Usted está aquí: sábado 12 de abril de 2008 Mundo Regresé de una larga estadía en México...

Alice Walker*

Regresé de una larga estadía en México...

Ampliar la imagen Barack Obama saluda en Bloomington a dos simpatizantes Barack Obama saluda en Bloomington a dos simpatizantes Foto: Ap

He regresado de una larga estadía en México para encontrarme que –debido a la campaña presidencial, y especialmente por la carrera Obama-Clinton por la nominación demócrata– existe un nuevo país que se despliega a un lado del viejo. Cualquier día de estos nos convertimos colectivamente en la Diosa de las Tres Direcciones y podemos ver el pasado, vernos en el presente y echar una mirada también al futuro. Es un espacio con el que estoy familiarizada.

Cuando nací, en 1944, mis padres vivían en una plantación en el centro de Georgia, propiedad de una pariente distante y blanca, Miss May Montgomery. (Durante mi niñez era obligatorio que llamáramos a todas las chicas blancas con el apelativo “Miss”, tan pronto éstas alcanzaban la edad de 12 años). Ella nunca admitía nuestro parentesco, desde luego, a menos que quisiera burlarse de él. Cuando mis padres le dijeron que varios de sus hijos no comían el pellejo del pollo, ella respondió que desde luego que no. Ningún Montgomery lo haría.

Mis padres y hermanos mayores hacían todo lo imaginable por Miss May. Plantaban y cosechaban su algodón y maíz, alimentaban, sacrificaban y procesaban su ganado y sus cerdos, pintaban su casa, reparaban su tejado, vendían la leche que se producía en su propiedad. Entre incontables deberes y responsabilidades, mi padre también era su chofer, y la llevaba al lugar que a ella se le ofrecía, a cualquier hora del día o de la noche. Vivía en una gran casa de persianas verdes, del mismo color que el enorme y opulento prado que rodeaba la construcción, que no era tan grande como la mansión Tara, de Lo que el viento se llevó, pero tenía el mismo estilo.

Nosotros vivíamos en una choza sin electricidad ni agua corriente, con un oxidado tejado de lámina por el que se colaban el viento y la lluvia. Miss May fue a la escuela de niña. La escuela que mis padres y sus vecinos construyeron para nosotros fue quemada por racistas locales que querían mantener ignorantes a sus competidores en la agricultura. Durante la Depresión, mi padre, desesperado por alimentar a su familia, que como él trabajaba arduamente, pidió un aumento de salario; de 10 dólares al mes a 12. Miss May le respondió que no le pagaría esa cantidad a un blanco, mucho menos a un negro (en el original la autora usó el peyorativo nigger. N de la T), y que antes de pagarle tanto a un negro prefería ordeñar las vacas ella misma.

Cuando miro el pasado, ésta es la parte que veo. Veo al camión escolar llevando a niños y niñas blancos pasar junto a mí y mis hermanos mientras caminábamos ocho kilómetros para llegar a la escuela. Después, veo a mis padres luchando por construir una escuela con barracas militares desechadas, mientras que los estudiantes blancos, niños y niñas, disfrutan de un edificio de ladrillo. No teníamos libros; heredábamos los libros viejos que “Jane” y “Dick” utlizaron previamente en la escuela para blancos a la que no se nos permitía asistir.

Cuando cumplí 50 años, una de mis parientes me dijo que había empezado a leer mis libros para niños en la biblioteca de su ciudad. Yo no tenía idea que existía un lugar así, después de que había estado vedado por tanto tiempo para la gente negra. Hasta la fecha, sabiendo que mi presencia era indeseable en una biblioteca cuando yo era niña, me encuentro muy incómoda en estos lugares. Solamente si se trata de ayudar a construir, reparar, remodelar o reunir fondos para mantenerlas abiertas, atravieso las puertas de las bibliotecas.

Cuando me uní al movimiento por la libertad en Mississippi, en mis tempranos 20, fue para ayudar a agricultores que, como mis padres, habían sido expulsados de la tierra que siempre trabajaron y conocieron como plantaciones porque intentaron ejercer su derecho “democrático” de votar. Desearía poder decir que las mujeres blancas me trataban a mí y a otras personas negras mucho mejor que los hombres, pero no puedo. Me parecía entonces, como hoy, que las mujeres blancas con demasiada frecuencia copian el comportamiento de sus padres y hermanos en el sur y especialmente en Mississippi. Antes de eso, cuando trabajé registrando electores en Georgia, las botellas rotas que me arrojaban provenían de personas de ambos sexos.

