Usted está aquí: viernes 21 de marzo de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ Proceso perredista: la gente y los medios

■ La credibilidad, lastimada

Dos elecciones se juegan en el Partido de la Revolución Democrática: una, la de la gente que optó, pese a todo, por apoyar lo que cree servirá para evitar que una mayor catástrofe, como la venta del petróleo a empresas trasnacionales, acabe con los bienes que aún están en manos de los mexicanos. Y la otra, la de los medios, principalmente electrónicos, que buscan en la izquierda moderna el cómplice perfecto para escalar otra etapa de sus intereses.

Cada uno con su apuesta, cada cual con su interés, los dos han escenificado un combate decisorio, definitivo, para su transcurrir en los horizontes políticos del futuro inmediato. Y en esa discusión el Distrito Federal ha cobrado una importancia ajena a los pronósticos.

El declive en las preferencias de los militantes de ese partido en lugares clave hacia la corriente dominante, como el caso de Iztapalapa, despertó sospechas en el cacicazgo político que niega una realidad exhibida en las votaciones del pasado domingo.

Bastó que ese cacicazgo negara lo que las urnas dijeron para que en los medios electrónicos, casi en todos, se escuchara, por fin, la palabra maldita: fraude. Claro, en referencia al PRD, pero como pretexto ideal para expiar culpas y para explicar, sin ser explícitos, que el cochinero electoral es parte consustancial de su democracia, y sucede en todas las elecciones.

La obsesión que han mostrado en defensa de uno de los candidatos a dirigir el PRD –partido al que siempre han aborrecido– no parece tener que ver con su vocación política, y ahora ni siquiera con la protección que exige el interés económico al que sirven.

Hoy, después de limpiarse la elección, y en caso de que su candidato resulte derrotado, lo que está en peligro es su credibilidad ante la gente, aunque sea ante la gente amarilla, y eso puede significar que ya no sirven a los fines para los que han sido empleados, que su discurso ya no es creíble y que la manipulación de la realidad ya no les produce los efectos previstos.

Por eso, la desesperación por tratar de mostrar que no se equivocaron ahora pretende medir, democráticamente, con el mismo rasero, a todos los que contienden en una elección, y el fraude, en unos y otros, no es mas que un accidente de las democracias.

En el mismo sentido se trata de inducir a quienes escuchan o miran las transmisiones, a pensar en que el cochinero de Pemex es equiparable al cochinero de la elección perredista, en un desmedido afán de servir a quienes sí tienen el poder en el país.

De cualquier forma, en caso de que el candidato de los medios electrónicos triunfara, la tan atesorada credibilidad está, cuando menos, lastimada, aunque a decir verdad, si llegara a ganar, por el método que sea –eso es lo que menos importa–, lo que sí habrán logrado es tener de vez en vez una supuesta voz autorizada que desde la izquierda avale cada uno de los ataques que se quieran hacer en contra de las mayorías, y eso sí les importa.

La elección en el PRD no ha terminado, es una historia de horror interminable. Prolongar la indefinición es abrir espacios para que se siga distrayendo la atención de las cosas verdaderamente importantes. Por eso, cuando se trata de revisar lo que sucedió en el DF, y se lanzan acusaciones imposibles de probar, el tiempo se aprovecha para tratar de lavar los grandes pecados de una administración que sabe que su escudo está vulnerado. Allá ellos.

De pasadita

El jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, viajará a España para confirmar el alquiler de la máquina que traerán a México para hacer el túnel que irá de Santa Fe a Chapultepec. Dicen que el mentado equipo no tiene desperdicio, que es una maravilla tecnológica y el precio de tal cosa también. Por cierto, no estaría nada mal que el mandatario mirara de cerca a la “izquierda” que gobierna aquel país, en el que estar en uno u otro de los extremos ideológicos no significa nada. Quienes padecen la patraña política son los españoles, y quienes la gozan son las trasnacionales. Esa es su izquierda.

 
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