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Domingo 9 de marzo de 2008 Num: 679

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Sandor Marai y el ocaso de un imperio

Sergio A. López Rivera


Foto tomada de: www.toutsurbudapest.net

Sandor Marai es un escritor extraordinario, que vivió y creció en un extraordinario medio social y familiar en la Viena del ocaso del Imperio Austro-Húngaro, que sucumbió con su derrota en 1818. Entre 1895 y 1914 Viena tuvo quizá el más fértil, original y creativo de los períodos literarios en el arte, arquitectura, música, literatura y psicología, así como en la filosofía. El Imperio de los Habsburgo, en su agonía, produjo una pléyade de artistas y una riqueza cultural que difícilmente podrán ser superados, de forma que no se puede dar un retrato justo y adecuado de ningún literato sin presentar el ambiente social y cultural en que se desarrollara. Es precisamente el caso de Marai, sin que se pretenda dar un retrato biográfico del autor, sino más bien establecer los lazos del autor con el lenguaje intelectual de Viena en las postrimerías del siglo XIX y los inicios del xx, así como con el pensamiento y el arte de ese tiempo, para poder deslindar cualquier confusión que se puede dar en virtud de su salida de Hungría a raíz del comunismo y su vida final en California, donde murió en 1989.

NATURAL DE KAKANIA

Sandor Marai fue ciudadano del imaginario país de Kakania, como llamó Musil al Imperio Austro-Húngaro en su libro El hombre sin atributos durante sus últimos treinta años imperiales. El nombre tiene dos significados, pues por una parte representa la abreviación de “imperial y real” (kaiserlich und königlich) y, por la otra, es una referencia común en el mundo infantil a la excremencia o tierra del excremento. La cultura de entonces se antoja que fue la que tuvimos en el siglo xx, pero durante su infancia, el modernismo de 1900 representado por artistas y científicos como Sigmund Freud, Arnold Schönberg, Adolf Loos, Oskar Kokoschka, Ernst Mach, Joseph Roth, Emil Ludwig, Stefan Zweig. A través de todos ellos podemos ver, como en un espejo, la imagen de cada uno, cuando las debilidades manifestadas en la decadencia y caída del Impero de los Habsburgo los impactaron y los marcaron profundamente en su propia experiencia vital, en sus vivencias y sus sentimientos, determinando y forjando sus preocupaciones como artistas y literatos. Es por ello que los productos culturales del Reino de Kakania compartieron determinadas características, que hablan y pueden arrojar luz sobre el contexto social, político, ético y religioso de sus propias obras. Sandor Marai no es la excepción a esta regla.


Foto: Dmitri Baltermants

Establecer las paradojas de Kakania no nos llevará, ciertamente, a establecer un espíritu del tiempo o zeitgeist, sino a definir una serie de bien conocidos hechos acerca de la situación social y cultural de los últimos años de la Viena de los Habsburgo, lo cual a su vez nos permitirá establecer algunas hipótesis sobre las fuentes y orígenes de las obras del autor estudiado. Ciertamente, esa época del Imperio puede ser analizada en sus propios méritos y narrar las tragedias y los éxitos imperiales desde 1890 hasta 1919, lo que nos obligaría a concentrarnos en las acciones y motivos del emperador Francisco José y el archiduque Francisco Ferdinando; pero el origen de la duodecafonía de Schönberg es otra cosa totalmente distinta, al igual que las obras de la pléyade de literatos y pintores que surgieron en este ocaso imperial; las ambiciones manifestadas en las obras de Rilke, Hofmannsthal, Musil y tantos otros, deben ser analizadas en su propia existencia y desarrollo dentro del cuadro cultural en el que se produjeron, el cual resulta evidente que de muchas formas determinó el sentido que aquellos escritores darían a su obra, pues podemos señalar que para los estándares de fines del siglo XIX, Austria-Hungría o la Doble Monarquía , era un superpoder que tenía un inmenso territorio, una estructura de poder bien establecida y una ya longeva estabilidad constitucional, pero a diferencia de las casas imperiales de Alemania y Japón, que a pesar de la derrota de 1945 no sufrieron, la primera un desmembramiento de la unidad impuesta desde la época de Bismarck y, el segundo, un desastre dinástico; en la dinastía de los Hasburgos la derrota militar representó el desmoronamiento de la autoridad monárquica junto con los lazos que sostenían al Imperio como una unidad, la cual se desvaneció prácticamente sin dejar traza alguna en territorios como los Balcanes, Transilvania y otras regiones. Podemos asombrarnos de que la derrota de 1918 haya tenido efectos tan catastróficos en el poder y la influencia de los Habsburgo.