Hice mis primeras amistades con mujeres blancas en la universidad; eran mujeres que me querían y que eran leales a nuestra amistad, pero yo entendía, y ellas también, que eran blancas y su color importaba. Ello implicaba, por ejemplo, que cuando la universidad Sarah Lawrence me incluyó en su Consejo Fiduciario tan pronto me gradué, yo iba a las reuniones en tren, subterráneo y a pie, mientras los demás miembros, tanto hombres como mujeres, llegaban en limusina. Porque en nuestro país, con su dolorosa historia de inequidad indecible, ésto es parte de lo significa ser blanco. Yo amé a mi escuela por tratar de hacerme sentir que yo importaba, pero debido a mi relativa pobreza, yo entendía que no era así.

Apoyo a Obama porque creo que es la persona adecuada para liderar al país en este momento. Ofrece a nuestra nación y al mundo la rara oportunidad de comenzar otra vez y hacerlo mejor. Me provoca una honda tristeza que muchas de mis amigas feministas blancas no pueden verlo. No pueden ver lo que lleva en su ser. No llegan a escuchar las opciones frescas hacia el movimiento que él ofrece. El hecho de que piensen que millones de estadunidenses –blancos, negros, amarillos, rojos y cafés– prefieran a Obama que a Clinton sólo porque es un hombre, y negro, me parece trágico.

Cuando he dado mi apoyo a gente blanca, hombres o mujeres, es porque pienso que son la mejor opción para desempeñar el trabajo que se requiere. Nunca se me ocurriría otra cosa. Si Barack Obama fuese mediocre en cualquier sentido, ya todos lo habrían olvidado a estas alturas. Él es, de hecho, un ser humano notable; no es perfecto pero es humanamente sorprendente como lo fue King y lo es Mandela. Lo vemos a él como los veíamos a ellos y nos da gusto ser de su especie. Él es el cambio que Estados Unidos ha tratado desesperadamente y durante siglos de ocultar, ignorar, asesinar. Es el cambio que Estados Unidos debe experimentar, si es que queremos convencer al resto del mundo de que nos importan no sólo nosotros, (los blancos), sino también las otras personas.

Sin embargo, y para ser sincera con mi Diosa de las Tres Direcciones, esto no significa que estoy de acuerdo con todo lo que Obama defiende. Diferimos en puntos importantes, probablemente porque soy mayor que él; soy mujer y persona de tres orígenes (africano, nativo americano y europeo). Nací y crecí en el sur de Estados Unidos y cuando veo a la gente de la tierra, después de mis 64 años de vida, y no hay una sola persona a la que desee ver sufrir, no importa lo que me haya hecho a mí o a otros; aunque bien entiendo el papel que con frecuencia juega el sufrimiento en el crecimiento humano.

Quiero una actitud adulta hacia Cuba, por ejemplo, país y pueblo a los que amo; quiero el fin del embargo que ha lastimado a mis amigos y a sus hijos; niños que, cuando voy de visita a Cuba, llenos de confianza me ofrecen sus mejillas para besarlos. Estoy de acuerdo con mi maestro, Howard Zinn, en que la guerra es tan reprobable como el canibalismo y la esclavitud; va más allá de lo obsoleto como medio para mejorar la vida. Quiero que se ponga fin a la guerra y que se aliente a los soldados a destruir sus armas y salir voluntariamente de Irak.

Quiero que el gobierno israelí rinda cuentas por su comportamiento hacia los palestinos y quiero que el pueblo de Estados Unidos deje de actuar como si no entendiera lo que está pasando. Toda colonización, toda ocupación, toda represión se ve igual, no importa quién la esté imponiendo. Sobre éste tema, no podemos quedarnos con la cabeza metida en la arena; nuestro futuro depende de nuestra habilidad de estudiar, aprender y comprender lo que está registrado en la historia y lo que está ante nuestros ojos.

Pero lo que más quiero es a alguien que tenga la seguridad en sí mismo necesaria para ser capaz de hablar con cualquiera, ya sea “enemigo” o amigo”, y Obama ha demostrado serlo. Es difícil entender cómo es posible que uno vote por alguien que tiene miedo de sentarse a hablar con otro ser humano. Cuando tú votas, estás confiriéndole tu poder y tu voz a alguien que hablará por ti en momentos y lugares en que tú no puedes hacerlo. Pero si para ellos va a ser imposible hablarle a alguien más, que es igual de humano, ¿de qué sirve tu voto?

Es difícil explicar lo que siento cuando veo que a la señora Clinton (quisiera que tuviera la suficiente seguridad en sí misma para usar su propio nombre) se le llama “una mujer”, mientras todos se refieren a Obama como “un hombre negro”. Uno pensaría que se trata de cualquier mujer, sin color, sin raza ni pasado, pero no lo es. Ella carga con toda la historia de las mujeres blancas de Estados Unidos en su persona y sería un milagro que nosotros, como mundo, no reaccionáramos ante este hecho. Qué deshonesto es intentar hacerla inocente de su herencia racial.

