Usted está aquí: viernes 21 de noviembre de 2008 Espectáculos “Todos tenemos aptitud musical, pero en las culturas que vivimos la aniquilan”

■ El estado onírico de mis canciones sale sin pensar, afirma Juana Molina en entrevista

“Todos tenemos aptitud musical, pero en las culturas que vivimos la aniquilan”

■ La cantante argentina se presenta hoy en el Lunario del Auditorio Nacional, a las 22 horas

Tania Molina Ramírez

Ampliar la imagen Mientras más hago lo que siento, la gente disfruta; hay una comunicación más verdadera, expresó Juana Molina, quien con su música parece ir en contraflujo del ritmo frenético del mundo Mientras más hago lo que siento, la gente disfruta; hay una comunicación más verdadera, expresó Juana Molina, quien con su música parece ir en contraflujo del ritmo frenético del mundo Foto: Cortesía de la artista

La música de Juana Molina envuelve, cobija, como manta suave, vaporosa; provoca cierto estado de ensueño. Parece ir en contraflujo del ritmo frenético del mundo.

Juana Molina era muy exitosa con los programas de televisión (como de parodia) que realizaba en su natal Argentina. Pero decidió dejarlo todo y enfocarse a lo que siempre quiso hacer: música. Sin embargo, ya estaba sedimentada la imagen que la gente tenía de ella. No la tomaron en serio. Una radio en Los Ángeles, que transmitía sus canciones, la hizo tomar la decisión de ir a vivir a la ciudad californiana. Luego David Byrne la invitó de gira con él, y meses después el prestigioso crítico jon Pareles, de The New York Times, puso su disco Tres cosas (Domino) entre los 10 mejores de música pop de 2004.

Respecto del estado onírico que provoca su música y la sensación de que va en contraflujo del ritmo frenético, dijo en entrevista telefónica desde Buenos Aires: “No es voluntario, me sale sin pensar”. Curiosamente, ella misma entra en estados parecidos cuando graba sola (voz, guitarra, teclado y computadora). Con el disco Segundo “estaba tan metida, compenetrada con lo que hacía, que había veces que me quedaba medio dormida y hacía las cosas medio soñando; era muy raro el estado, pero no podía dejar de grabar. Había cosas que oía al día siguiente y decía:‘¿y esto de dónde salió?, ¿cuándo lo hice?’ Era un estado de inconsciencia total. Lo hace único en el sentido de que sólo yo puedo estar en mi cabeza”.

Ser uno mismo

Después, a la hora de editar, aparecen “los censores”, como los llama Molina: “Se amilana un poco; hace 10 años no me atrevía a hacer cosas y ahora me arrepiento, porque después algunos músicos incursionaron en ese camino”. Menciona el caso de Misterio uruguayo, que tenía “voces que me parecían demasiado extrañas”; terminaron quedando “en un plano muy lejano, y si ahora hubiera mezclado el disco, estarían más presentes”.

La artista fue cobrando seguridad, se fue afianzando: “Me doy cuenta de que cuanto más uno es uno mismo, mejor te va, aunque eso no signifique estadios ni teatros enormes”.

Con los años se dio cuenta de que “mientras más hago lo que siento, es cuando la gente disfruta más; como que hay una comunicación más verdadera cuando uno realmente entrega lo que tiene sin tratar de... sin especular, sin anticiparse a lo que los demás van a pensar, ni poner filtros entre lo que uno es y lo que debería ser”.

En escenario, claro, no puede representar ese estado anímico, por tanto toma lo esencial de cada canción y la recrea, “de manera que es reconocible, pero se interpreta de otra manera, porque los discos son únicos”.

Algunas canciones, siguió, “fueron mutando, y de golpe encontraron forma final. Sálvese quien pueda, que siempre toco, no la puedo mover de la forma que tomó, pero tardó tres años de shows en vivo tomar esa forma, como si hubiera nacido, desarrollado y cristalizado”.

Otras piezas “todavía están en vías de desarrollo, y otras ya nacieron con su versión final, pero de ésas no toco ninguna”.

La influencia musical primordial de Juana Molina le llegó en casa: “Mis padres escuchaban mucha música, ponían discos día y noche, muy variados, de todos los géneros; eran casi melómanos. Toda esa música me nutrió sin saber bien qué despertó en mí cada una de esas cosas. Hay músicas que influyen más que otras; me hace suponer que uno tiene receptores que enganchan con lo que llega de afuera”.

Descubrió, por ejemplo, que le interesaba mucho la música que era llevada por un pedal (drum, en inglés), música que sobre una nota se pueden cantar infinitas canciones. “No me gusta la música llena de acordes, como el jazz moderno, que ellos (padres) escuchaban mucho; a mí más bien me torturaba.

“Me gusta la complicación rítmica siempre y cuando no sea complicación sólo por serlo, sino porque es entreverado. Las polirritmias siempre me han atraído mucho sin saber bien por qué. Un periodista me hablaba de las polirritmias del disco (más reciente, Un día). No sabía de qué me hablaba porque no es que haga nada a propósito (no tengo para una idea de lo que voy a hacer), son los ritmos que me salen y nunca me había dado cuenta que eso formaba polirritmias.”

Todos somos estrellas

“Creo que todos tenemos aptitudes musicales, pero en las culturas en las que vivimos eso se aniquila. No creo que sea casualidad que en la mayoría de las culturas en África todos cantan, todos tienen ritmo, swing. Y todos cantan en conjunto, lo que no existe en nuestra cultura. Mi hija va a una escuela en la que todos forman parte del coro, los que no saben cantar aprenden. Todos tenemos musicalidad, pero hay que inculcarles (a los niños) que pueden hacerlo, hay que hacerlos cantar”, dijo Juana Molina.

“Cada uno debería (expresar su musicalidad) a su manera, no como otros; ahí se da su individualidad. No sé cuál sea el resultado, pero (algo así) como una gran comunidad musical donde lo que cada uno haga musicalmente sea parte de su personalidad. No sé qué pasaría. Quizá se caigan unas estrellas. O seamos todos estrellas.” Juana Molina se presenta hoy a las 22 horas en el Lunario del Auditorio Nacional. Entrada: 250 pesos.

 
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