Si miramos con detenimiento, las manifestaciones culturales de Viena en los albores del siglo xx, tales como la arquitectura, el derecho, la filosofía, la literatura, la música y la pintura, encontraremos que todos esos campos se desarrollaron en el mismo tiempo y en el mismo espacio en los que la cultura era la ocupación de un grupo muy compacto de artistas, músicos y escritores que estaban acostumbrados a reunirse y a discutir casi todos los días, ámbito en donde se daba una interdependencia vital entre las diferentes manifestaciones de la cultura científica y artística vienesa de aquella época, por lo que no podemos pasar por alto la interdependencia de las artes y las ciencias en aquella ciudad y en aquella época y, por tanto, la interdependencia de las obras de los más famosos escritores de entonces y los que les siguieron, como Sandor Marai, entre otros. En ese mundo enrarecido de los intelectuales vieneses, podemos comprobar que existía una gran interacción entre todos ellos. No es casualidad que coincidieran Schopenhauer, Bruno Walter, Gustav Mahler, Schönberg, el periodista Karl Kraus, Zweig, Rilke; pintores como Klimt y Kokoschka; científicos de la talla de Freud, Meynert y Breuer; talentos que se dieron en un período de no más de sesenta años, en las postrimerías del decadente Imperio, cuya cabeza fue, sin duda, la misma Viena que se enorgullecía de ser la Ciudad de los Sueños, pero que terminó siendo el origen de la destrucción del mundo, como la describió Karl Kraus. Es por ello que no debemos ignorar la historia del pensamiento y el contexto en que se desarrolla, ya sea éste literario o científico, a fin de evitar caer en un malentendido con respecto a los autores cuya obra se estudie. Este era el ambiente en que se desarrolló el círculo de jóvenes poetas y literatos, encabezados por Arthur Schnitzler y Hermann Bahr, y que se reunían en el Café Griensteidl y fueron conocidos como Jung Wien, siendo los más destacados de ellos Hugo von Hofmannsthal y Stefan Zweig.

A RITMO DE VALS

En esa misma ciudad de los sueños, los valses de Strauss, y en general la música, proveían un medio de escape ante la cruda realidad de la decadencia del Imperio, sobre todo después de la derrota de su ejército ante el de Prusia en Sadowa, que terminó con sus pretensiones de hegemonía sobre los pueblos de habla alemana, dando a la pasión de los vieneses por la danza un significado patológico de escape de la realidad. Paradójicamente, a inicios del siglo xx, Viena era el centro médico del mundo, pero la mediocridad de su burguesía impedía aceptar las investigaciones de sus famosos médicos y en especial de Freud, quien con su teoría de la sexualidad ofendía a las buenas conciencias vienesas, quienes le impusieron la conspiración del silencio (Totschweigentaktik), en una ciudad y un ambiente social y político en el que podemos identificar el inicio del movimiento nazi y del antisemitismo que tanto tuvieron que ver en el colosal e inhumano Holocausto del siglo xx.

