Usted está aquí: sábado 5 de julio de 2008 Opinión Fauré, Mignone, Ginastera...

Juan Arturio Brennan

Fauré, Mignone, Ginastera...

Debussy, Gershwin y Wild. Tal fue el papel de compositores cuyas obras fueron convocadas por el pianista Alberto Cruzprieto para su reciente y exitoso recital en el ciclo En Blanco y Negro del Centro Nacional de las Artes. La asistencia, sin ser lo que realmente debió haber sido, mejoró notablemente respecto de otros recitales de la serie y, sobre todo, estuvo compuesta por un público a todas luces cálido, receptivo y entendido en los menesteres pianísticos.

Dos barcarolas y un nocturno de Gabriel Fauré, interpretados a la cabeza del programa, pusieron de manifiesto la claridad con la que Cruzprieto entiende que no por ser francés a la vuelta de aquel siglo un compositor es necesariamente impresionista. Aquí, lució con prestancia el Fauré posromántico, gracias al transparente dibujo de los trazos melódicos de estas tres piezas, y un exquisito balance en los acompañamientos, particularmente en la sinuosa mano izquierda de las barcarolas. Ese dibujo de trazo fino a cargo de Cruzprieto pareció delinear tres chansons sans parôles, con un perfume sonoro más de cassis que de ajenjo.

En las tres Valsas da esquina del brasileño Francisco Mignone, el pianista cotejó, sin contradicciones de estilo, la vena romántica de las piezas con su inconfundible aliento de arrabal, sugiriendo sin exagerar los perfiles evidentes de milonga (tango, incluso) de algunos pasajes de estas valsas. Muy destacado (en ambos sentidos del término) el énfasis en las sólidas líneas de mano izquierda, de modo particular en la primera de las piezas de Mignone interpretadas por Cruzprieto en esta parte de su programa.

La primera mitad del recital finalizó con una explosiva ejecución de la Primera sonata de Alberto Ginastera, caracterizada por el rigor de los feroces ostinati de los movimientos externos, en cuyas masas sonoras el pianista conservó, a la vez, la potencia de los gestos rítmicos y la claridad de los motivos melódicos claramente americanos pero no por ello menos universales. Logros puntuales de Alberto Cruzprieto en esta formidable y compleja obra: la disciplina motriz en los numerosos movimientos paralelos de la sonata, la coherencia en el color y en el ambiente sonoro a lo largo del Presto misterioso, y el austero perfil anímico impartido al Adagio molto appassionato.

La segunda parte del programa se inició con música de uno de los tres compositores perfilados especialmente en el ciclo, Claude Debussy. (Los otros dos fueron Franz Liszt y Frédéric Chopin). De su Balada eslava, Cruzprieto hizo una versión sólida, rica en texturas, demostrando su conocimiento de la variedad expresiva que habita en la música del gran compositor y pianista francés, en el entendido de que esta obra propone sonoridades y dinámicas en general más extremas que, por ejemplo, los Estudios y Preludios de Debussy.

Después, el intérprete abordó la segunda serie de las Imágenes de Debussy, y un fugaz parpadeo de continuidad en la primera fue compensado con creces en su deslumbrante construcción colorística en las dos siguientes, particularmente en la segunda de la serie, en la que Cruzprieto logró desplegar una paleta tímbrica de iridiscencias múltiples, a la vez delicada y muy expresiva.

El resto del programa estuvo dedicado a una fogosa exploración de la espléndida música de George Gershwin, en la que fue notable la capacidad del pianista para mudar con prestancia el enfoque, el estilo, la expresión y el estado de ánimo al concluir la música de Debussy con unos elusivos y dúctiles Peces de oro.

Después de vigorosas y lúdicas ejecuciones del Rialto ripples rag y de la pieza O clap yo’ hands, Cruzprieto abordó temerariamente las delirantes complejidades urdidas por Earl Wild sobre piezas originales de Gershwin. Admirador y conocedor profundo del pensamiento musical de Wild (pianista, arreglista, compositor), Cruzprieto supo dejar cantar con claridad las melodías gershwinianas a la vez que transitó con habilidad por los laberintos tejidos a su alrededor por Wild. En este contexto general, su ejecución de Liza y de la emblemática Fascinatin’ rhythm fue particularmente bien lograda.

 
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