Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de abril de 2008 Num: 683

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Leandro Corona, juglar
GREGORIO MARTÍNEZ

El poeta
ARIS DIKTAIOS

En honor de un documento no destruido
JELENA RASTOVIC

Alabanza al santo duque Lázaro
MONJA YEFIMIA

Kósovo: un despojo a la vista de todos
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Javier Sicilia

Francisco Rebolledo, el escritor y el científico

Recientemente, el Fondo de Cultura Económica publicó La ciencia nuestra de cada día, donde Francisco Rebolledo reúne los artículos de divulgación científica que de 2003 a 2005 publicó en su columna “Desde la barranca” (Laberinto, suplemento cultural del diario Milenio). En él, Rebolledo, el autor de esas tres espléndidas novelas, Rasero, La Ministra y La mar del sur, vuelve a su primera vocación: la ciencia. No hay, sin embargo, ningún hiato entre esa vocación primera y la que lo ha hecho famoso. Entre el Rebolledo científico y el Rebolledo escritor hay profundos vasos comunicantes: la pasión por el misterio. Lo dirá, citando a Bachelard, en el artículo “El artista científico”: “En el verdadero espíritu científico siempre se atisba al artista. El científico y el artista están mucho más próximos de lo que parece: los hermana la imaginación, la curiosidad y la duda.”

Para Rebolledo, la exploración científica y la literaria forman así parte de una misma aventura: el desciframiento de esa inmensa e insondable escritura que es el cosmos y la vida en él. Toda la empresa escritural de Rebolledo, todo lo que explora y sueña son así puentes tendidos entre el misterio y nosotros para hacérnoslo accesible en su fascinación. Rebolledo no nos dice nunca qué es ese misterio –nunca toma partido por tal o cual teoría; nunca, tampoco, pretende explicarnos las causas últimas de la vida– simplemente nos lo muestra con la alegría del niño y, al mostrárnoslo, nos descifra lo único verdaderamente descifrable: el gozo y el asombro de vivir en él. Ya hable de lo inmensamente pequeño o de lo inmensamente grande, ya se sumerja en los laberintos del tiempo y del espacio, o en los sueños monstruosos de la Razón, esos extravíos de la ciencia aplicada a la destrucción, Rebolledo no deja de apuntar en su asombro y su gozo hacia una sola realidad: el amor que hace que todo tenga sentido y coherencia. En el fondo de lo que pueda descifrarse, en el fondo de las fascinantes explicaciones sobre la luz de Newton, Goethe y Einstein, de la fisión atómica, de la Relatividad y de la física cuántica, está el asombro ante ese luminoso misterio que se vive y se experimenta con toda la pasión de la imaginación, la curiosidad y la duda, pero que permanece inaccesible en su profundidad. No lo dice en La ciencia nuestra de cada día –esa paráfrasis de unos versos del Padre Nuestro, con la que Rebolledo quiere decirnos que la aventura científica es, como el pan de vida, una fascinación de la vida del espíritu, sin la cual el hombre no podría vivir– que pretende sólo hacernos parte del estupor y el gozo que hay en los descubrimientos científicos. Lo dice, en cambio, en sus novelas –particularmente en Rasero y La mar del sur – donde el amor desborda, como en la relatividad einsteiniana, el tiempo de nuestra percepción en la historia.

Quizá el tiempo, al que Rebolledo dedica varios artículos en La ciencia nuestra de cada día, y el amor, que es el descubrimiento –el desciframiento– del artista del misterio de la luz que habita detrás de la explicación científica, sean las dos obsesiones fundamentales de Rebolledo. En el amor, nos dice el novelista, eso que Einstein formula mediante su teoría, adquiere peso y realidad. Por el amor –esa luz en nosotros–, el ayer es hoy y el mañana también. La experiencia del amor, recalca el novelista, no es la búsqueda de la verdad científica, que pacientemente nos explica el científico al hablarnos del espacio-tiempo en La ciencia nuestra de cada día; es la realidad real del hombre –el asombro de la luz “atrapada en nuestros átomos”– que al experimentarlo destruye nuestra percepción cronológica y nos hace habitar el instante, la perpetuidad del instante en lo mejor de nosotros mismos.

Es lo que de alguna forma dice también el científico con el lenguaje de la evidencia objetiva: “En cada instante presente nuestra vida recomienza.” El instante es la presencia de la luz que somos, esa luz sobre la que el científico se inclina asombrado y que, indescifrable en sus causas últimas, nos abre a la esperanza del porvenir.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.