Usted está aquí: martes 23 de septiembre de 2008 Opinión Modernismo estadunidense

Teresa del Conde

Modernismo estadunidense

El Museo Dolores Olmedo, ubicado en La Noria, Xochimilco,  es lugar destinado a Diego Rivera y Frida Kahlo, hecho que lo convierte de manera automática en espacio turístico, sin dejar de ser un organismo cultural.

Dada la belleza de sus jardines y del núcleo arquitectónico, es muy visitado por extranjeros; los nacionales que solemos asistir lo hacemos porque cuenta con una galería de exposiciones temporales en la que se han presentado muestras de valía.

La vigente ahora proviene de dos museos estadunidenses: el Walker Art Center, de Minneapolis, donde se generó, y el Museo de San Francisco, sede en estos momentos de inevitable exposición de Frida Kahlo, armada en alta medida con piezas de la colección Olmedo.

Salvo excepciones –como la de Edward Hooper– que es pintor de culto, o como el conjunto de Mardsen Hartley, quien por cierto se influyó de México, aparte de las piezas de Alexander Calder, no hay pintores ampliamente conocidos en esta muestra.

Sin embargo, eso no significa que carezca de excelentes obras entre las que destacan las que se inscriben en la corriente Precisionista, caracterizada por entregar visiones geométricas, a veces inspiradas por el cubismo denominado sintético, de construcciones urbanas o ambientes rurales de varios sitios, incluido Nueva York.

Es revelador conocer obras como las de George C. Ault o  Charles Sheeler, así como constatar que en esos momentos (años 30 y 40) una pintora archiconocida y muy venerada, Georgia O’Keefe, hacía grupo con estos pintores que querían ser de su momento, que practicaban la síntesis geométrica, pero que no prescindían de la imagen reconocible, sobre todo en arquitectura.

Entre ellos figura Joseph Stella (nada que ver con Frank Stella), autor de una visión del Puente de Brooklyn deudora  del estilo art decó. También está representado Lyonel Feininger (1871-1956), neoyorquino que perteneció al Blaue Reiter (El jinete azul), uno de cuyos líderes fue Kandinsky, quien dio nombre al movimiento, junto con Paul Klee y Gabrielle Münter, única mujer.

La agrupación de ocho artistas, que formulaban exposiciones invitando a colegas afines a ellos, se dispersó a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Más tarde, Feininger se unió a la Bauhaus de Weimar,  donde fue profesor desde su fundación en 1919.

La Bauhaus vio su ocaso en 1933 y su último director fue el arquitecto Mies van der Rohe.  Tuvo un epígono en el Instituto de Tecnología de Illinois, fundado por Lázslo Moholy-Nagy.

Los trabajos de Feininger   se integraron a la exposición de “arte degenerado” (1937) organizada por los nazis en Munich. Creo que no es del dominio público lo siguiente: esa exposición, también denominada de “arte judeo-bolchevique”, se armó con piezas que se encontraban en museos y galerías de prestigio.

Al año siguiente, buena  parte de ella fue subastada en Lucerna. No pocas investigaciones se han abocado a identificarlas, pues incluía obras de Max Beckmann, Klee, Max Ernst, Oscar Kokoschka, Piet Mondrian y Picasso, dado lo cual la inclusión en esa muestra (que fue antecedida por otras de menor calibre) del estadunidense, no deja de ser un honor.

Volviendo a Los modernismos en La Noria, el hecho de que las obras exhibidas sean por lo general de pequeño formato alerta sobre algo que es posible detectar en varios ámbitos.

Las obras de formato grande pueden ser grandotas, lo que  no las hace grandiosas. Eso es algo que debe tomarse en cuenta para futuros proyectos, pues circula el rumor de que cierto conocido mecenas propone financiar un experimento consistente en la realización de pinturas de al menos siete metros por uno de sus lados, recordando  los lienzos enormes que Fernando Gamboa llevó a Japón, donde no pudieron exhibirse, pues no cupieron en el pabellón que les estaba destinado, así que sólo viajaron, sin siquiera ser desempacados.

Ahora pueden verse en el Museo Felguérez de la ciudad de Zacatecas. El proyecto al que aludo se trata de una boutade divertida quizá para algunos pintores, pero  no estamos para boutades ni de ésta ni de otra índole.

¿No sería bueno destinar la inversión que el proyecto supone en armar una muestra itinerante por el extranjero?

La muestra del Museo Dolores Olmedo indica que las piezas de discretas, o inclusive pequeñas dimensiones, deparan no pocas lecciones y viajan con facilidad.

 
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