11 de marzo de 2008     Número 6

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


NATURALEZA Y SOCIEDAD

EL CAMPO MEXICANO: CORNUCOPIA DE
CREADORES, SABERES Y PRODUCTOS

Víctor M. Toledo


Sacerdote sembrando, pintura mural, Teopancaxco

Cuando se habla de las grandes creaciones humanas, se tiende a discurrir sobre los acontecimientos notables de individuos de talento extraordinario en campos como el conocimiento, las artes, la arquitectura o la técnica. Poco, o mucho menos, se habla y reflexiona sobre las grandes creaciones colectivas de los pueblos ocurridas a lo largo de la historia, para generar productos tan cotidianos como los alimentos, las bebidas, los aromas, los saborizantes, los colorantes, los textiles, las plantas ornamentales, las recetas culinarias, la herbolaria, los instrumentos domésticos, las viviendas o las materias primas.

México es hoy uno de los países donde la otra tradición cognitiva, la ciencia de lo concreto, aún persiste, y con ella los procesos de apropiación no industrial de la naturaleza. Si se reconoce a escala internacional como una fuente desbordante de productos naturales, es porque ha logrado mantener ese legado valioso que es el soporte intelectual de numerosos actos de creación colectiva llevados a cabo a lo largo de miles de años. Si hoy existen es porque en el país también existe, a pesar de innumerables esfuerzos por eliminarla, una continuidad histórica de varios milenios que comienza con un proceso de selección de plantas con ciertos atributos y que hoy, 7 mil años después, todavía continúa.

Estos actos de creación colectiva, imperceptibles a la mirada de una sola generación, a los que podemos llamar bioculturales, aparecen como los frutos de un conocimiento sobre el entorno natural, acumulado y transmitido a lo largo del tiempo, en el que cultura y naturaleza se imbrican en un proceso recíproco de mutuos beneficios. Por ello, no resulta impropio hablar incluso de un proceso de coevolución en el que las culturas interactúan, domeñan y domestican con tal tersura a la naturaleza, sus fenómenos y sus productos, que al final las culturas requieren de la naturaleza tanto como la naturaleza necesita de las culturas.

En México, todo lo anterior fue posible porque las civilizaciones mesoamericanas hicieron descansar su reproducción material (alimentos, bebidas, medicinas, combustibles, instrumentos, materiales diversos, objetos de ornato) en la naturaleza y sus recursos, una relación que fue mediada no sólo por los saberes sino por la religión. De esta forma el proceso coevolutivo se hizo posible no únicamente a través de las vías objetivas del conocer sino que estuvo a la vez mediado por una relación esencialmente sagrada, en donde cada elemento natural, fueran plantas, animales, montañas, lluvias, manantiales o rocas, encarnaba en una o varias deidades.

Historia de los creadores. Se denomina Mesoamérica a la región en donde antiguamente nacieron, crecieron, maduraron y en muchos casos fenecieron civilizaciones de lo que hoy es México (centro y sur) y buena parte de Centroamérica. El esplendor alcanzado por las civilizaciones mesoamericanas, expresado en altas densidades de población, enormes centros urbanos, complejas organizaciones sociales y políticas, e inusitados avances en arte, religión y filosofía, se debió en buena medida a su habilidad para conocer y manejar la naturaleza circundante, sus elementos, variaciones, ritmos y procesos.

Mesoamérica no sólo fue uno de los principales centros de domesticación de más de 100 especies de plantas, también fue uno de los principales laboratorios de manejo de paisajes, masas de vegetación, suelos y topografías, cuerpos de agua y, por supuesto, innumerables especies de plantas y animales. En todos los casos, la alta complejidad ambiental de los territorios logró ser descifrada, interpretada y finalmente manipulada en beneficio de los conglomerados humanos. Los estudios arqueológicos y etno-históricos han revelado las diferentes estrategias adoptadas por los antiguos habitantes de México con el objeto de aprovechar los diversos mosaicos de paisajes y sus diferentes tipos de climas, suelos, masas de vegetación, cuerpos de agua y topografías para la producción de alimentos, materias primas, medicinas y otros muchos satisfactores.

Hoy se sabe de las diferentes tecnologías, de sistemas productivos y estrategias creados por los antiguos pobladores de Mesoamérica en la caza, pesca, recolección y, especialmente en la agricultura y el manejo de pendientes, suelos, selvas y bosques. La manipulación y transformación de los paisajes originales fueron logradas mediante la aplicación de diversas agrotecnologías, incluidas arboricultura, vegecultura, horticultura y sistemas agrícolas de temporal, de riego, de pantano o humedales, así como transformaciones diversas en los sistemas hidráulicos y la topografía para la creación de terrazas, bordos, acequias, plataformas, camellones y reservorios para agua.

