Usted está aquí: viernes 7 de noviembre de 2008 Cultura Rinden al renacentista Correggio un homenaje jamás visto: experto

■ Su arte no es conocido por el gran público

Rinden al renacentista Correggio un homenaje jamás visto: experto

Alejandra Ortiz (Especial para La Jornada)

Parma. La ciudad de Parma, ubicada al norte de Italia, famosa por sus glorias culinarias –patria del queso parmesano, embutidos y pastas excelsas– y menos por sus tesoros artísticos, desde el pasado 20 de septiembre y hasta el 25 de enero de 2009 conmemora a uno de los exponentes del Renacimiento: Antonio Allegri, conocido como Correggio (1489?- 1534), nombre que deriva de su ciudad natal, que se halla a unos kilómetros al este de Parma.

Aunque Correggio ha sido venerado por artistas, críticos, escritores y eruditos de todos los tiempos, su arte permanece al margen del conocimiento del gran público.

La génesis de la exposición de la obra de Correggio, bajo la curaduría de Lucia Fornari Schianchi, no ha sido fácil. Pensada para mostrarse después de la exitosísima exhibición dedicada al discípulo Parmigianino, en 2003, debió ser pospuesta por la tensión que se generó en la ciudad ante el escandaloso caso de la acusación contra Calisto Tanzi, quien declaró en quiebra fraudulenta su empresa Parmalat, generando una deuda de 13 mil millones de euros y dejando sin ahorros a 130 mil personas.

Según el crítico Vittorio Sgarbi, “la programación de la muestra Correggio y la antigüedad, presentada en Roma (en la Galleria Borghese) este verano, estimuló la necesidad de concretar el plan inicial en Parma, que presenta el homenaje más completo nunca dedicado al artista”.

La visita a la exposición se puede dividir en dos bloques que se complementan: el primero, concentrado en el Palazzo della Pilotta, sede de la Galleria Nazionale, ofrece su obra “transportable” (pintura y dibujos), presente casi en su totalidad gracias al préstamo que hicieron reconocidos museos como el Gemäldegalerie, de Dresde; Kunsthistoriches, de Viena; la National Gallery, el Louvre, el Met, el Hermitage, y las galerías Uffizi, Brera y Borghese, entre otros. La muestra sigue un orden cronológico que se entrelaza con la recreación del ambiente histórico y artístico en el que se movió el pintor: todo se concentró en la llanura paduana, entre Parma, Correggio y Mantua.

El segundo bloque está conformado por su obra “fija”, es decir, los frescos de la Cámara de San Pablo y de las cúpulas de la iglesia de San Juan Evangelista y de la catedral, que en esta única ocasión el visitante tiene el privilegio de presenciar de cerca, gracias a los andamios armados a 20 metros del piso (con la posibilidad de usar un elevador para quien no pueda subir), valorizados por la iluminación del director de fotografía, Vittorio Storaro, lo que permite no sólo estar en la misma posición en la que operó Correggio, sino además admirar con profundidad la técnica, los detalles, la intensidad de los colores, la fisonomía de los personajes y hasta ciertas bromas que el pintor hizo para divertirse –imposibles de observar desde abajo–, como la mueca de enojo de un angelito que no logra salir de la nube porque se lo impide el pie de la protagonista de todo el ciclo pictórico: la mismísima Virgen en ascensión a los cielos y patrona de la ciudad. Tres obras maestras que señalan la etapa madura de la producción correggesca en aquel prolífico decenio que vivió en Parma (de 1519 a 1530).

La maldición vasariana

Correggio no fue un artista que emergiera de inmediato; su fama se fue entretejiendo lentamente y por ello quedó en la sombra.

El artista murió inesperadamente en 1534. Su notoriedad ascendía cada vez más, como lo demuestran las comisiones de los ciclos pictóricos en los edificios más importantes de Parma, así como los encargos “paganos” (de un erotismo inusitado) que le hicieron los duques de Mantua: primero Isabella d’Este, apasionada coleccionista y una de las mujeres más notables del Renacimiento, para su studiolo en 1531 –ya adornado con las obras del Perugino, Mantegna y Bellini–, y poco después su hijo Federico Gonzaga, quien donaría la serie de los Amores de Júpiter a Carlos V.

Sin embargo esto no fue suficiente. Haber trabajado en un área periférica, lejos del centro gravitacional de ciudades como Roma o Florencia, o no haber estado al servicio de una corte poderosa, le impidió tener reconocimiento.

La falta de documentos dejó campo libre a las leyendas locales que describían a Correggio como sombrío, introvertido, genius loci, surgido por la milagrosa partenogénesis de la tierra paduana.

Con esta escasez de datos, el toscano Giorgio Vasari presenta a Correggio en su obra comúnmente abreviada como Le Vite (dos ediciones: la de 1550 y la del 1568), uno de los textos fundamentales de la historia del arte, concebida como una enciclopedia monográfica desde Cimabue hasta su tiempo.

La grandeza de Correggio consiste en haber contribuido a renovar el arte universal, como lo hicieron sus colegas Miguel Ángel, Rafael, Leonardo o Tiziano.

Para mayor información sobre la exposición, consultar el sitio: www.mostracorreggioparma.it

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