Sandor Marai será, por tanto, un testigo ejemplar de todo aquel ocaso del gran Imperio. Nacido en 1900, tuvo oportunidad de conocer en sus últimas décadas la mentida luz de un mentido imperio que ya estaba desmoronado y destruido, antes de que el mundo se diera cuenta de ello. En sus Memorias de un burgués, Marai describe con singular maestría el tránsito del Imperio Austro-húngaro desde la prosperidad de una confiada burguesía, que se empeña en vivir ese sueño inventado en el que reinan la cultura científica y artística, pero que está ya herido de muerte por su escandalosa insensibilidad a los problemas sociales y económicos que lo corroen por dentro, y que camina hacia el desastre de la primera guerra mundial que inicia en 1914 en Sarajevo, con la tragedia del asesinato del archiduque Ferdinando, heredero al trono. Marai es enlistado en el ejército y sobrevive a la guerra, destino que no muchos de sus contemporáneos lograrán, y después de un largo peregrinar por el mundo, termina sus días en Estados Unidos.


Foto tomada de: www.toutsurbudapest.net

Aquel mundo era para el autor un mundo orientado hacia el interior, en el que los vecinos ocultaban sus vidas en los patios de las casas y sólo se expresaban hacia el exterior las festividades y actividades sociales o populares que constituían el esplendor de las ciudades del Imperio, ya fueran los bailes públicos con la música de los autores de moda, que abundaban, o las verbenas desarrolladas en los parques públicos. Este era el reflejo del pudor burgués de una sociedad que procuraba ocultar las vidas íntimas y las actividades privadas de las familias, que no debían ser del conocimiento general. Los inventos en materia de electricidad y el funcionamiento de las líneas de gas, eran la novedad de aquellos primeros años del siglo, y causaban gran inquietud entre las personas de más edad, que se resistían al cambio, tal como lo narra nuestro autor en esa novela, que si bien es imaginativa, refleja una gran dosis de autobiografía en un ambiente en el que convivían diferentes personas pertenecientes a diversas religiones, castas y clases sociales, sin mezclarse y limitándose a una estricta y elemental cortesía citadina, que impedía entrar en intimidad y mediante la cual cada familia guardaba celosamente su privacidad. Las tensiones nacionalistas que se dieron en varias familias nobles húngaras durante el siglo xix , al grado de provocar más de una revuelta patriótica, que finalmente fueron sofocadas por las tropas imperiales, son también un tema que aborda el autor en esta narración que por momentos alcanza ciertos aires épicos, pero que sobre todo constituye un testimonio del desenlace fatal de aquel Imperio condenado a la desaparición, por su propia pérdida de sensibilidad hacia los cambios que se le presentaron de forma irremisible y avasalladora.

EL INDIVIDUO Y LA HISTORIA

Se antoja que el autor siempre escribe sus novelas tomando en cuenta dos líneas paralelas, la de los personajes cuya vida o vicisitudes describe, y la del entorno dramático y trágico de la Europa de la primera mitad del siglo xx, relacionando la actividad individual con los acontecimientos angustiosos y destructivos de un continente enloquecido por la guerra, la violencia y el odio. Así, en La hermana hace referencia a una reunión de Navidad en la montaña en plena segunda guerra mundial, en la que tiene el encuentro tan vivamente grabado en su mente y el corazón del protagonista, mientras que la preocupación por el futuro de la humanidad y la infinidad de desgracias de dimensiones colosales estaban patentes en la mente de todos los participantes, y afirma:

Lo que supe no me aportó noticias sobre el destino de pueblos y continentes, sino sobre el de una sola persona. Sin embargo, en el destino de una sola persona la fatalidad puede condensarse con la misma intensidad que en el de pueblos enteros.

Fue ése un encuentro entre dos intelectuales, un músico y un escritor, en el ocaso de la vida de uno de ellos; el músico, que está ya condenado a muerte por la enfermedad, lo sabe y está dispuesto a afrontarlo sin rebelión alguna, como el autor sabe que en aquellos años Europa estaba condenada, si no a muerte, sí a una tragedia de dimensiones inconmensurables que determinaría el destino de millones de seres humanos, sobre todo después de la terrible masacre de la primera guerra mundial, que terminó no sólo con los imperios coloniales, sino con generaciones, y con toda una concepción de la vida y la muerte, quizá más ingenua pero no por ello más justa y auténtica. Ante ese arcano de los destinos, la actitud del escritor es de reserva involuntaria frente a la sencilla dignidad y sobria humanidad del hombre marcado por la muerte.

