Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de junio de 2008 Num: 694

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Entre la carretera y la beatitud
ALEJANDRO MICHELENA

Jesús
DIMITRIS DOÚKARIS

Entre colillas y restos de comida
ARACELY R. BERNY

Contra el olvido injusto
CHRISTIAN BARRAGÁN
Entrevista con RAFAEL VARGAS

Fragmentos de Bahía 1860 (esbozos de viaje)
MAXIMILIANO DE HABSBURGO

¿César Vallejo ha muerto?
RODOLFO ALONSO

Sentándome a comer con la pereza
MIGUEL SANTOS

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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La Jornada Virtual
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Entre la carretera y la beatitud

Alejandro Michelena


Hal Chase, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y
William S. Burroughs, Riverside Drive, NY, 1944

En aquellos Estados Unidos de los años cincuenta, orgullosos de su poderío y complacidos por su modo de vida, obsesionados –macartismo mediante- hasta la paranoia por la dialéctica de buenos y malos que imponía la Guerra Fría, nace la Generación Beat. Estos artistas constituyeron una nueva promoción en lo cronológico, pero también por comulgar todos ellos con una estética y una ética que cuestionaba fuertemente el american way of life y sus valores.

Uno de sus integrantes más notorios, Jack Kerouac –autor de En el camino, la novela emblema del grupo- fue quien ideó el término que los iba a identificar: Beat. La palabra juega con un doble sentido: roto, o golpeado y cansado, como en “beaten”; pero también lo inocente o lo místico, como en “beatitude”.

En su aspecto exterior, los beatniks se dejaban crecer el cabello y la barba, usaban sandalias y ropa heterodoxa. Se mostraban partidarios de un cambio radical de costumbres, torpedeando de esa forma la raigambre puritana del estadunidense medio, al tiempo que experimentaban con otras dimensiones de la gran realidad a través del consumo de alucinógenos (hongos y cactus vinculados a las prácticas chamánicas autóctonas de América), y de técnicas orientales como la meditación zen.

Con ese bagaje viajaron a lo largo y lo ancho de ese enorme país y de México, que para algunos de ellos fue algo así como una región iniciática. Más allá de lo anecdótico, su accionar nunca fue tendiente a la evasión –como sí, en parte al menos, el que correspondió a los Hippies varios años después- y apuntaron siempre a la mayor lucidez y conciencia de lo esencial.

A pesar de su talante existencial revulsivo y contestatario, en su quehacer literario los poetas Beat no innovaron tanto como han querido creer algunos de sus lectores más fervorosos. En el universo poético norteamericano ya habían cumplido ese papel tanto Ezra Pound y William Carlos Williams como Wallace Stevens. A los beatniks les quedó –apenas- la chance de perturbar y escandalizar mediante sus temáticas y postura. Tal vez su aporte más interesante se dio, en lo estrictamente literario, mediante el esbozo de una síntesis entre el primordial torrente withmaniano, los hallazgos vanguardistas y la poética social de los años treinta.

Observada su peripecia estético-vital en perspectiva, es evidente que alcanzaron una notoriedad mundial de largo aliento, y que cíclicamente se renueva. Y de pronto esto fue así, más allá de sus calidades, porque se constituyeron en precursores de un cambio de mentalidad que diez años más tarde se extendería de manera masiva a muy amplios segmentos juveniles.

Si prestamos atención a los nombres más destacados, en primer lugar encontramos a Allen Ginsberg, el poeta más completo y potente del grupo, creador de textos que han devenido arquetipos más que obras literarias, como es el caso de Aullido. Le sigue de cerca Lawrence Ferlinghetti, poeta refinado y culto, que desde su legendaria librería de San Francisco, City Lights, fue el editor y difusor incansable de todos ellos. Además está Gregory Corso, con su deliberadamente desprolijo estilo y sus toques surreales. Y el ya mencionado Kerouac, iniciando el road movie novelístico que reflejó claramente un nuevo estado de espíritu que en los años siguientes iba a convocar a las nuevas generaciones, a través de relatos torrenciales, donde lo coloquial y lo poético se amalgaman.