Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de octubre de 2008 Num: 709

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poemas
ARNOLDO KRAUZ

Voces
YANNIS DALLAS

Velvet Revolver y Libertad
SAÚL TOLEDO RAMOS

John Connolly: victorias pírricas
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

Cantata (fragmento)
CARLES DUARTE

João Guimarães Rosa: gran señor y gran señora
RICARDO BADA

Los cien años de João Guimarães Rosa
HAROLD ALVARADO TENORIO

Bordar canciones
JUAN MANUEL GARCÍA entrevista con JUANA MOLINA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Persona

Mucho se ha escrito y dicho acerca del filme inmortal de Ingmar Bergman; sin embargo, poco ha alcanzado la precisión de lo escrito en su momento por Susan Sontag. La autora estadunidense ponderaba que la película, más que desarrollar una historia como tal, entrañaba la exposición de “algo que es, en cierto sentido, más crudo y más abstracto: un cuerpo en torno al cual se aglutina un tema”. Sontag dejó claro que la narrativa de Bergman, que a juicio de muchos alcanzó su cenit en la película que en 1966 protagonizaran Liv Ullmann y Bibi Andersen, enarbolaba una manera distinta de acercar la experiencia fílmica al espectador: antes que convidarlo de un relato convencional, atado a los cánones de un realismo unívoco, lo inmiscuía en una travesía entre cuyas repercusiones se cuenta la reconsideración de sus propios procesos perceptivos. La audiencia de esa cinematografía (y para el caso, de cierta narrativa y de cierta teatralidad) habría de considerarse desafiada en su aproximación al objeto artístico, y habría de pensar lo presenciado como una fuente temática, de la que brotarían estímulos varios, más que como un discurso cerrado sobre sí mismo.

A más de cuatro décadas del lanzamiento de la película de Bergman y de la publicación del ensayo de Sontag, Daniel Giménez Cacho, en contubernio con las actrices Laura Almela y Mariana Giménez y otros componentes de la compañía El Milagro, ha decidido trasladar su mirada sobre el filme al territorio de las tablas. Su versión de Persona, que se presenta en el teatro que la compañía ha inaugurado recientemente, cuenta de inicio con una particularidad: las dos actrices han ensayado y pueden encarnar a cualquiera de las dos protagonistas: la actriz Elisabet Vogler, que tras un severo colapso nervioso se ha sumido en un estado cercano al autismo, y la enfermera Alma, encargada de cuidarla. El rol que cada una ha de incorporar se deja al azar: es un volado lo que determina el cauce de cada función.


Ingmar Bergman. Cortesía: elpais.com

Difícil partir de un trabajo genial y reconocible sin pasar por lo tributario, pero en la dirección de Giménez Cacho se perciben rasgos de autonomía más o menos afortunados en lo que pretenden construir. El director renuncia al oropel, consigue de Gabriel Pascal una iluminación atemperada, casi sin cambios (que recuerda los trabajos postreros de Ludwik Margules), crea un espacio esencial y austero y renuncia a los personajes secundarios para grabarlos en off. Los tracks, necesarios para la adaptación al principio de la puesta, se vuelven contra la propuesta por una razón central: son un artificio claro en medio de un relato escénico que busca desmarcarse por completo de ellos. Porque los efectos que muchos ubicarían como inherentes a la teatralidad se han derogado; las actrices terminan de vestirse en escena, recorren ambientes no recreados salvo en su imaginación, transitan el tiempo sólo a través de la enunciación franca de esa transición. Allí, sin dudas, radica la particularidad de la adaptación. En su apropiación de un discurso señero a través de la palabra, en la relación que las intérpretes establecen con esa palabra dramática, en el desentrañamiento riguroso del contraste entre el verbo –encarnado en la necesidad de Alma por ser escuchada verdaderamente– y el silencio –al que ha optado Elisabet para evitar la despersonalización definitiva.

Justamente ante eso pudieran surgir interrogantes. ¿Es esta indagación de la palabra y del silencio más importante que la lucha por la preservación de la identidad de Elisabet y Alma para Giménez Cacho y para su equipo? ¿Hasta qué punto esta disección ha relegado otras líneas temáticas a un plano secundario? Los seguidores y estudiosos de la filmografía bergmaniana pudieran esgrimir –como ya lo han hecho– que la ecuación implica un allanamiento reduccionista del asunto fundamental de la película. Pero los frutos de esta expugnación están a la vista. Sin rehuir el melodrama, aunque a veces abusen de este registro tonal, Laura Almela y Mariana Giménez (Alma y Elisabet en la función presenciada) construyen con ahínco y precisión una cosmovisión compartida: la que enfatiza críticamente el vínculo de la mujer con sus obligaciones sociales, con la pulsión de sus deseos y con la asunción plena de su personalidad. Con momentos notables, las dos actrices rubrican una empresa escénica que hace del rigor y de la organicidad sus señas particulares.