Usted está aquí: lunes 31 de marzo de 2008 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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■ Castillo Farreras, ¡presente!

Hay seres cuya estatura espiritual crece tras su partida física. Es el caso de José Castillo Farreras (Escárcega, Campeche, 1930), fallecido el pasado 17 de marzo, luego de medio siglo como profesor de tiempo completo en la Escuela Nacional Preparatoria número 7, cuya biblioteca lleva su nombre.

Lector inteligente y activo de este espacio, donde incluso en octubre pasado se dio el lujo de refutar con energía y bases las candorosas afirmaciones de un médico triunfalista, el docente de tantas generaciones hizo de su vida un cálido testimonio cotidiano de libertad de pensamiento.

Más que enlistar aquí el increíble currículo de Castillo Farreras transcribo dos correos enviados a esta columna con motivo de su sensible deceso por parte de ex alumnos y amigos, que en el caso del maestro se volvieron sinónimos, uno el de Alberto Camacho, Guadalupe Castillo, Teresita Ramírez, Fernando Sánchez, María Eugenia Godoy, Eloísa Gottdiener, Raquel Biciego, Salomón Villaseñor, Armando Reyes, Édgar Montoya, Satilda González, Xóchitl Bravo y Jesús Zúñiga, quienes escribieron:

“Los amigos del maestro José Castillo Farreras le solicitamos hacer en su próxima columna una pequeña mención sobre el fallecimiento de nuestro compañero universitario, como un homenaje al que siempre estuvo en favor de la eutanasia y que prefirió morir a padecer el sufrimiento de vivir, pues le fue detectado cáncer terminal de pulmón la semana pasada y cuando supo las condiciones que le esperaban en los próximos cuatro meses que le dieron de vida, exigió que en caso de requerirlo no se le entubara. Este hecho finalmente le causó la muerte.”

“Estoy muy triste –escribió Tere García López–, hoy me enteré del fallecimiento del profesor Castillo Farreras. Hombres como él no deberían morir nunca. Este año recibiría la medalla al Mérito Universitario por su trayectoria y obra docente. Era un gran profesor y un mejor amigo que compartía su sabiduría y su bondad como muy pocos. Descanse en paz.”

Mientras la cínica legislación francesa niega la eutanasia a enfermos desahuciados que la solicitan aquejados de fuertes dolores, espíritus como Castillo Farreras honran la difícil capacidad de decidir por sí mismos.

 
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