fácil: lavo, hago la comida, y hay tiempo para coser servilletas y vestidos, también bordo, y a veces me encargan costuras, y es que desde hace 12 años tengo máquina de coser. También me puse a estudiar. Desde hace dos años sirvo de tesorera en el fondo de ahorro. Me siento mejor que antes (...) y ora está cercada mi huerta y no se meten animales, de ahí saco verdura, mango, mandarino, naranjo y también plantas de jardín. De mi infancia no me queda ningún recuerdo bonito, pero sí muchos muy tristes. Cuando me casé tampoco fui más feliz que cuando viví con mis tíos, yo creo que no mejoré. Y es que ya casada sufre una más por el marido, por los hijos (...) que ya tiene que ver el trabajo, que ya tiene preocupación una por la comida del diario, por sacar la vida todos los días (...)

LORENA PAZ PAREDES

Oaxaca: ¿usos y costumbres vs derechos políticos?


FOTO: Kyle Katz

Verónica Vázquez García

En 1990 la Constitución estatal de Oaxaca reconoció la “composición étnica plural” del estado, dos años antes de que el artículo cuarto de la Constitución mexicana reconociera la “composición pluricultural” de la nación. El código electoral de Oaxaca fue reformado en 1995 para incorporar los llamados usos y costumbres (UyC) de municipios indígenas y, por segunda vez en 1997, para prohibir formalmente la intervención de partidos políticos en los 418 de los 570 municipios oaxaqueños que desde entonces se rigen por UyC. Las reformas al código electoral fueron acompañadas de la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas aprobada en 1998 por el congreso local.

En 1995 sumaban 412 los municipios que se regían por UyC; en 1998 ya eran 418. A pesar de la relevancia del tema hay pocos estudios sobre la relación entre los UyC y los derechos políticos de las mujeres. Un trabajo pionero de María Cristina Velásquez Cepeda (“Comunidades migrantes, género y poder en Oaxaca”), de 2004, señala que en uno de cada diez de los municipios costumbristas de Oaxaca las mujeres no votan y tienen nula o escasa participación política; en nueve por ciento no votan pero ocupan cargos comunitarios; en 21 por ciento sí votan pero su nivel de participación es escaso o nulo; finalmente, en seis de cada diez sí votan, ocupan cargos y participan en la vida política de sus comunidades. En otras palabras, existe una contradicción entre el orden jurídico nacional, que otorga igualdad de derechos a mujeres y hombres, y las prácticas electorales de los UyC. El caso de Eufrosina Cruz evidenció esta contradicción y propició una reforma al artículo 25 de la Constitución del estado de Oaxaca que obliga al sistema de UyC a respetar el derecho de la población indígena femenina a participar en la vida política de la entidad.

Desde la aprobación de las reformas hasta el momento, 24 mujeres han sido elegidas presidentas municipales por medio del régimen de UyC, aunque hay que tomar con cautela la cifra ya que algunos nombres como Guadalupe, Asunción y Carmen pueden ser de hombres o de mujeres y siete del total de 24 tienen uno de estos nombres.

Más que la condena y abolición de los UyC, lo que hay que buscar es la armonización de los derechos políticos de las mujeres con el derecho indígena a la autodeterminación, es decir, la defensa de la equidad de género al interior de sociedades culturalmente distintas. Las mujeres zapatistas han hecho importantes avances en este sentido: sabedoras de su triple opresión, luchan por mejorar sus condiciones de vida, y defienden el reconocimiento de su ciudadanía por parte del Estado mexicano y el respeto a su dignidad como mujeres al interior de sus comunidades. Así como las zapatistas, las indígenas oaxaqueñas podrían reelaborar la tradición desde sus propias experiencias de clase, etnia y género, señalando los elementos que valoran y los que necesitan cambiar. Tienen ante ellas una enorme tarea: la resignificación de las relaciones hombre-mujer en cuatro campos: la familia, la comunidad, la organización/movimiento y el multicultural y multiclasista de la arena social y la política externa.

Colegio de Postgraduados en Ciencias Agrícolas [email protected]


Mujeres rurales en América Latina

  • Ellas proveen alimentos pero carecen de tierras
  • Largas jornadas sin remuneración

FOTO: Guillermo Bonnave C.

