Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de noviembre de 2008 Num: 716

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Andrea Camilleri: actualizando el referente
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Siete poemas
LEDO IVO

Del Chavo del Ocho a la efedrina
JUAN MANUEL GARCÍA

Carlos Fuentes: La memoria y el deseo
ANTONIO VALLE

El pensamiento de Hermann Keyserling
ANDREAS KURZ

La filosofía en México ¿para qué?
GABRIEL VARGAS LOZANO

Gays de California, ¡uníos!
ROBERTO GARZA ITURBIDE

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

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Hugo Gutiérrez Vega

EL EDÉN SUBVERTIDO (II DE VII)

Me pregunto cómo sería el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, en Aguascalientes, donde Ramón seguía sacando buenas notas y participando en las reuniones latinistas. Sus regresos a Jerez y las tertulias familiares le dieron los primeros versos, y el conocimiento de Josefa de los Ríos, ocho años mayor que él, y muy pronto transfigurada en la mujer emblemática de nuestro poesía moderna: Fuensanta, “nuestra señora de las ilusiones”, la del “recuerdo propicio”, la de “la piedad cristiana”, la que tal vez no conocía el mar y “otorgaba la emoción” al joven ya entregado a usar las palabras para expresar un amor informe, hecho de agua, que poco a poco iba (Gorostiza dixit ) , tomando la forma del vaso que la contenía. Aquí me detengo para consignar dos fechas: 16 de marzo de 1880, el nacimiento de Fuensanta (muchos años más tarde “resucitada y con sus guantes negros” en el aire dramático del Valle de México), y el 15 de junio de 1888, el nacimiento de López Velarde, “un hombre débil, un espontáneo que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo”. Sus “mustios corazones” nunca estuvieron “en la tierra juntos”, pero el varón soñó con la culminación de un amor que cimentaría “la fábrica de los universos”; un amor santificante de la persona amada “periférica y total”, como los de Catulo, Dante, Petrarca, Garcilaso, Lope, Bécquer, Lesbia, Beatriz, Laura, las pastoras, Lucinda y la desconocida de las manos tras la ventana.

“Me arrancaré, mujer, el imposible amor de melancólica plegaria”, dice el primer poema que publicó cuando ya estudiaba en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes, aprobando las disciplinas científicas y siendo reprobado en literatura por un dómine tan perspicaz como el burócrata obtuso que reprobó a Owen cuando presentó su examen de redacción castellana en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Como nadie es perfecto y había que hacer carrera (todos los interesados en las humanidades sólo tenían, para encauzar su inquietud, la carrera de Derecho), fue a San Luis para estudiar en el Instituto Científico y Literario, casa positivista que más tarde regresó a la tradición universitaria. Muere su padre y regresa al pueblo por unos días. En 1915, al evocar la Plaza de Armas del “edén subvertido”, habla del “lúcido hogar en que nacieron y murieron los míos”. Publica por aquí y por allá sus primeros poemas, artículos políticos y ensayos. La amistad con Eduardo J. Correa lo hace conocer la oposición al viejo dictador ilustrado y rodeado de científicos de la Iglesia positivista, y los primeros esfuerzos maderistas a los cuales se une, militando con entusiasmo. Recientemente, Juan José Arreola publicó un estudio sobre el revolucionarismo de nuestro poeta, enfrentando así los viejos y reiterados lugares comunes sobre sus supuestas tendencias reaccionarias. Estas tonterías siempre ignoraron la prosa del poeta y, sobre todo, el luminoso ensayo que tituló “Novedad de la patria.” Por otra parte, su actitud frente a la tradición era el producto de su catolicismo, pero también la concebía como un capitel y no como una lápida, al contrario de la posición reaccionaria inmovilizada en el tiempo yerto, para que no se muevan esos privilegios a los que pomposa y tramposamente llama “valores morales”. No se sabe a ciencia cierta si López Velarde participó en la redacción del Plan de San Luis; en cualquier caso, lo apoyó al acreditarse como defensor de Madero. Se me ocurre que el aspecto más revolucionario de su pensamiento político está expresado en ese ensayo. De una manera virgiliana y originalísima, nos dice (y esta afirmación adquiere una actualidad sobrecogedora en estos momentos de discordia, violencia, crueldad neoliberal e insensatez civil): “Miramos a la patria hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra.” El pensamiento de Ramón que se hermana con el anarquismo, da a la noción de patria su sentido más humano, inmediato y entrañable; combate la pomposidad de los demagogos y alienta a los reformadores y a los defensores de la solidaridad. Libertario y religioso, cristiano de la más profunda de las maneras, el poeta maderista comprendió que el momento dorado de la elección y el breve gobierno del más puro e idealista de nuestros políticos (casi “a la altura del arte”, como el emperador Cuauhtémoc) tenía, como afirma Schiller, una altísima calidad estética.

(Continuará)

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