Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de marzo de 2008 Num: 681

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Cinco cuentos populares serbios
JELENA RASTOVIC

El rey y el pastor

Un carnero con el vellón de oro

La mujer mala

Una doncella más astuta que el zar

Un castillo entre el cielo
y la tierra

El diario
JELENA RASTOVIC ENTREVISTA
CON NEBOJŠA VASOVIC

Columnas:
Galería
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Jorge Moch
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Contra Disney

Cuando yo era niño la tele de los miércoles por la noche era cosa mágica. Creaba mariposas en el estómago ese encuadre caleidoscópico, el coro que cantaba el estribillo: “el mágico mundo del color”. Campanita daba un pase con su varita, dejando derramarse por la pantalla esa cauda de polvo de hadas que yo, en incomprensible pero muy gozosa asociación, vinculaba a lo que un rato después Juan Pestañas, según afirmaba Cri Crí, repartiría a puños sobre las almohadas de los niños como quien riega semillas en tierra fértil. Muchos nos embelesábamos con los programas de Disney, las historias de animales, las filmaciones del parque Yellowstone, las aventuras de los personajes que inventó don Walt cuando mi propio padre tenía mi edad de entonces. Si bien el ratón Miguelito nunca logró conquistarme, el pato Donald –imagen de los refrescos Pascual– y Tribilín (no le decíamos Goofy) me ganaron rápido para sus respectivas causas de furibundo neurótico y desmañado por vocación.

Ir a Disneylandia era el sueño de cualquier escuincle de clase media, allí estaban Pan Am y American Airlines y sus anuncios para que no perdiéramos el norte, y Chabelo y Rogelio Moreno organizaban excursiones que a quienes quedábamos en tierra se nos antojaban felicísimos viajes al paraíso. Cuando yo tenía diez años, con mis padres y mi maestro de quinto organizamos nuestra propia versión, bastante más austera, de la aventura al edén de la fantasía. Éramos como veinte, entre amigos, primos, hermanos y adultos. El mundo se hizo inmenso, inabarcable y delicioso. Disney fue todo lo que soñamos.

Luego algo se torció. Disney dejó de ser un puñado de películas entrañables (aunque distorsionados plagios de la cuentística tradicional europea) y un parque de diversiones, para convertirse en corporación mundial dedicada a la penetración cultural del otro con la perversa intención de vendernos algo, lo que sea, todo el tiempo. Si bien la mayor parte de sus dibujos animados y películas llevaban un fuerte ingrediente ideológico, primero filo germánico, dada la inocultable simpatía de don Walt por el nacionalsocialismo alemán, pero luego antigermánico –gringo y patriotero, finalmente–, con el tiempo Disney se convirtió en un emporio industrial, una potencia que en sí sola supera las economías de varios países juntos, y pareció haber perdido el que al menos en parte debió ser el impulso inicial de su creador, la fantasía para entretener y hacer soñar: Disney es hoy punta de lanza ideológica, complejo aparato que impone diseños culturales, sociales y hasta estéticos con que homogeneizar el pensamiento de la niñez mundial. Ello al margen de los oscuros vínculos de su creador con la CIA, el FBI y su participación en la caza de brujas del macartismo. Muchas de sus producciones son lamentablemente estereotipadas y racistas, desde esa mezquina cosmogonía estadunidense ignorante de costumbres e idiosincrasias distintas, y parece empeñada en imponer modas y comportamientos de plano estúpidos o simplemente ajenos a un público infantil peligrosamente dúctil y maleable. Varias de esas películas y series de televisión tienen además como protagonistas a adolescentes que aparentan ser el paradigma del chico o la chica dinámicos, ocurrentes, siempre risueños y defensores de valores elementales de convivencia en un país donde en escuelas primarias, secundarias y preparatorias no son extrañas las masacres a balazos, la presión para el ejercicio precoz de la sexualidad o el consumo de cuanta droga hay disponible en sus mercados domésticos. En la realidad, muchas de esas actrices y actores, como Lindsay Lohan, Britney Spears o Hillary Duff terminaron con graves problemas de conducta y personalidad, adicciones o víctimas de la anorexia, la bulimia, el alcoholismo y, en general, los comunes, patológicos ingredientes de la disolución personal y familiar a los que lleva el exceso de éxito y dinero.

Cuando nació mi hija yo dije que prohibiría la entrada de Disney a mi casa. La gente se rió de mí, y tuvieron razón. Su poder de penetración es inmenso. Es responsabilidad nuestra, de los padres, acotar el fenómeno en lo posible. Disney no puede ser la única opción de entretenimiento para nuestros niños. Afortunadamente tenemos todavía a Canal Once y su Once niños. Nada malo sería que el gobierno revisara algunos de los contenidos de Disney en México. O que estimulara a creadores y cineastas nacionales como el gobierno estadunidense apoyó a Disney. Al fin que, diría el mismo don Walt, no cuesta nada soñar…