Celia Aguilar Setién

Por décadas, el tema de la pobreza ha ocupado un espacio prioritario en la agenda de los países latinoamericanos: medidas de ajuste estructural, programas de desarrollo, cooperación internacional para el desarrollo, reuniones de alto nivel para encontrar las alternativas, y sin embargo no solamente el modelo ha sido incapaz de resolver los problemas sociales y económicos de la ciudadanía de los países, sino que en un quiebre espectacular, sin precedentes, ha mostrado que las críticas del sentido común, de los centros académicos y de los movimientos sociales eran correctas.

Cierto, en América Latina, el tema de la pobreza ha estado en el centro de la agenda, pero nunca el tema de la desigualdad. La desigualdad como causa estructural del empobrecimiento de las personas discriminadas y excluidas.

Latinoamérica, la región más desigual e injusta del planeta, condena a la condición de pobreza a mujeres y hombres por las discriminaciones sucesivas: discriminación por género, por clase social, por etnia, por preferencia sexual, por edad. Discriminaciones evidentes en la vida cotidiana transformadas en una “cultura” de la que nadie se salva. Los grupos discriminados por un motivo, discriminan por diferentes motivos a otros grupos.

En este contexto queremos compartir algunas reflexiones, desde la perspectiva de las mujeres rurales, quienes, lejos de reducir su existencia a la condición de discriminación y exclusión, han desplegado sus capacidades para desarrollar estrategias de sobrevivencia para la protección de los grupos familiares, de las comunidades y de la sociedad en su conjunto.

Las mujeres rurales, y especialmente las indígenas, sufren múltiples discriminaciones: por género, por clase, por edad y por etnia. Esta discriminación las coloca en su mayoría en la condición de pobreza, en 2001 el informe Políticas para el empoderamiento de las mujeres, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), señalaba que las mujeres conformaban dos tercios de la población en condición de pobreza. No solamente están sobre-representadas en la población pobre, sino esta condición las hace más vulnerables. Aun en esta circunstancia, está comprobado que los hogares que tienen como jefa una mujer, enfrentan mejor las condiciones de pobreza.

Sobre esta aparente contradicción queremos reflexionar:

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres rurales y entre éstas las indígenas producen más de 50 por ciento de los alimentos que el mundo consume. Sin embargo, en la mayoría de los países no tienen acceso a la propiedad de la tierra.

Responsabilidad sin contrapeso. En América Latina las mujeres rurales tienen jornadas de 12 a 16 horas de trabajo porque asumen casi la totalidad del trabajo reproductivo y gran parte del productivo, y sin embargo por lo general no reciben remuneración, ni protección social.

Las mujeres rurales han asumido la gestión, la administración y el desarrollo de la producción agropecuaria ante la migración de una gran parte de la población masculina; sin embargo no tienen el mismo acceso que los hombres a los recursos tecnológicos técnicos y financieros.

Asimismo, han asumido responsabilidades sociales y económicas de importancia fundamental para la sobrevivencia del sector rural, y no sólo eso, estas mujeres, y en particular las indígenas, tienen un profundo conocimiento sobre los procesos de la naturaleza, sobre los productivos, y muy especialmente sobre los de la producción de alimentos, tan importantes para la autonomía y seguridad alimentaria, actualmente en crisis. Tienen conocimientos sobre la diversidad biológica y la ambiental, estratégicos para la sostenibilidad.

Siguiendo la lógica de Armando Bartra en sus artículo “El laberinto de la explotación campesina” (La Jornada, 16/04/2007), las mujeres rurales se encuentran en condición de pobreza por la explotación.

Lo más grave y lo más triste para nuestra esperanza, es que aun con todas estas capacidades y saberes, sufren la más perversa de las discriminaciones: la exclusión de la toma de decisiones. Al revisar la página web de la Secretaría de Agricultura y Ganadería Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), encontramos que en sus objetivos está el desarrollar la política para la producción del sector, pero cuenta entre sus autoridades de primer nivel con 58 hombres y sólo cinco mujeres (suponemos que el nombre Guadalupe es de mujer; de no ser así, serían sólo cuatro mujeres).