La música representa el bajo continuo de la narración en ese libro, como un tema constante cuyas variaciones, fugas y retornos al tema principal se dan en una melodiosa conjunción de situaciones en las que de manera insensible el interés por la música y sus diversas manifestaciones será el lazo de unión entre estas almas gemelas, sirviendo de contrapunto el tema de la guerra y la destrucción de ciudades, pueblos, civilizaciones, así como la persecución injustificada y deshumanizada de diferentes grupos humanos. Con profunda amargura el autor evoca:

La arrogancia vanidosa y desmedida del hombre, que se atreve a pensar que con sus espurias maquinaciones, además de provocar un cruel derramamiento de sangre, es capaz de alterar hasta las leyes eternas que rigen el mundo... El hombre es mero juguete de fuerzas y voluntades cuya verdadera naturaleza desconocemos, títere de pasiones que vibran más allá del entendimiento humano.

La muerte es otro personaje constante, ya sea como sombra confusa y misteriosa que acecha a los personajes, o como realidad impuesta contra la voluntad de los seres humanos, tanto en lo individual como en los holocaustos constantes durante la guerra, que es como un telón de fondo que siempre está presente en la obra del autor. Muerte que con su terrible orden causa desazón y tiene un sentido siniestro y obsesivo, como reflejo de la inutilidad de toda empresa humana para lograr un orden determinado que el ser humano se esfuerza en lograr con tanto empeño, incluso en los últimos instantes de vida. Todo ello lo obliga a expresar en forma abrupta:

Escritor, a ver si aprendes a ser humilde, profundamente humilde, me dije. No sabes nada sobre los hombres, y tampoco sobre las fuerzas que los mueven y animan a vivir o morir. Nada sabes sobre el amor; en tu trabajo manejas simples ideas preconcebidas... ¡Qué ridículo resulta en ocasiones el destino y al mismo tiempo qué triste y conmovedor! ¿A dónde llegaremos los europeos si optamos por ese sendero anárquico?... ¿Qué será del mundo?

En esa vorágine de violencias, de odios, complejos y afanes de destrucción, el autor se pregunta dónde está la verdad y cuál será el camino de la esperanza, si es que lo hay. El sacrificio es un hecho que no depende de la creencia en la redención, sino de conservar la esperanza en que Dios esté detrás de todas las cosas, aun cuando no sea fácil llegar hasta Él sino solamente a través del sacrificio. De nueva cuenta el autor recurre a un símil de la música, al referirse a las palabras “Feliz Navidad”, como palabras hermosas, austeras y perfectas como una fuga de Bach”. Guerras, plagas, sismos, todo converge como las premoniciones del Apocalipsis, en un mundo donde la destrucción campea a sus anchas y en el cual, debido a su enfermedad, el personaje dice con gran amargura: “A mí ya nadie puede ayudarme. Porque no sólo se trata de que la música me haya abandonado... yo también he abandonado a la música.”

Su respuesta a las conexiones entre la vida y la muerte fue únicamente la humildad con la que aceptó nuestro personaje su propio destino.

GUERRA, DECADENCIA Y OCASO

En El último encuentro nos narra la profunda, compleja y humana relación entre dos jóvenes de la Viena imperial que hacen su carrera juntos en la academia militar y llegan a crear una entrañable amistad no desprovista de ambigüedades y equívocos. Después de cuarenta y un años de ausencia, Konrád anuncia su regreso para visitar al General, cuando los recuerdos humanos ya casi estaban desvanecidos en el tiempo y los restos de varias generaciones se desmoronaban dentro de esa gran mansión que, como enorme tumba de piedra tallada, contenía también los recuerdos, la memoria de los muertos que se ocultan en los recovecos de las habitaciones. Así comienzan las evocaciones del General, recordando cómo la amistad que tuvieron de jóvenes era seria y callada, como cualquier sentimiento importante que dura toda la vida, sabiendo los dos que su encuentro prevalecería durante toda su vida.

