Usted está aquí: domingo 19 de octubre de 2008 Cultura Jordi Savall logró una insólita comunión de músicas en el festival Cervantino

Cultura y arte a raudales

■ Se presentó con su ensamble Hespérion XXI y el grupo de son jarocho Tembembe

Jordi Savall logró una insólita comunión de músicas en el festival Cervantino

■ Intercalaron piezas de sus repertorios, pero la magia ocurrió cuando mezclaron fandangos con jaranas, rimas repentistas y la viola da gamba: “distintas músicas con el mismo espíritu”

Pablo Espinosa (Enviado)

Ampliar la imagen El mexicano Tembembe Ensamble y la Capella Reial de Catalunya/ Hespérion XXI, que dirige Jordi Savall, ofrecieron la tarde de ayer, en el Templo de la Valenciana, más que un concierto, una explosión de alegría El mexicano Tembembe Ensamble y la Capella Reial de Catalunya/ Hespérion XXI, que dirige Jordi Savall, ofrecieron la tarde de ayer, en el Templo de la Valenciana, más que un concierto, una explosión de alegría Foto: José Antonio López

Ampliar la imagen Bajo un manto de jaranas e instrumentos europeos renacentistas, la hermosa viola da gamba de Jordi Savall Bajo un manto de jaranas e instrumentos europeos renacentistas, la hermosa viola da gamba de Jordi Savall Foto: José Antonio López

Guanajuato, 18 de octubre. Uno de los conciertos más gozosos en la exitosa historia de la Capella Reial de Catalunya/ Hespérion XXI, que dirige Jordi Savall, ocurrió la tarde del sábado en el Templo de la Valenciana.

Fue muchas cosas más que un concierto: una celebración de la vida, una fiesta de la savia intercultural, una explosión de alegría. Baste decir que mientras hacían sonar su música, todos los instrumentistas y cantantes lo hicieron con una sonrisa inapagable en sus rostros. Igual sucedió con el público. Entre la multitud perlaban gotas brillantes: hubo quienes lloraron por tanta belleza, tanta felicidad. Fue, aún a una semana de que concluya, lo mejor del Cervantino 2008.

Sonó la viola da gamba que trajo a México el maestro Savall, bello instrumento fabricado en el siglo XVI, como solamente suena en las manos de este humanista genial: una música más bella que la belleza, más verdadera que la verdad.

Sonó el arpa de Arianna Savall, su hija, junto al violone de Xavier Puertas, la chirimía de Beatrice Delpierre, el sacabuche de Elies Hernandis, el bajón de Maurizio Barigione, la vihuela de Xavier Díaz-Latorre, el cornetto de Bruce Dickey, las alegres percusiones de Pedro Estevan, ese Rasputín noble.

Entreverados con estos maestros, reconocidos como los mejores en el planeta en su especialidad, sonaron también la jarana tercera, el arpa jarocha, el violín huasteco, el cajón-marímbula, el marimbol, la guitarra de son tercera, la jarana huasteca, la guitarra leona, también conocida como panzona, la vihuela huapanguera, la jarana barroca, la tiorba, las voces, la poesía repentista y el zapateado.

El arsenal sonoro del grupo mexicano Tembembe Ensamble Continuo, cuya límpida trayectoria acusa un afán, ahora conseguido, de demostrar la vigencia del sistema de vasos comunicantes entre la música jarocha y la música antigua española, es decir, la música que constituye el repertorio central de Jordi Savall y su ensamble de excelencia.

Encuentro de Músicas de Fuego & Ayre se tituló el programa. Alternó piezas del repertorio conocido de la orquesta de Savall con piezas del repertorio conocido de Tembembe. Las primeras son conocidas por sus discos y por anteriores presentaciones de Hespérion XXI en México. Sucede lo mismo con las piezas que hizo sonar Tembembe. Lo nuevo consistió en un entreveramiento fascinante: los puentes musicales, aire, los meandros calcinantes de sus requiebros, fuego, y el sistema de vasos comunicantes sobre el cual caminan, se convirtió en encanto, brujería.

Hubo un momento de magia tal que nadie sabía qué de lo que sonaba era jarocho, qué español, qué catalán. Lo dijo Jordi Savall cuando anunciaba una a una las piezas del programa: “se trata de demostrar que estas músicas, aunque provienen de distintas fuentes poseen el mismo espíritu”.

Suena un fandango, suelta la jarana su cabellera al viento. Se escucha el recitar de la poesía repentista en voz de un músico jarocho en pleno templo mientras Jordi lo acompaña con su viola da gamba del siglo XVI y él, botado de la risa a carcajadas, cuando el decimero concluye sus versos preñados de la peculiar picardía jarocha.

Aún cuando dos mujeres, integrantes de Tembembe, ejecutaron zapateado jarocho en medio de los músicos, pese a que lo que sonaba era El balajú, María Chuchena, La iguana, no era una ocurrencia, una concesión de Jordi Savall, uno de esos experimentos que hacen los famosos para ganar más público (por ejemplo, Plácido Domingo cantando mariachi). Para nada y por el contrario, el concierto de Jordi Savall y su orquesta con los músicos jarochos fue un hallazgo afortunado, una celebración musical de calidad extrema. En resumen: un concierto de Jordi Saval, hecho y derecho.

Desde luego que la intervención en público de músicos jarochos junto a estos maestros expertos y consagrados en la música antigua es un milagro de la vida, un regalo inimaginado, una experiencia fascinante, arrolladora, espectacular: ¡Jordi Savall tocando son jarocho! ¡caracho! ¡dioses del Olimpo jarocho-catalán!

Los ángeles suspendidos en su baño de oro a lo alto del altar mayor nunca fueron tan felices.

El sol que llevo por dentro/ se está muriendo de frío/ Se está muriendo de frío/ el sol que llevo por dentro/ Al sentir que no te encuentro/ vivo disperso y vacío.

Los anteriores no son versos de Sor Juana. Tampoco de San Juan de la Cruz. Son versos jarochos, que sonaron en el Templo de la Valenciana bajo un manto de jaranas, instrumentos europeos renacentistas, las sonrisas de esplendor de músicos y público, y encima de este prodigio, la hermosa viola da gamba de Jordi Savall.

Una música más bella que la belleza.

Al final, todo era sorpresa, bullicio, regocijo entre los músicos. El coro entonaba versos que asombraron a Lope de Vega, las Seguidillas en Eco, y antes una guaracha y antes un fandango español, que Jordi Savall explicó al público era de los favoritos del mismísimo Casanova, quien era feliz con esta música, porque, decía ese hombre que amó a las mujeres, difícilmente se resistían las damas después de un buen fandango como este.

Sonaron las sonrisas de los músicos, hicieron eco en las sonrisas del público. Flotaban luces sobre las cabezas de la multitud, mientras el coro culminaba el recital en un efecto de voces de ángeles que se desinflan: un suspiro, un acompasado, cálido y pleno de ternura aaaayyyy.

Y así terminó el concierto, con un gran, hondo, heniesto, amoroso, profundo suspiro.

 
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