Esa misma discriminación se observa en las organizaciones campesinas, los ejidos, las cooperativas.

Aun cuando gran parte de los campesinos varones han migrado y alimentan con sus remesas excelentes posibilidades de inversión, las mujeres que las reciben y administran, no tienen el acceso a los espacios en donde sus conocimientos y los recursos pudieran encontrarse para el desarrollo de alternativas de producción rentable y sostenible.

Cuánta esperanza, cuántas posibilidades y cuánto avance en la lucha por la justicia se lograría si todas estas organizaciones se manifestaran contra la “cultura de la discriminación”, valoraran las capacidades de las mujeres y transformaran sus organizaciones incorporando la sabiduría, la experiencia, el compromiso y la imaginación de las mujeres rurales, de las mujeres indígenas, de las mujeres campesinas en la toma de decisiones para, frente a la crisis, crear oportunidades de desarrollo humano, justo y sostenible.

Oficial de Programación del Fondo de Desarrollo para la Mujer de las Naciones Unidas (UNIFEM).


Soberanía alimentaria y derechos de las mujeres


FOTO: Diana Hernández C.

Alexandra Spieldoch

El Foro para la Soberanía Alimentaria, en Mali en febrero de 2007, fue titulado “Nyelini 2007”. Los organizadores escogieron el nombre de una mujer para subrayar el papel importante de las mujeres en la agricultura, en este caso de África. Como niña, Nyelini sufrió discriminación en su comunidad en el área rural de Mali por su sexo y por ser hija única. A pesar de esto, Nyelini se convierte en la mejor agricultora de su aldea. Ella transforma su estatus en uno de equidad y respeto. Crea el actual grano básico de Mali y una variedad de mijo llamado “samio “ o “mijo pequeño”. Recordemos que una mujer es la fuente de la sustancia; ella es productora y es la proveedora para la familia y la comunidad. Mientras agricultores alrededor del mundo luchan por concretizar la soberanía alimentaria, es una necesidad absoluta asegurar que las voces y experiencias de las mujeres sean parte de este proceso.

Aprendiendo más sobre el papel de la mujer en la alimentación y la agricultura. En 2005, la red Food First International informó que “más de 75 por ciento de la gente más pobre del mundo vive en áreas rurales y depende mayoritaria o parcialmente de la agricultura para sobrevivir”. Dos tercios de la población en las regiones más pobres, el África sub-Sahariana y el sur-centro de Asia, son rurales y las mujeres representan 66 por ciento de la población económicamente activa en el sector rural.

Las mujeres son las responsables de más de la mitad de la producción mundial de alimentos y están involucradas en la producción en parcelas familiares y como jornaleras en la agricultura comercial. En los países en desarrollo, las mujeres rurales producen entre 60 y 80 por ciento de los alimentos y también son las mayores productoras de los granos básicos del mundo (como arroz, trigo y maíz), que participan hasta con 90 por ciento del ingreso en las áreas rurales y pobres. Las mujeres son aún más dominantes en la producción de legumbres y verduras en parcelas pequeñas, crían aves y animales pequeños y proveen la mayor parte del trabajo para actividades poscosecha, como el almacenamiento y procesamiento de granos. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres contribuyen con hasta 90 por ciento del trabajo para el cultivo de arroz en el suroeste de Asia y producen hasta 80 por ciento de los alimentos básicos para el consumo familiar y la venta en el África sub-Sahariana.

Hay 450 millones de mujeres y hombres trabajando como jornaleros alrededor del mundo, quienes no son los dueños ni los inquilinos de la tierra donde trabajan (ni de las herramientas y el equipo que usan). Estos jornaleros forman más de 40 por ciento de la fuerza laboral agrícola y, junto con sus familias, son parte del núcleo pobre y extremadamente pobre en muchos países. El número de mujeres jornaleras se está incrementando (ya constituyen entre 20 y 30 por ciento del total). Los nuevos trabajos para las mujeres generalmente se encuentran en la agricultura de exportación, particularmente en la de cultivos tradicionales; en el corte de flores, y en la siembra y empaque de verduras, entre otros. Estos trabajos suelen ser por temporada. Normalmente son mal pagados, con salarios muy por debajo de los que reciben trabajadores industriales. Los niños también forman parte de la fuerza de trabajo asalariada. De hecho, 70 por ciento de los niños trabajadores están en el sector agrícola.

