Usted está aquí: domingo 20 de abril de 2008 Política A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ Los comedores de carroña

Ampliar la imagen El presidente Felipe Calderón con su homólogo de Colombia, Álvaro Uribe, durante el foro económico realizado la semana pasada en Cancún El presidente Felipe Calderón con su homólogo de Colombia, Álvaro Uribe, durante el foro económico realizado la semana pasada en Cancún Foto: Notimex

Vino a dar la cara Uribe. Caradura para sentenciar que los mexicanos muertos por bombas y balas colombianas en territorio ecuatoriano, eran terroristas y narcotraficantes. La OEA ya había condenado, conciliadoramente, la incursión armada, el ataque al país vecino. Felipe Calderón ensayó gestos diplomáticos en República Dominicana y reivindicó algunos principios de nuestra política exterior. Pero vino a dar la cara Uribe en Cancún, y el de Michoacán tuvo que endurecer el gesto.

No adelantar vísperas, no prejuzgar, no condenar sin pruebas, pediría el mexicano. Pero el hombrecito del Plan Colombia ya había juzgado, sentenciado y ejecutado a los mexicanos acampados en territorio ecuatoriano con fuerzas de la vetusta guerrilla colombiana. Atraídos por el olor a cadáveres, se aproximaron al presidente Uribe los comedores de carroña: salieron del fango larvas y gusanos para reclamar su porción de la cosecha de muertos. Y de vivos: los jalisciences vermiformes felicitaron a Uribe y exigieron castigo para la joven mexicana sobreviviente del bombardeo, hoy refugiada en Nicaragua.

Y de ahí a la política detrás del espejo, a la siembra del miedo, de la mentira amortajada con el sudario de imágenes, mitos y fantasías expuestos para asustar con el petate de muerto. En pleno festín de posmodernidad, usaron las herramientas del poder mediático incontestado, entronizado: el espejo de la televisión; el espot de tenso impacto y homeopático desfile de personajes en busca de similitud que no cura sino envenena. Entre los patrocinadores de la campaña, orgullosos y decididos a mantenerla en los medios tanto tiempo como dure la farsa de las tribunas del Senado y Cámara de Diputados tomadas por los fraccionados legisladores del FAP, están la asociación Mejor Sociedad, Mejor Gobierno, viejos promotores de la foxiana fundación Vamos México, así como legisladores que preparan las fiestas del Centenario y Bicentenario.

La patética parodia presenta a Adolfo Hitler, a Benito Mussolini, a Francisco Franco y a Victoriano Huerta, quienes, cerraron, cancelaron, clausuraron congresos, parlamentos, poderes legislativos; y aparece en pleno Zócalo, con el desorbitado rostro del senador Carlos Navarrete a su lado, la figura de Andrés Manuel López Obrador. El soldadón, el matón, el ebrio bebedor de cognac, Victoriano Huerta a punto de pasarle la estafeta al Peje, al que se puso una banda tricolor, se designó presidente legítimo en el Zócalo y, en lugar de dar unos pasos rumbo a Palacio Nacional, encabezó una marcha de sus seguidores hacia el Bosque de Chapultepec. Desde entonces repite López Obrador que el suyo es un movimiento pacífico, que aquí no se ha roto ni un vidrio. Pero el exceso de los vermiformes, removió lodos de las campañas del miedo.

Método, por cierto, no exclusivo de nuestra política atrapada por la magia y la penetración mediáticas; sujeta por el poder real del que hacen gala los concesionarios, y todavía hipnotizados nuestros navegantes de la transición por la retroalimentación mágica del ágora electrónica. A pesar de las reformas a las leyes electorales, en defensa propia, por temor al imperioso dominio del dinero sobre la política, sus practicantes, las elecciones y los electores. Pusieron el coco y se asustaron de él. En ese espejo habían reflejado otro encuentro cercano de Felipe Calderón y José Aznar, el exiguo, heredero del franquismo. En el PAN la voz de Germán Martínez reprobó la mal intencionada campaña y pidió dejar de trasmitir los espots.

