Con el panismo en el poder, especialmente en este régimen calderonista, los pueblos indígenas encuentran algunos de sus más peligrosos enemigos en las dependencias gubernamentales que presuntamente trabajan para su bien. Es el caso de la denominada Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (cdi), sembrada sobre los últimos restos del indigenismo nacionalista, que mal que bien duró hasta los años ochenta. Aún bajo el gobierno de Carlos Salinas de Gortari hubo una suerte de indigenismo cooptador, manirroto, “en solidaridad”, pero al menos “consideraba” a los pueblos y les daba por su lado, aunque ya empedrándoles el camino del infierno.

Los pueblos tienen enemigos declarados y descarados, desde caciques y propietarios locales hasta medios de comunicación, prelados, juzgados, empresas de preferencia transnacionales, think tanks contrainsurgentes embozados en las academias. Avanzada suya suelen ser los cuerpos policiacos y las tropas federales que actúan sobre el terreno: ocupan, detienen, torturan, violan, patrullan, amenazan y humillan regiones y comunidades. Sobre todo si son de aquellas que no se dejan, que por defender sus tierras y sus vidas, llegado el caso, pelean.

Pero ante la acción de la “amigable” CDI, de la mano de actores tan conspicuos como las secretarías de Turismo, Medio Ambiente y Comunicaciones y Transportes (SCT), uno concluye que sus esfuerzos y dineros son para abrir paso a la voracidad capitalista en los territorios indígenas: rurales, sagrados, marinos, ribereños y hasta los “intangibles” de la cultura.

Llama la atención que los promotores de la integración turística y modernizante de los pueblos, la punta del lanza del genocidio silencioso en ciernes, sean dos destacados actores del abortado proceso de paz en Chiapas como miembros de la Cocopa “histórica”: el titular de CDI, Luis H. Álvarez, y el de Turismo, Rodolfo Elizondo (apóstol de esa payasada de los “pueblos mágicos”, como si supiera algo sobre lo mágico).

Algo aprenderían en su experiencia chiapaneca, que con la llave del presupuesto transexenal ayudan a los negocios de los Mouriños y Bribiescas por venir, mientras ensayan una suerte de “solución definitiva” para el “problema indígena”. Sobre el terreno se alían con la SCT, encabezada por el salinista Luis Téllez Kuenzler, y dedican su verbo y sus presupuestos a pavimentar, empedrar, enladrillar, cercar, aplanar, allanar los territorios indígenas. Con agresividad “nunca antes vista” según el Congreso Nacional Indígena.

Hoy, la política indigenista está representada en las aplanadoras y motoconformadoras de las empresas constructoras de carreteras, represas, “ciudades rurales” y centros turísticos. A su paso, deja una estela de corrupción, división y engaño que genera tensión, violencia y desquiciamiento en los pueblos indios de México.

Las resistencias brotan por doquier, dignas y firmes, pero sufren. El enemigo va en serio. Sin trivializar el grave sentido de la palabra, se trata de una verdadera guerra. Una que no sólo dispara contra ellos, también viene disfrazada de “apoyos” buena onda pero con ánimo de quebrar su identidad y su matriz civilizatoria.

Están amenazados como nunca antes territorios y riqueza ancestral de tzeltales, wixaritari, purépechas, zapotecas, coras y tantos otros. Para ellos, las carreteras son puñaladas. Tan sólo en territorio jalisciense wixárika, el progreso y el narco amenazan el centro del mundo, Teakata, la convergencia de ríos, la cañada de todas las cañadas. Una golosina ecoturística.

Así la cuenca de los ríos Agua Azul, Tulijá y Bascán en el Chiapas tzeltal, donde los heraldos calderonistas planean abrir gasolineras, represas, un recreativo “X’ca­ret” fluvial y los negocios subsecuentes. Sólo que, chin, las comunidades que viven allí son zapatistas, están en resistencia, no se van a dejar. Como no lo harán muchísimos oaxaqueños del Istmo de Tehuantepec, mixtecos, comca’ac, yoreme, ñahñú, rarámuri. Ni los 36 presos políticos tzeltales y tzotziles en huelga de hambre en las cárceles de Chiapas.

Los medios y la opinión pública no miran hacia acá, uno de los frentes donde se libran batallas definitivas por la soberanía, la resistencia civil, la construcción de alternativas humanas para superar el catastrófico fin del capitalismo. Los pueblos indios resisten por todos los mexicanos, hasta por los hijos de sus enemigos. Se lo toman en serio. Sobre sus hombros llevan el peso del mundo. Es su cargo, su servicio, su responsabilidad sagrada.

 

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