Un número creciente de mujeres trabajan en el sector agrícola informal, muchas veces haciendo trabajo en casa, tareas con pago a destajo, o trabajando como vendedoras de la calle en los mercados locales. El Comité sobre la Economía Informal de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)) argumenta que las políticas macroeconómicas fallidas, la mala distribución de los beneficios de la globalización y la feminización de la pobreza han contribuido al incremento en el número de mujeres trabajando en la economía informal.

Según el Informe del estado de la inseguridad alimentaria mundial, que la FAO publicó n 2006, en vez de disminuir el número de personas con hambre en el mundo, está creciendo a un ritmo de cuatro millones de personas al año. En 2001-03 la FAO estimó que hay 854 millones de personas desnutridas en el orbe: 820 millones en los países en desarrollo, 25 millones en las economías en transición y nueve millones en las naciones industrializadas. Esto contrasta con las reducciones de gran escala en la subnutrición, tanto en la década de los 70s como en los 80s, y actualmente representa un incremento de 23 millones desde 1996. Este número de 852 millones de subnutridos está fuera de proporción frente a las metas establecidas en la Cumbre Mundial de Salud de reducir el hambre por la mitad para el 2015. El incremento en el hambre, junto con otras tendencias inestables relacionadas con la seguridad alimentaria y el sustento, es alarmante. La inseguridad alimentaria afecta a más mujeres que hombres. La falta de equidad de género, que implica obstáculos para un empleo digno, para la educación y la participación de las mujeres en la toma de decisiones, afecta en consecuencia la seguridad alimentaria de ellas y la de sus hijos.

Garantizar el acceso de las mujeres a la tecnología, a la tierra y al crédito es un gran desafío para los gobiernos que buscan lograr la seguridad alimentaria. Por ejemplo en Níger 97 por ciento de las mujeres en la economía rural trabajan en la agricultura, pero no tienen acceso a la economía o al poder. Están concentradas en la agricultura de subsistencia (como la producción de mijo) sin tener opciones de percibir ingresos por las restricciones que sufren en el acceso al crédito, a la tecnología, a los servicios de extensión, al transporte y a los mercados.

Las mujeres son marginadas dentro del hogar y dentro de la sociedad en todo el mundo. La discriminación ha hecho que las mujeres sean más vulnerables que los hombres al abuso físico y mental, y son sujetas a condiciones extremas de pobreza con poco o ningún apoyo. Las mujeres y los niños siempre son más numerosos que los hombres en las estadísticas sobre los más pobres y vulnerables en la mayoría de las sociedades.

Las mujeres del sector agrícola en los países en desarrollo también enfrentan verdaderos desafíos con el estallido de la epidemia del VIH/SIDA. El 95 por ciento de las personas que viven con VIH y que mueren por SIDA están en los países en desarrollo. La gran mayoría son pobres rurales en la flor de la vida (entre 15 y 49), y las mujeres son más numerosas que los hombres. Por ejemplo, en África hay 13 mujeres infectadas por cada diez hombres infectados. En el África sub-Sahariana, el VIH/SIDA está quitando a la región sus productores de alimentos y sus campesinos. Las mujeres tienen una carga particular: como las responsables del hogar, asumen el cuidado de los enfermos en la familia. El número de niños jefes de hogar se está incrementando. La comunidad rural también tiene una carga significativa, ya que los que se infectan con el virus de las áreas urbanas suelen regresar a sus aldeas cuando se enferman para que las familias los cuiden. El VIH/SIDA impone un estrés significativo sobre la familia, en la producción de alimentos, el empleo y el acceso a la alimentación. La falta de cuidado adecuado para esta enfermedad y otras situaciones, como el recorte en programas de extensión rural que antes proveía servicios de salud en las áreas rurales, han incrementado la carga de trabajo de las mujeres y están amenazando la seguridad alimentaria.