Todos estos avances logrados durante el curso que fue tomando la apropiación del entorno natural, provocaron a su vez un efecto de retorno: la diversificación cultural. En 10 mil años, la multiplicación de las lenguas, es decir de la cultura, en la antigua Mesoamérica fue de tal magnitud que al momento del contacto con Europa en el territorio mexicano podían distinguirse, por su identidad linguística, unas 120 culturas principales, algunas de las cuales como la maya, mexica, zapoteca, mixteca o purhépecha, habían alcanzado niveles muy altos de complejidad.

Entre las evidencias tangibles de este desarrollo de la antigüedad se encuentran las grandes obras arquitectónicas, la cerámica y los reductos urbanos, pero también obras de modificación del medio como diques, acueductos, terrazas y sistemas productivos aún vigentes como chinampas, huertos, selvas manejadas y toda un variedad de parcelas agrícolas (llevando como cultivo principal al maíz). Fue precisamente dentro de este contexto de modificación, manipulación y aprovechamiento del medio donde tuvieron lugar las grandes creaciones bioculturales, es decir las invenciones o usos de una gran variedad de productos.

Tales invenciones fueron realizadas no por uno sino por miles o decenas de miles, y no en periodos cortos, sino en lapsos que llevaron docenas, cientos e incluso miles de años. Estas fueron entonces obras colectivas, reproducidas y perfeccionadas a lo largo del tiempo mediante mecanismos de mantenimiento, reproducción y memorización culturales. Estas invenciones contaron, por supuesto, con una “ventaja comparativa”: el territorio de México conforma una de las regiones biológicamente más ricas del planeta, de tal suerte que en esta zona se alcanzan valores extraordinarios de biodiversidad. Los inventarios biológicos sitúan al país en el tercer sitio en riqueza de flora (con unas 30,000 especies), y el primero en reptiles. Y fue justo de ese vasto repertorio de organismos de donde los pobladores originales de México hicieron surgir los productos que hoy disfrutan no sólo los mexicanos sino innumerables habitantes del mundo. Fue, en suma, del encuentro entre la diversidad biológica y las culturas que habitaron el territorio mexicano, confluencia que tomó unos 10 mil años, de donde surgió la cornucopia que hoy nos impresiona y deslumbra.

Historia de las creaciones. El registro más antiguo de presencia humana en México data de unos 35 mil años. Hace unos 14 mil años, los registros de los artefactos de piedra indican un aparente cambio de la caza de grandes presas, a la cacería de piezas pequeñas y a la recolección de frutos y semillas. Las evidencias más antiguas lo suficientemente confiables de domesticación de plantas datan de hace 7 mil años y se estima que hace ya unos 4 mil 500 la agricultura se había convertido en el principal modo de abasto y subsistencia, permitiendo el sedentarismo, el crecimiento de la población y la aparición de los primeros señoríos (conglomerados de mayor complejidad social que una tribu). Lo anterior hizo de Mesoamérica uno de los sitios con registros agrícolas más antiguos y uno de los principales centros de domesticación en el mundo.


FOTO: por MarkReqs

Aunque la caza, la pesca, la recolección y la extracción de productos vegetales y animales, terrestres y acuáticos, dulceacuícolas y marinos, dan fe de un conjunto de acciones que implican conocimientos detallados del medio y de las conductas y distribuciones de las especies, destrezas manuales y elaboración de instrumentos (desde arpones, lanzas y arcos hasta trampas, redes, canoas y jaulas), se trata todavía de actos meramente extractivos.

No fue sino hasta el advenimiento de la agricultura, el pastoreo, la agroforestería y la acuacultura, que las culturas humanas dieron lugar a acciones que implican ya manipulación de especies y de masas de vegetación, conocimiento de procesos biológicos, genéticos, etológicos y ecológicos y, sobretodo, reorientación de fenómenos en el largo tiempo para provecho humano.

En este último caso, la llamada “revolución neolítica”, implicó por un lado transformación y manejo de las condiciones naturales con el objeto de incrementar el control humano sobre los factores de la producción, y por el otro la domesticación de organismos vegetales y animales. En este segundo caso los procesos comienzan con la manipulación intencional de especies silvestres de interés humano, con tolerancia, inducción y protección selectiva de individuos y uso del fuego para favorecer o eliminar especies, y terminan con la selección artificial de poblaciones a lo largo del tiempo para favorecer o eliminar caracteres de los individuos, es decir, se realiza ya una cierta manipulación genética.

