Usted está aquí: jueves 22 de mayo de 2008 Opinión El Foro

El Foro

Carlos Bonfil
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■ El paraíso de Hafner

Al inicio de El paraíso de Hafner, el polémico documental del austriaco Günther Schwaiger, su protagonista, de 83 años, el alemán Paul Marie Hafner, aparece como un hombre feliz. Su salud física es envidiable: diariamente nada 600 metros, corre, hace ejercicio en casa, derrocha energía, juega ajedrez por las tardes, goza de una lucidez irreprochable y nada en su aspecto desmiente la imagen de un abuelo generoso, de un patriarca satisfecho. Entre sus recuerdos figuran fotos familiares –de esa familia de la que sabremos bien poco–, y de él en uniforme nazi, así como el recuerdo, en un armario, de una parafernalia militar para él entrañable. Hafner fue, durante la Segunda Guerra Mundial, un oficial de la Waffen-SS, pero, a diferencia de muchos de sus colegas, juzgados al finalizar el conflicto por crímenes de guerra en el tribunal de Nüremberg, este hombre encontró el paraíso de la impunidad en la España franquista, donde reside en el momento de su entrevista con el cineasta Schwaiger.

A diferencia también de muchos otros viejos nazis que han exhibido en la pantalla su arrepentimiento tardío, a menudo insincero, en documentales tan extensos y apasionantes como Shoa, del francés Claude Lanzmann –verdadero memorial del exterminio masivo– Hafner no sólo se declara ferviente admirador de Hitler y creyente testarudo en el advenimiento de un IV Reich, sino acomete la tarea de negar con denuedo la existencia misma del Holocausto, considerándolo mero producto de la propaganda occidental, y llega inclusive a presentar al autor de Mi lucha como un insospechado protector de los judíos. Júzguese la argumentación: mientras las poblaciones arias padecían en Alemania el bombardeo diario de los aliados, los judíos habrían sido trasladados a campos de internamiento (jamás de concentración ni de exterminio), que, en comparación con lo que sufría el pueblo alemán, eran el equivalente de hoteles de cinco o hasta diez estrellas. Un Auschwitz Resort, un Dachau Inn, si se desea ilustrar aún más el delirio. La necedad de Hafner es inconcebible y apenas se perturba cuando asiste a la proyección de imágenes cercanas al clásico francés Noche y niebla, de Alain Resnais. Para colmo mayor, conserva toda la calma cuando su entrevistador lo confronta con Hans Landauer, un superviviente del campo de Dachau, frente al cual sigue negando las evidencias históricas, añadiendo cinismo al frenesí del autoengaño: “No cabe duda que hasta la fecha ha sobrevivido usted muy bien”. Surge entonces la interrogación inevitable: ¿por qué darle voz y dimensión mayor en la pantalla a tanto desvarío y petulancia, a tan inextinguible desprecio por una categoría de seres humanos? ¿Por qué poner a Hafner a leer en voz alta pasajes enteros de Mi lucha?

El primer propósito del realizador no es denunciar lo que ha sido infatigablemente denunciado en el cine, las atrocidades nazis, sino exponer, con claridad meridiana, lo que no se ha señalado de manera suficiente: la complicidad histórica del franquismo con el régimen nazi y la protección oficial que durante décadas se brindó a criminales de guerra, en respuesta a favores recibidos, pero sobre todo obedeciendo a afinidades ideológicas. La España de derechas fue, en efecto, el paraíso de Hafner, y desde ahí el anciano hace llegar todavía hoy, con impunidad inalterada, sus palabras de odio y su nostálgico saludo nazi.

El realizador austriaco vive desde hace diez años en Madrid, donde hace tres realizó un documental, Santa Cruz... por ejemplo (Der Mord von Santa Cruz), sobre la exhumación de seis víctimas del franquismo. Al decidir ganarse la confianza de Hafner y exponer mediante su largo testimonio la red de complicidades locales (secuencia patética de una reunión de neofascistas del partido Fuerza Nueva, seguidores de Blas Piñar, nostálgicos del ex oficial nazi León Degrelle, gran especulador inmobiliario en Andalucía), y la impunidad de ancianos criminales refugiados hasta hoy en el mediterráneo puerto de Marbella, el cineasta ofrece un documental ciertamente controvertido, pero, sobre todo, necesario.

 
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