Usted está aquí: domingo 9 de noviembre de 2008 Opinión A la orilla del cielo

La Muestra

Carlos Bonfil
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A la orilla del cielo

Ampliar la imagen Los actores Tuncel Kurtiz y Nursel Köse en una escena de la cinta Los actores Tuncel Kurtiz y Nursel Köse en una escena de la cinta Foto: Tomada de Internet

Con sólo dos largometrajes de ficción y un documental, el joven alemán de origen turco Fatih Akin se ha vuelto en poco tiempo uno de los realizadores más originales del cine europeo actual. Su cinta anterior, Contra la pared (Gegen die Wand, 2006), tuvo buena acogida en varios festivales de cine y una salida comercial exitosa. A diferencia de otros colegas suyos en Alemania, este realizador no sólo captura el estado anímico de su cultura natal germana, con los sacudimientos e interrogantes posteriores a la caída del muro de Berlín, sino también las inquietudes de una comunidad turca, inmigrantes o personas como él, productos de un mestizaje cultural, con dilemas de identidad y experiencias de desarraigo. Su cine tiene, como tema central, las dificultades de comunicación de los personajes y sus esfuerzos por encontrar, al menos en el terreno afectivo, una forma de entendimiento.

A la orilla del cielo es la segunda entrega de una trilogía cuyo inicio es Contra la pared, y su final, una cinta, apenas concluida, que llevaría como título Basura en el jardín del Edén. Una exploración de tres obsesiones temáticas: el amor, la muerte y el mal. A la orilla del cielo está dominada, en efecto, por el fantasma de la muerte. No hay al respecto sorpresa ni suspenso. El director divide su cinta en tres segmentos, anunciando en el título de dos de ellos el fallecimiento de algún protagonista que el espectador aún no conoce. Lo importante no es tanto el desenlace, como la geometría del azar que, luego de coincidencias y desencuentros, conduce a la salida fatal prevista por el narrador omnisciente. En Bremen, una mujer turca, Yeter, decide prostituirse para asegurar la educación de su hija, que sin saberlo la madre prefiere correr en Estambul los riesgos del activismo político. Alí, un inmigrante viejo, termina en la cárcel por matar accidentalmente a Yeter, convertida en su amante, y a quien pretendía ayudar. Su hijo, Nejat, un profesor alemán de origen turco (alter ego del cineasta), elige partir a Turquia para cumplir los deseos de Yeter y expiar las culpas de su propio padre. En dirección opuesta, Ayten, la hija activista, busca en Alemania a su madre, ignorando todo lo sucedido, sólo para provocar involuntariamente la desgracia de dos mujeres.

En este estupendo drama de la incomunicación, el director combina los temas del duelo y la frustración amorosa, con una mirada irónica a la burocracia y al autoritarismo en Turquía. La violencia latente en las calles es sólo una expresión magnificada de los temores y recelos de personajes incapaces de encontrar un equilibrio anímico. Nejat es el silencioso observador de este malestar generalizado; su encuentro efectivo con Susannne (una Hanna Schygulla formidable), madre de esa activista turca amante de su hija, simboliza de modo un tanto esquemático pero efectivo, la urgencia de un diálogo civilizado entre dos países; en este caso, las dos patrias del cineasta.

 
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