Usted está aquí: jueves 26 de junio de 2008 Opinión Persona

Olga Harmony

Persona

Llevar a escena el libreto de una película clásica entraña el peligro de que algún espectador desee una copia fiel de ésta, pero entonces se elimina la creatividad del director, los actores y todos los que participen en el montaje, lo que resultaría absurdo. Lo mejor es ver el fenómeno teatral sin las anteojeras que la cinta cinematográfica puede colocar en quienes la hayan visto y tender una mirada fresca y sin prejuicio hacia la escenificación. Tal sería el caso de Persona en adaptación del guión de Ingmar Berman, con la que El Milagro continúa la oferta de teatro de arte y sin concesiones, ahora en el teatro que lleva su nombre. En efecto, si el extraño e inquietante filme es tenido como una indagación acerca de la identidad y en menor medida de lo femenino, para el director Daniel Giménez Cacho su versión explora la palabra y en qué medida interfiere en la identidad de quien la emplea o de quien la niega. La actriz Elizabeth Vogler, quien ha caído en un extraño mutismo en plena representación de Fedra escucha la charla, llevada a la confidencia culposa, de su enfermera Alma y de algún modo ambas mujeres llegan a una identificación sólo rota por la irónica carta que escribe Elizabeth y que lee Alma, que logra penetrar en la razón del mutismo de la actriz, gracias al largo proceso identificatorio en que ambas se han sumido mediante la palabra desbordada de Alma y la renuencia a usarla por parte de Elizabeth y que en última instancia sirve para el desencuentro final.

El Milagro cuenta en su elenco estable con dos espléndidas actrices que interpretan, alternando, a los dos únicos personajes (los otros son escuchados en grabación, tanto la doctora como el señor Vogler) y en cada representación y a la vista del público juegan un “volado” para saber qué parte corresponde a cada quien. Los dos papeles son de extrema dificultad, el de Elizabeth por la respuesta facial y corporal que debe dar a lo que narra la otra, la de Alma por su constante hablar, así como responder a la grabación de la doctora y, en una escena, a la presencia y actitud del señor Vogler, en la que muestra total identificación con Elizabeth, que presencia todo sumida en un doloroso mutismo. En la función a la que asistí, Elizabeth fue interpretada por Laura Almela y Alma por Mariana Giménez de manera extraordinaria y estoy segura que en la inversión de papeles las dos actrices tendrán el mismo logro.

La austera y eficaz escenografía de Gabriel Pascal, también iluminador, consta de una larga pasarela –con público en los dos lados–,en que se encuentran una mesa y dos sillas y, en ambos extremos, los muebles y elementos indicadores de los sitios de la enfermera y la actriz. Giménez Cacho respeta los espacios en un principio, pero después los contamina a medida que el proceso de identificación de las dos mujeres se va dando y utiliza las sillas invertidas para que se recuesten en el suelo con la espalda en el respaldo invertido, en una hábil sugerencia del descanso playero, En algún momento usa la mesa central como espejo para ambas, pero rehúye el lugar común de que los gestos se correspondan, lo que muestra su delicadeza como director y la difícil escena del señor Vogler y Alma se resuelve con una presencia fantasma y la capacidad de la actriz. El trazo, apoyado por la asesoría de Bruno Castillo en movimiento escénico, es muy limpio y acorde con la propuesta general del director que dota a Elizabeth de reacciones muchas veces dolorosas, como si quisiera hablar pero algo más allá de la enfermedad física y mental se lo impidiera, con lo que su idea acerca de la palabra se confirma. Tanto Laura Almela como Mariana Giménez usan, en diseño de Edyta Rzewuska, largos y ligeros vestidos muy semejantes, aunque no iguales, con lo que tanto la posibilidad de identificación como la de que cualquiera de las dos asuma cada papel se facilita. La traducción es de Jorge Aguilar Mora y el diseño sonoro de Manuel Rocha en esta excelente vuelta teatral de un fillme de culto.

 
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