Aunque en contraste con las plantas, la domesticación de animales fue bastante escasa en Mesoamérica, pues prácticamente se redujo al perro escuintle y al guajolote, destacan las técnicas de manejo de los ciclos de vida de especies como la cochinilla, que se cultiva en los nopales para la extracción de colorantes, o el caracol púrpura.

Toda la diversidad de formas, tamaños, colores, sabores, aromas y estímulos gustativos contenidos en las mazorcas del maíz, las singulares morfologías y sabores de los frijoles, los tamaños de las calabazas o los guajes, las intensidades del picor de los chiles, los tonos del rojo ladrillo de los achiotes, el azul del añil o el púrpura del caracol, o la variedad aromática de los aguacates, son el resultado de cientos, quizás miles de experimentos, realizados por los productores durante cientos de generaciones, en innumerables hábitat con condiciones climáticas, minerales y de recursos de agua muy diferentes.De la misma manera, la gama de frutos tropicales, las pequeñas artesanías de maderas aromáticas, la gran variedad de peces o de insectos integrados a la alimentación, o el espectro de medicinas de origen vegetal y animal, son el producto de miles de minuciosas observaciones, pruebas y experimentos sobre cada material, presa o sustancia, reproducidos y transmitidos de generación en generación durante varios siglos.


BOSQUES Y SELVAS, TERRITORIOS INDÍGENAS

Eckart Boege

Los pueblos indígenas en México ocupan 14.3 por ciento de la superficie nacional, es decir unos 28 millones de hectáreas. Setenta por ciento de este territorio corresponde a 6 mil 81 núcleos agrarios, y el resto es propiedad privada y fragmentos de propiedad social.

Son tierras que albergan una riqueza extraordinaria de 45 tipos de vegetación, ensambles ecosistémicos y coberturas de bosques y selvas con alto valor en diversidad biológica. Ahí se encuentra 70 por ciento de todas las selvas altas y medianas húmedas de México, 54 por ciento de los riquísimos bosques de niebla, 27.5 de los pinos y 60 por ciento de las cactáceas endémicas.

A esta riqueza vegetal hay que sumar la cultural. Los pueblos indígenas de México y Centroamérica han domesticado gran cantidad de plantas: 15.4 por ciento de las especies del sistema alimentario mundial y 30.2 por ciento de los ingresos de la agricultura mexicana. Por tanto, no se puede hacer ninguna política ambiental de conservación y uso de la diversidad biológica sin considerar a estos pueblos.

Política de conservación insuficiente. Las políticas públicas en México se han centrado en buscar la conservación por medio de la creación de Áreas Naturales Protegidas, lo cual resulta insuficiente debido, por una parte, a que éstas se han diseñado sin el consentimiento de la población local, y por tanto generan conflictos socio ambientales, y por otra parte, debido al saqueo de los bosques por empresas privadas o caciques locales, amparados en el esquema de aprovechamiento de recursos forestales vía concesiones a particulares.

El programa de Conservación de la Biodiversidad por Comunidades Indígenas (Coinbio), nacido en 2001, es otra herramienta del gobierno que apoya iniciativas de ejidos y comunidades para resguardar la diversidad biológica; sin embargo, aplica sólo en Michoacán, Guerrero y Oaxaca.

Autogestión, congruente con Acuerdos de San Andrés. Varias comunidades indígenas se han organizado desde hace unas décadas para desarrollar esquemas de gestión comunitaria que abarcan miles de hectáreas.

En vez de encarar la crisis ambiental con la reforestación masiva y costosa, desde hace 40 años indígenas y campesinos están construyendo iniciativas para proteger los bosques y las selvas primarias y secundarias, establecer reservas comunitarias, impulsar el manejo forestal comunitario sustentable, desarrollar la apicultura y el café orgánico y crear capacidad técnica en ordenamientos territoriales y ecológicos. Recientemente han logrado la organización de comités de cuenca para su manejo integral, tal como ocurre en Chiapas, Tlaxcala, Jalisco y Puebla.

Estas experiencias son, en cierta medida, la práctica que los Acuerdos de San Andrés demandaban para todos los indígenas. Por ello es de vital interés el reconocimiento constitucional de los territorios de los pueblos indígenas y sus procesos propios de gestión.

CIESAS
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