Usted está aquí: sábado 17 de mayo de 2008 Opinión Bocetos amorosos

Enriqueta Ochoa

Bocetos amorosos

Ampliar la imagen La escritora Enriqueta Ochoa, en un grabado de Ledesma, recibirá mañana un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, a las 12 horas, en el que participarán Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Montemayor, colaboradores de La Jornada, así como Esther Hernández Palacios La escritora Enriqueta Ochoa, en un grabado de Ledesma, recibirá mañana un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, a las 12 horas, en el que participarán Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Montemayor, colaboradores de La Jornada, así como Esther Hernández Palacios

El mediodía de este domingo 18 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (avenida Juárez, esquina Eje Central Lázaro Cárdenas, Centro Histórico), la maestra Enriqueta Ochoa recibirá un homenaje, con la participación de Hugo Gutiérrez Vega, coordinador del suplemento La Jornada Semanal, Carlos Montemayor, colaborador de este diario, y Esther Hernández Palacios. Allí, la escritora recibirá la Medalla Bellas Artes que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes. En coincidencia, el Fondo de Cultura Económica publicará en breve Poesía Reunida, tomo que recopila el quehacer literario de la maestra Ochoa. De ese volumen presentamos, como una primicia para nuestros lectores y con autorización de esa casa editorial, uno de los poemas allí cernidos

I

Aquí nació el amor…

Lentamente lo nombro

por el temor de que su amada

imagen

me despierte en ternuras y

sollozos.

Aquí nació el amor

como limpia cascada de luz,

que salva y quema.

Yo sabía que algún día

bebería ese ritmo misterioso y

caliente

de la vida, pero temía llegar.

Amado, noble y triste

que me ves sin verme desde

lejos,

amado potente y cálido

que me posees sin tocarme

y me despiertas en mágico

zumbido,

al calor de la tierra:

Dime,

¿cómo era yo cuando

marchaba oscura,

parda, desazonada,

entre esa larga siesta

de sombras sin memoria?

¿Cómo corrían mis ojos

nublados de cansancio

por las tardes sin tiempo

y cómo abrí la cárcel

del invierno forzado en que

dormía?

Urge saberlo en ti,

que despertaste mi vida

al milagro de la luz palpitante;

urge, sí,

porque en aquel país de ayer

ya no me encuentro,

y en el actual, el tuyo,

no sé si soy yo

o me he desvanecido

bajo la alta fiebre de rabia y de dulzura

con que te estoy amando.

II

Por entre la alta hoguera de la

noche

camino.

Soy aún la estatura

de la primera yerba

esperando la siega,

el paso vacilante

y la palabra a tientas.

El calor que me arde el corazón

es mayor que el que piso,

y al intuir tu presencia

hay un soplo caliente

que desvanece mis venas

y anuda mi garganta.

Podrán llamarme verde,

inmadura,

porque no sé la fiebre

del verano en la carne,

pero nada me importa

ni puedo oír a nadie:

estoy de rodillas

guardándome en el nombre

de yerba no cortada,

porque al llegar me encuentres

hecha tierra compacta

en himno amanecido.

III

Cuando llegues, Amor,

no alces tu corazón

hacia lo que sobre mí brille,

a mi sonrisa doliente

o hacia el temblor que prende

tu mirada;

déjame hundir las manos

en el voraz incendio

de esta muerte dictada a

cálidos silencios;

deja medir la eternidad temblante,

que levanto en la lágrima

nocturna,

y descienda mi grito quebrado

y maldecido,

si con él te he sangrado.

Mutílense las formas

que en su dardo de sombras

de ti me han separado;

devórenlas, trícenlas,

húndanse en abismos sin aire

ni garganta;

la jerarquía de tu amor retumba

estremeciendo de calor la Tierra

y no quiero más sol, más agua

más noche, más vigilia,

que el río de tu vida

corriendo entre mis días.

 
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