Vinieron sus miedos y en el herradero de los salones de sesiones senatoriales y de diputados se apareció, como el Comendador, el sentido común: cortaron de un tajo el nudo de los plazos exigidos por las partes para debatir, o seguir con el circo de sesiones en sedes alternas y alternas de alternas, mientras los del FAP ponen cadenas y candados para que nadie entre o salga del Sancta Sanctorum. Los comedores de carroña removieron el lodo. Emilio Gamboa y Héctor Larios pidieron tregua para recibir a la presidenta de India en sesión solemne; ofrecieron devolver de inmediato el salón de San Lázaro a los del FAP. Al borde del ridículo, los fantasmas de la televisión permitieron a Santiago Creel aparentar vida propia y ofrecer flexibilidad sin límite de tiempo, a cambio del compromiso de aceptar lo que resulte de las consultas y acatar lo que decida la mayoría.

Todavía no se aclara cómo serán las innumerables consultas, y nadie sabe como podríamos llevar a cabo un referéndum (tal como lo pide López Obrador), figura que no existe en nuestra legislación. Pero Gamboa y Larios se fueron a Mérida y cultivaron a Javier González Garza. Deja entrever el coordinador del PRD que no confía del todo en el PRI, pero ya declaró solemnemente: “Vamos perfilando un acuerdo con Acción Nacional”. Y dice que el Congreso funciona, que hay sesiones, se vota y se aprueba lo conducente. Que el golpe denunciado por los empresarios de las cúpulas, no es tal, sino simple recurso parlamentario. Carlos Navarrete declara que habló con los gobernadores de su partido, con Santiago Creel, y también con Manlio Fabio Beltrones: que van a debate abierto y a lo mejor mañana lunes retiran las barricadas, quitan las cadenas, abren los candados y dan por concluido el periodo de sesiones.

Aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses, dice el Romancero gitano. “Vino el comandante y mandó callar”, cantaban los cubanos. “Inversión privada en Pemex, si el pueblo quiere”, declara Andrés Manuel López Obrador, a Joaquín López Dóriga; “con tres condiciones: que no se viole la Constitución, que no se privatice la industria petrolera y que no se dé oportunidad a que sigan haciendo negocios como lo han venido haciendo...”

Damos vueltas a la noria. Clausuramos sedes parlamentarias, pero ponemos cerco de adelitas en el exterior y guardias con cascos de petroleros en el interior; pastorelas, cuadros vivientes de la Revolución y parodias de firmeza inamovible, para dar discreto paso a los excluidos en su laberinto, de un salón a otro y otro más, para debatir, votar y aprobar lo que quieran, mientras no empiecen el debate acallado para dar paso al gran debate nacional sin límite de tiempo. Y de pronto, como en las tiras cómicas, en plena guerra al crimen organizado y entre el humo del combate imaginario en el Congreso, aparece Pogo y dice: “Con la novedad, mi general, que avistamos al enemigo. Y somos nosotros”.

Afuera, en el mundo ancho y ajeno, el precio del barril de crudo supera los 116 dólares, y la mezcla mexicana alcanza un precio de 95.94 de dólares. La reforma a discusión ha de ser fundamentalmente fiscal o nada cambiará. No hay dinero, dice la tecnocracia que fija techos e impone el déficit cero. En 20 años no hemos construido una refinería. Y los sesudos expertos denuncian que importamos 40 por ciento de las gasolinas que consumimos. No hay dinero. Pero en el nefasto sexenio de Vicente Fox se obtuvieron más de un billón (esto es, un millón de millones) 700 mil millones de pesos de ingresos por los excedentes petroleros. Y se despilfarraron, se arrojaron al pozo sin fondo del “gasto corriente”. En esos años de precios al alza, nos recuerda Ernesto Marcos Giacoman, Pemex contraía deudas por 43 mil millones de dólares a través de los Pidiregas.

La fortuna favorece a los fatuos. Pero no hay que abusar.

 
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