Fácilmente puedo imaginarme a Obama sentándose a conversar, de persona a persona, con cualquier líder, mujer, hombre, niño o persona común del mundo sin ninguna carga de pasada servidumbre o supremacía racial que estorbara en sus pláticas. No puedo imaginarme el mismo escenario con la señora Hillary Clinton, quien trajo a rastras hasta el siglo XXI un liderazgo con la misma imagen de privilegio blanco y distancia de la realidad de la vida de los otros que tanto ha entorpecido los contactos de nuestro país con el resto del mundo.

Y sí: me encantaría que una mujer fuera presidente de Estados Unidos. Mi elección sería la representante Barbara Lee, la única en todo el Congreso que hace cinco años votó en contra de la guerra en Irak. Eso, para mí, es liderazgo, moralidad y valentía y si hubiera sido una mujer blanca la elogiaría con el mismo fervor. Pero no es ella quien se está postulando como candidata al cargo más elevado de esta tierra, sino la señora Clinton. Y porque es mujer y puede ser muy buena en lo que hace, muchas personas, incluidas algunas mujeres más jóvenes de mi familia, originalmente la favorecían a ella por encima de Obama. Casi lo comprendo. Esto se debe a que en el caso de mis sobrinas, existe poca memoria, aparentemente, de las inequidades fundacionales que aún son una plaga para la gente de color y los blancos pobres de este país. Baste reacordar que nuestra familia ha estado aquí por más tiempo que la mayor parte de las familias estadunidenses, aunque en parte sea sólo por el hecho de que tenemos genes nativo americanos; pero obtuvimos el derecho al voto muy recientemente; durante el tiempo que he vivido, y sólo después de que numerosas personas sufrieron y murieron por ello.

Cuando hace muchos años propuse usar el término “mujerismo”, era para que las mujeres feministas de color tuviéramos una herramienta para tiempos como éste. Es un momento en que podemos ver con claridad, y honrar como se merece nuestro camino singular como mujeres de color en Estados Unidos. No somos mujeres blancas y esta verdad se nos ha sido machacada durante siglos, con frecuencia de manera brutal. Pero no nos inclinamos a seguir a alguna persona negra, ya sea hombre o mujer, a menos que demuestre considerable valor, inteligencia, compasión y sustancia. Estoy feliz de que tantas mujeres de color apoyen a Barack Obama y genuinamente orgullosa de que tantos hombres y mujeres blancas, jóvenes y mayores, también lo hagan.

Imagínense, si él gana la presidencia tendremos no sólo a una sino a tres mujeres negras en la Casa Blanca; una muy alta, las otras dos algo más bajitas, y ninguna de ellas va a encargarse de la lavandería sacando la ropa sucia por la puerta trasera. Para la mayoría de nosotros la cuestión última es: ¿con quién tenemos más probabilidades de sobrevivir la locura y el horror que padecemos y con quién deseamos emprender un viaje hacia nuevas posibilidades? En otras palabras, los sabios de las tribus indígenas Hopi dirían: “¿A quién queremos en el bote cuando lleguemos a los rápidos?” Los ancianos Hopi nos recomiendan celebrar este tiempo, pese a sus adversidades.

Hemos avanzado mucho, hermanas, y estamos listas para los desafíos actuales. Uno de ellos es construir alianzas que no se basen en la raza, etnia, color, nacionalidad, preferencia sexual o género, sino en la verdad. Celebremos nuestra travesía. Disfrutemos el milagro que estamos presenciando. No nos preocupemos por el resultado. Aun si Obama se convierte en presidente, nuestro país se encuentra en tal ruina que estará fuera de sus posibilidades llevarnos a la rehabilitación.

Sin embargo, si resulta electo, tanto en lo individual como en lo colectivo, en nuestra calidad de ciudadanos de este planeta debemos insistir en ayudarlo a hacer el mejor trabajo posible. Aún más, debemos insistir en que nos lo exija. Es una bendición que nuestras madres nos hayan enseñado a no temerle al trabajo duro. Como lo declaran los sabios Hopi: “El río tiene su destino”. Y recuerden lo que la poeta June Jordan y Sweet Honey on the Rock** nunca se cansaron de decirnos: somos nosotros por quienes hemos estado esperando.

Namaste***, y con todo mi amor. Alice Walker.

* Alice Walker es autora de la novela El color púrpura, ganadora del Premio Pulitzer 1983, y de al menos 15 novelas y colecciones de cuentos. Su novela más reciente, publicada este año, es Possessing the Secret of Joy.

** Grupo coral que canta a capella, formado por afroamericanas en 1973.

*** Vocablo en sánscrito que puede ser un saludo o despedida, y su significado más común es “yo te reverencio”.

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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