Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de septiembre de 2008 Num: 708

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las novelas del corazón
EDITH VILLANUEVA SILES

Ceniza del verano
NIKOS-ALEXIS ASLANOGLOU

Vida y poesía de Umberto Saba
RODOLFO ALONSO

Poemas
UMBERTO SABA

La librería de Umberto Saba
MARCO ANTONIO CAMPOS

La utopía de la Raza Cósmica
ALBERTO ORTIZ SANDI

El bardo poligenérico
RICARDO VENEGAS entrevista con RODOLFO HINESTROZA

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Columnas:
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Bemol Sostenido
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LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
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Dos rutas dos (III de IV)

A Fernanda Solórzano

“De la Roma a la Romo”, dijo Rafael cuando, a bordo de un vehículo descapotado y en movimiento, los protagonistas de la película rompieron a cantar, a voz en cuello, una de esas rolitas pegajosas y cursis que en los años ochenta le dieran tanta fama a Daniela Romo, baladista hoy periclitada. Sentados a un lado y a otro de Rafa, de muy buena gana Silvestre y este juntapalabras soltamos la risa, pues como es habitual en él, nuestro colega (respecto del uso apropiado de este sustantivo, véase el texto al final) había dado en el blanco.

Frente a nosotros un trío de personajes llamados Ecuador (Luisa Sáenz), Andrés (Héctor Arredondo) y Pato (Andrés Almeida), protagonistas de 40 días (México, 2008), se desplazaban de un sitio a otro en alguna carretera estadunidense, habiendo salido de la colonia Roma en Ciudad de México. La ocurrencia de Rafa resumía, de manera por demás lúdica, aquello que mirábamos y que configuraba una road movie en toda regla, es decir, una en donde la fuerza dramática del relato no está librada exclusivamente a la mayor o menor fortuna con la que el perfil de los personajes de carne y hueso ha sido trazado, ni tampoco a la mucha o poca pericia con que dichos personajes son puestos a interactuar, ni solamente a qué tan inusual, llamativo o extraordinario es aquello que los tales personajes experimentan diegéticamente. Una road movie, pues, en la cual además de contar con todo lo anterior, por lo menos a suficiencia, el director –Juan Carlos Martín, a quien debe recordarse por el documental Gabriel Orozco–, echa mano de los haberes propios del género, tales como el paisaje y sus constantes transformaciones en función del desplazamiento de los protagonistas, el intercalamiento de los espacios abiertos y cerrados de acuerdo a la trayectoria geográfica de aquéllos pero, sobre todo, echando mano a un nivel más profundo de la idea misma del viaje y el movimiento. Al tiempo que con el uso de los anteriores recursos da un contrapeso al desarrollo narrativo, siendo éste más bien pausado y de bajo tono, Martín consigue imprimirle a la cinta un ritmo, una densidad y una atmósfera generales que se avienen con el que parece ser el principal interés de la historia que se cuenta: la oposición entre movilidad e inmovilidad pero no en términos meramente físicos sino intelectuales.

Paradójicamente, son por cierto las últimas tres cualidades mencionadas –ritmo, densidad y atmósfera– las que Másdeuno considerará fuente de sus desacuerdos o posiblemente deplore. No sería justo, pero tampoco extraño que este segundo largometraje de Martín sea recibido por el público más o menos como sucedió con Ópera –de la cual se habló en las primeras dos entregas de esta serie–, así sea sólo por las similitudes que guardan, tanto reales como nada más aparentes. Para comenzar con las primeras, 40 días tampoco ofrece una anécdota extensa, y más bien se ciñe a un punto de partida de sencillez apabullante: éranse tres viejos amigos que un día y sólo porque sí, deciden hacer un viaje en automóvil a Estados Unidos.

*

digamos que cabe la posibilidad de que este juntapalabras llame “colegas” a Silvestre y a Rafael, así sea por el mero, simple y mínimo pero significativo hecho de coincidir –lo cual ha sucedido innumerables veces–, en una sala cinematográfica, y esto no debido a que nuestros domicilios estén tan cerca que solamos coincidir, ni precisamente a causa de una amistad en efecto verirficable, pero no concitadora de acuerdos para ir al cine juntos. Si esa primera causa no fuera suficiente, súmense las siguientes: una, que ninguno de nosotros tiene la ventura de llamarse Fernanda ni de apellidarse Solórzano; dos, que por ende no somos susceptibles de recibir besos del diablo provenientes de quien tiene el pésimo gusto, la arrogancia y la ceguera infinita que hace falta para, en materia de crítica cinematográfica, pensarse a sí mismo y a sus bienqueridos/bienquerientes en calidad de últimas chelas en el Azteca un día de clásico futbolero, y a la pobre Fernanda como la única posible heredera de la cubeta chelera para los siguientes partidos. Y tres, que tanto nosotros como Jorge Ayala Blanco, Carlos Bonfil, Javier Betancourt, Gustavo García, Gustavo Moheno y Francisco Sánchez, por citar sólo a los que más pronto vienen a la memoria, tenemos al menos dos opciones para seguir llamándonos colegas: la primera, llamarle de otro modo a lo que hacemos para que Muchagente no se incordie, y la segunda, quizá para felicidad del mismo Muchagente, dedicarnos a otra cosa.

(Continuará)