Usted está aquí: sábado 17 de mayo de 2008 Opinión El Foro

El Foro

Carlos Bonfil
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■ 12:08 Al este de Bucarest

Corneliu Porumboiu, realizador rumano recién premiado en Cannes, tenía 14 años el día en que estalló la revolución en su país. La revuelta que acabó con décadas de dictadura comunista fue una de las más violentas en una Europa oriental, donde procesos de liberación similares fueron más bien transiciones pacíficas o, como en el caso de Checoslovaquia, revoluciones de terciopelo. Tras la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, el cambio se dio principalmente en las grandes urbes, y las pequeñas ciudades de provincia, de la República Democrática Alemana a Hungría o Polonia, se sumaron al movimiento liberador con cierto retraso y no poca inercia, enterándose a menudo de los sucesos por medio de la televisión, sin que en lo esencial y en lo inmediato la gente notara mayores cambios en sus vidas.

Esta vida de provincia es a la que alude el joven Porumboui en su primer largometraje, recordando su propia adolescencia en el pueblo de Vaslui, al este de Bucarest, preguntándose, 16 años después, qué hacía la gente en el pueblo el 22 de diciembre de 1989, pocos minutos después de las 12 horas, cuando todos se enteraban por los medios de la huida del dictador Ceaucescu del país. El director se pregunta también si efectivamente hubo una revolución y cómo se perciben aquellos sucesos al cabo de tres lustros.

12:08 al este de Bucarest es una comedia del absurdo, con tres personajes estrafalarios al parecer salidos de una obra dramática de Beckett o del rumano Ionesco, plantados frente a la cámara de una televisora local, en un panel de discusión, con una escenografía lamentable, respondiendo cada uno a su manera a la pregunta previsible: ¿qué hacía usted aquel día de la gran revuelta nacional?, y sobre todo, ¿piensa usted que hubo en efecto una revolución? Jderescu, conductor del programa, es un ser pretencioso que gusta opinar de todo, aderezando sus intervenciones con referencias a Platón –mito de la caverna– o a Heráclito –imagen del eterno retorno–, para apabullar a sus invitados y dejar en un pasmo admirativo a sus telespectadores.

Al no encontrar a los participantes idóneos para el programa conmemorativo echa mano de conocidos suyos, tan grises y mitómanos como él mismo, quienes aprovechan la ocasión para delirar a cuadro sobre aquel memorable día, y evocar algún heroísmo individual, disimulando su dipsomanía crónica, afectando aires de gravedad y de grandeza moral, refutando confusamente al público que llama durante la emisión para desmentir sus alardes. El profesor Manescu, académico venido a menos, alcohólico y endeudado, y el viejo Piscoci, jubilado menesteroso que personifica a Santa Claus en fiestas familiares, serán los protagonistas de la formidable sátira de Porumboui.

Huelga decir que en el estudio de televisión domina el caos y que los largos planos fijos del camarógrafo Marius Ponduru ceden lugar a los acercamientos arbitrarios y al movimiento errático del joven fotógrafo de la televisora, quien ha oído decir que modernidad es filmar todo con cámara al hombro ensayando encuadres caprichosos, al punto de no saber ya los panelistas a dónde mirar ni cómo hacerlo ni cuándo entran a cuadro o si todavía siguen en él. Todos opinan sobre aquel gran evento histórico, pero en realidad la respuesta la llevan en el semblante: la revolución anticomunista poco o nada cambió a lo grisáceo de sus vidas y sólo acentuó su carácter de comedia absurda. El director no emite mayores juicios, sólo prolonga jocosamente la emisión, que es espejo de una sociedad aún sin asideros sólidos, siempre un tanto a la deriva neoliberal. La sátira recuerda a los mejores relatos del escritor checo Bohumil Hrabal y a las versiones fílmicas de su compatriota Jiri Menzel, en particular a Alondras sobre un hilo (1969), clásico prohibido durante 20 años.

El conductor Jderescu citaría de nuevo a Heráclito y respondería tal vez que las revoluciones se repiten eternamente como tragedias o farsas. El cine rumano, en todo caso, renueva hoy con brío inusitado las ficciones absurdas del mejor cine disidente de la Europa oriental de los años 60. Enhorabuena.

 
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