El incremento de mujeres jefas de hogares está vinculado con la mezcla de desafíos relacionados con la producción, el suministro y la oferta de alimentos. Por ejemplo, las mujeres son las encargadas principales de aproximadamente un tercio de los hogares rurales en la África sub-Sahariana. El hecho de que el hogar encabezado por una mujer tiene menor tierra y capital que los dirigidos por hombres significa que el incremento de hogares con mujeres a la cabeza está correlacionado con un aumento de la inseguridad alimentaria y de la desnutrición en general.

La agricultura de riego utiliza aproximadamente 70 por ciento del uso total de agua en el mundo; en muchos países de bajo ingreso esta proporción llega hasta 90. Al mismo tiempo, el agua disponible para la agricultura está en declive por la combinación de una disminución en la disponibilidad del líquido de buena calidad y una mayor competencia para el agua disponible. Tradicionalmente, las mujeres en el sector rural también buscan y transportan el agua, y han tendido a atravesar mayores distancias para encontrarla.

Las mujeres indígenas enfrentan desafíos particulares como uno de los sectores más empobrecidos y oprimidos de la sociedad. Como guardianas de un conocimiento tradicional, las mujeres indígenas tienen una relación crítica con los recursos naturales, la tierra, el agua y la seguridad alimentaria. Sin embargo, siguen siendo excluidas de las políticas creadas por los modelos dominantes enfocados al crecimiento económico. En donde los gobiernos han confiscado tierra de comunidades campesinas e indígenas usando la fuerza, como en Guatemala, las mujeres han sido víctimas de una variedad de abusos como el desplazamiento, la violación y la tortura.

Los derechos de las mujeres y la soberanía alimentaria en apoyo al derecho a la alimentación. Las normas internacionales de derechos humanos, como el Derecho a la Alimentación (ratificado en 1948), el Convenio sobre la Eliminación de Todas Formas de Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés, adoptado en 1979) y la Plataforma de Acción de Beijing (1995), en vez de servir como la base para políticas micro y macroeconómicas, son casi totalmente ignorados. El ingreso y el espacio político que los gobierno necesitarían para cumplir los compromisos en materia de derechos humanos se disminuyen a causa de las políticas de comercio internacional y de inversión que se están negociando (o que ya han sido determinadas) dentro de las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio.

En el CEDAW los gobiernos se comprometieron a poner especial atención a las necesidades de las mujeres rurales, a eliminar la discriminación en las áreas rurales, y a asegurar el acceso a la salud, la seguridad social, la capacitación, la educación, los préstamos, la tecnología, el agua, las condiciones adecuadas de vivienda, el saneamiento, la vivienda, el suministro y el transporte para las mujeres. En la Plataforma de Beijing, firmada por todos los miembros de Naciones Unidas en 1995, los gobiernos se comprometieron a asegurar que el comercio no tendría un impacto adverso sobre las actividades económica de las mujeres (tanto nuevas como tradicionales); a realizar análisis de impacto en género en el diseño de políticas económicas para garantizar equidad en oportunidades para las mujeres; a realizar reformas legislativas que aseguren a las mujeres los derechos equitativos en el acceso a los recursos económicos (incluyendo la propiedad, el crédito y la nueva tecnología); a medir el trabajo no remunerado en las parcelas familiares; a reconocer y fortalecer el papel de la mujer en la seguridad alimentaria y como productora, además de apoyar a las mujeres indígenas y revalorar el conocimiento tradicional.

Sin embargo, la privatización, la liberalización y las condiciones desiguales de comercio e inversión en el área de la agricultura han llevado al dumping (exportaciones a un costo más bajo que la producción), a la concentración de las corporaciones que distorsiona los mercados, a precios bajos para los productos básicos y a la falta de espacio político. Todo esto ha ejercido un efecto negativo en la habilidad de los gobiernos a cumplir con los compromisos de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación (incluyendo los que apoyan los derechos de las mujeres).

Parte de un trabajo publicado en la revista Territorios, año 2, número 2, de octubre de 2007, editada por el Instituto de Estudios Agrarios y Rurales de Guatemala. Traducción del inglés de Jill Replogle.