Usted está aquí: viernes 21 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Desierto adentro

Ampliar la imagen Fotograma de Desierto adentro, que aborda los estragos del fanatismo Fotograma de Desierto adentro, que aborda los estragos del fanatismo

Luego de haber explorado en su primer largometraje, La zona, los asuntos de la intolerancia y la paranoia colectiva en un medio urbano, el realizador uruguayo Rodrigo Plá aborda en Desierto adentro una temática similar, los estragos del fanatismo, esta vez en un medio rural inhóspito y en el contexto de la guerra cristera. La película abarca 16 años de historia nacional (1926-1942), pero no se detiene a analizar los sucesos políticos –el tránsito del caudillismo al nacionalismo revolucionario, y luego al gobierno de Ávila Camacho–, sino se concentra en las desventuras de una familia y en el desvarío mental de su figura patriarcal.

El empeño del campesino Elías (Mario Zaragoza) de bautizar a su recién nacido, Aureliano, en medio de una cruenta persecución religiosa, con poblados incendiados, cierre de templos, saqueo de los mismos y prohibiciones del culto público, acarrea de inmediato la desgracia no sólo para los suyos, sino para toda una comunidad, que es masacrada por el ejército federal. Lo que sigue es el exilio del hombre y lo que le queda de familia hasta un lugar desolado (desierto adentro), donde siente el llamado celestial de construir una iglesia. Ese lugar apartado de todo comercio humano, de espaldas al acontecer histórico, es también un espacio de expiación, pues Elías no puede evitar sentirse culpable de la tragedia colectiva que ha causado.

Entre las novedades de esta cinta, narrada en episodios, figura el recurso a la animación, suerte de realismo mágico que transforma los exvotos dibujados por el talento infantil de un Aureliano enclaustrado en vivas animaciones que posteriormente se integrarán al retablo que adornará la nueva iglesia. El deseo de Elías de confinar a su familia en esta desolación rural, apartándola de todo propósito ajeno al de dedicar su vida entera a rendir culto a Dios, tiene una filiación evidente con los delirios patriarcales en El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein, pero sólo en lo que se refiere a la intransigencia enfermiza del protagonista.

La personalidad de Elías es aquí compleja y atormentada: ama a sus hijos, pero los castiga y se flagela por el perdón que no llega; se inventa amenazas exteriores (la alergia al polvo del desierto que obliga al encierro de su hijo menor) y descubre la semilla del mal en la relación incestuosa de ese mismo hijo con su hermana. Una espiral de calamidades conspira contra su salud mental, y los efectos de este desasosiego moral recaen sobre sus hijos, quienes penosamente buscan una liberación personal.

La música de Jacobo Lieberman y Leonardo Heilblum participa de esta obsesión colectiva que multiplica las apariciones celestiales, las premoniciones del castigo y el vislumbre de la redención y la pureza. Destacan las actuaciones de Mario Zaragoza, Diego Cataño y Luis Fernando Peña, y también la dirección de arte, que logra recrear en el desierto un microcosmos alucinante, con la construcción de la iglesia como contrapunto novedoso de la desintegración de una familia. Al final, una cita de Nietzsche alude al desierto interior del protagonista, prisionero de su obstinación destructora. Desierto adentro obtuvo merecidamente el premio a la mejor realización en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara.

 
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