Usted está aquí: miércoles 18 de junio de 2008 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

■ Montejo y el alfabeto

¿Qué es el poema? “Es lo que precede a la escritura (…) Tan anterior que tiene un lenguaje propio (…) Es otro lenguaje, otra forma de comprensión de lo humano y de la realidad. Vivimos una época alfabética. Todo está dominado por el alfabeto como un absoluto, y olvidamos que el alfabeto es un invento. De hecho, decimos ‘analfabeto’ como un insulto. Una vez un amigo me dijo: ‘No despreciemos a los analfabetos. Ellos inventaron la escritura’”: Eugenio Montejo.

El amor al lenguaje más allá de nuestro humano, insuficiente lenguaje –al origen de la palabra, a la poesía o comunicación anterior incluso a la forma poema–, si no consigue no equivocarse al menos (¿al menos?) logra salvar: “No más teorías, me sumo al coro de las ranas (…) En sus coros me entrego a la máxima gracia”. Versos de Las ranas, en cuyo “alfabeto percibo una sola vocal”, que hará “se borren los enigmas del mundo”.

Gallos, pájaros, grillos, cigarras, intraducibles siempre y siempre traducidos, o mejor, nombrados, señalados, indicados, dichos sin decir (dicho sin decir es el decir o dicho de todo poema, de la poesía), desde su voz o música, garganta, élitros, en alguna vocal para nosotros nueva sonando o resonando detrás de las palabras, sonido que es parte del inagotable alfabeto del mundo (lo más allá o más acá del alfabeto que sin embargo incluye al alfabeto), no nada más oído, también visto, sopesado, olido, saboreado –en la garza y el árbol, la piedra y el tiempo, en el café…

Sugiere la sencillez de Montejo –su punto de partida, y de llegada– una como sensación (es algo sensorial, ¿brisa?) humildemente metafísica. Por en apariencia otra parte Villa-Lobos, el compositor, declaró alguna vez que entre trabajar para el pueblo o el auditorio acostumbrado, prefería la diagonal. Algo así haría en su labor Montejo, que tan atiende a los lectores avezados como a cualquier sujeto abierto a la poesía. “Mi música es natural, como una cascada”, dijo también el brasileño. Ese encuentro con la naturalidad es otro de los logros del venezolano, quien alguna vez aludió al checo Vladimir Holan, quien durante el estalinismo “se encerró en su casa, en un islote frente a Praga, donde no recibía a casi nadie y trabajaba sólo de noche. Pero de algún modo, cuando la lámpara de la casa de Holan estaba encendida, muchos sentían que el alma checa también estaba encendida”.

Mi lámpara: “De noche, al apagarla, en mi silencio/ puedo oírla rezar./ Cansada ya de arder, de tanto estar en vela/ frente a la oscuridad del mundo,/ ruega no sé en qué lengua solitaria/ por ti, por mí, por todos los que doblan/ atormentados el último periódico/ y en sueños apartan la sombra de sus letras,/ como quien ya no indaga, aunque le importe,/ cuánta vida nos guarda la tierra todavía/ cuando mañana se despierte”.

 
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