Usted está aquí: miércoles 29 de octubre de 2008 Opinión La crisis de la globalización y la religión

Bernardo Barranco V.

La crisis de la globalización y la religión

La recesión y la crisis internacional financiera presentan una nueva oportunidad para revisar no solamente los modelos económico sociales de la globalización, sino sus fundamentos y tentativas civilizatorias. Las grandes religiones y sus estructuras han rechazado los soportes ontológicos de las grandes tendencias del neoliberalismo o liberalismo contemporáneo.

El cristianismo, el judaísmo, y especialmente el Islam, han sido críticos y algunas de sus corrientes internas han generado formas de resistencia que lindan en posturas fundamentalistas. Por ello, bajo la llamada globalización, la relación entre religión y cultura se convierte en asignatura obligada. Resulta, entonces, indispensable analizar con nuevos enfoques la tensión aparentemente contradictoria entre la pérdida de vigencia de lo religioso, por un lado, y por otro su relevancia en la aldea global desde las nuevas dinámicas de un pujante pluralismo religioso bajo sociedades multiculturales.

Mientras la globalización mira con cierto desdén las culturas locales, tiende a homogenizarlas mediante la lógica de los mercados, de los comportamientos y hábitos homogenizantes del consumo; el individuo es exaltado por la capacidad adquisitiva, prestigio y poder simbólico que se adquiere a través de la posición que guarda cara al mercado. Que el poder de compra está por encima de los valores tradicionales de las culturas occidentales es uno de los reproches que ha lanzado con fuerza el papa Benedicto XVI, cuestionando esta cultura que relativiza los principios fundantes del cristianismo para exaltar el hedonismo individualista.

La racionalidad científica cede ante la tecnología utilitaria y desechable; los cambios permanentes, la incertidumbre y la violencia generan una mentalidad distanciada tanto de la metafísica, del aristotelismo, de la tradición agustina y de Roma, considerada centro de la Iglesia y productora intelectual de las síntesis del catolicismo. Generadora de una “verdad” rechazada abiertamente por las posturas posmodernas reacias al centrismo y a las nociones absolutas, este pensamiento se mantiene distante de un mundo cristiano platónico.

Hoy la inclinación privilegia los sentimientos sobre la voluntad; las impresiones sobre la inteligencia, la lógica racionalista o irracionalista sobre la moral ascética y prohibitiva.

Si ante la globalización las grandes religiones se sienten amenazadas, especialmente la católica, por sus tendencias homogenizadoras, también ante las corrientes multiculturalistas las estructuras religiosas sienten desconfianza y recelo porque toca y “contamina” sus bases sociales, es decir, sus propios mercados religiosos.

La multiculturalidad como principio acepta toda forma de diálogo e intercambio a causa de un deseo de estar siempre abierto a lo otro, a lo diferente, a sospechar de uno mismo y a desconfiar de lo que sea que quiere afirmar su identidad por medio de la fuerza.

Podemos entonces identificar el multiculturalismo como una importante expresión del pluralismo cultural que promueve la no discriminación por razones de raza o prácticas sociales, la celebración y reconocimiento de la diferencia cultural, así como el derecho a ella. El multiculturalismo ha generado el resurgimiento de movimientos con heterogéneas demandas  sobre derechos de minorías, entre los que ubicamos a feministas, homosexuales, indígenas, discapacitados, nuevas denominaciones religiosas que trabajan por cambios en la legislación de normas que los protejan ante los abusos de los que en nombre de la mayoría han sido objeto.

Por esto el cristianismo no es fácilmente aceptado cuando se presenta como una verdadera religiosa absoluta.

En la Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II han existido corrientes, cada vez más debilitadas, que enarbolaban la inculturación y la construcción de una Iglesia policéntrica que todavía tuvo importantes ecos durante el sínodo que conmemoró el vigésimo aniversario del concilio.

En la actualidad se puede decir que después de haber vivido un largo periodo de contrainculturación, bajo los pontificados de Juan Pablo II, y especialmente de Benedicto XVI, se experimenta un periodo de “exculturación”. Esta exculturación, según la sociologa francesa Danièle Hervieu-Léger, corresponde a que la cultura contemporánea está marcada por la incertidumbre, con su conciencia de la precariedad del mundo y la existencia en una cultura del riesgo.

Según la autora, mientras las sociedades actuales parecen distanciarse de la religión, la postura clerical que ha asumido el pontífice resulta exculturada al tratar de promover valores pasados como fuente de certeza; el regreso a los valores fundantes del cristianismo como alternativa al actual al naufragio cultural.  El regreso a la vieja identidad judeo cristiana precursora de Occidente, cuyo eje, la familia, es uno de los principales núcleos del debate. Sin embargo, la Iglesia se ha venido mostrado impotente para promover esta cultura retroalternativa que ha impulsado y que ha pretendido ofrecer a un mundo escéptico de las promesas cristiana. En suma, la Iglesia ha pedido la gestión religiosa del tiempo y su catolicismo como corpus es débil.

Finalmente, cultura y religión están presentes en la exploración de la realidad contemporánea. Hoy es una necesidad incorporar en los análisis sobre este fenómeno las nuevas dinámicas del pluralismo en el mundo. Quizá el mayor acierto del trabajo del ex asesor del Pentágono, Samuel Huntington, ha sido incorporar lo religioso a sus prospectivas geopolíticos, lo que le ha permitido pronosticar que ante la crisis de las ideologías y los grandes aparatos conceptuales, la religión pasaría a ser el factor decisivo en la geopolítica mundial en tanto fuerza principal de motivación y movilización de las personas. ¿Será?

 
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