Nuevamente, el autor nos señala que la música era un refugio de Konrád, donde su amigo no podía seguirlo, como si fuera un lugar secreto sólo para él y un lenguaje que le decía algo que los demás no podían comprender. Señala el autor:

Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia de su salvación. En esos momentos no oía a quienes se dirigían a él. La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes... Era como si la rebeldía de la música hubiese elevado los muebles, como si una fuerza invisible hubiera movido las pesadas cortinas desde el otro lado de las ventanas; era como si todo lo que había sido enterrado en los corazones humanos, todo lo corrompido y descompuesto reviviera... La Polonesa-Fantasía era tan sólo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden humanos intentan ocultar.

Todo ello hace exclamar al padre del General que Konrád nunca será un soldado de verdad, por el simple hecho de que era alguien diferente. Pero la música de la que nos habla Marai no es la música vienesa compuesta por Strauss y otros compositores para que la gente olvidara ciertas cosas o para que se evadiera de la cruel realidad, sino que era la música que despertaba pasiones, a la cual lo ataban lazos invisibles cuyo significado profundo constituía un mandato superior. Despertaba un sentimiento de culpa al mismo tiempo que lograba que la vida fuera más real en el corazón y en la mente de los seres humanos:

Esa música era diferente a la que provenía del exterior, la que sonaba en los restaurantes, en las salas de baile, en los salones del centro de la ciudad y que era diferente a la que prefería Konrád, puesto que sólo sonaba para que la vida fuera más placentera, más festiva, para que brillaran los ojos de las señoras, para que chispeara la vanidad de los caballeros. La música que Konrád prefería no sonaba para que la gente olvidara ciertas cosas, sino que despertaba pasiones, despertaba incluso un sentimiento de culpa, y su propósito era lograr que la vida fuera más real en el corazón y en la mente de los seres humanos.

Era la época en la que estuvieron de moda los valses de Strauss, cuando un visitante de Alemania citado por Schnitzler se refiere a la música vienesa en los siguientes términos:

De corte africano y sangre caliente, alocada pero con vida... interminable, sin hermosura, apasionada... el compositor exorciza a los perversos demonios de nuestros cuerpos y lo hace con valses, que son la forma moderna de exorcismo... capturando nuestros sentidos en un dulce trance. Típicamente africano es el modo en que conduce sus danzas; sus propios brazos ya no le pertenecen cuando el trueno de sus valses se libera; su arco del violín danza con sus brazos... el tempo estimula sus pies; la melodía ondea vasos de champaña frente a su cara y el diablo está libre... Un peligroso poder se ha puesto en las manos de este hombre trigueño; puede ver como una suerte para él que podamos dedicar toda clase de pensamientos a su música, que no exista censura alguna para sus valses, que la música estimula nuestras emociones en forma directa y no a través de los canales del pensamiento... Las parejas bailan el vals de forma báquica... la sensualidad está liberada, no existe ningún dios que los inhiba.

Al músico de La hermana, la enfermedad le cambia toda su relación con el universo, con la raza humana y con la misma música, ese don que le fue dado y ahora se le está quitando de alguna forma, pues ya no podrá ejecutar más su virtuosismo como pianista. Todo ello le hace expresar que ha amado con la música, a través de ella, pues la música ha constituido un vínculo más estrecho que cualquier vínculo erótico o sensual con la mujer de sus sueños, pues afirma que la música tiene una fuerza inmensa; es un lazo impersonal entre el hombre y el universo, un vínculo inmaterial que hace al autor concluir la narración contenida en el manuscrito que le envió al escritor con las siguientes reflexiones:

Aquí concluye el manuscrito... sus enseres, sus libros, todas sus notas quedaron en Lucerna. La guerra silenció su legado.

No se sabe si entre sus cosas había alguna composición musical aún no estrenada. En los últimos años, el mundo sólo ha escuchado partituras muy distintas, unas partituras terribles; nadie tenía tiempo de preocuparse por el destino de una improbable partitura extraviada. Tal vez haya lectores que lean esta historia como la última composición de un músico, en la que la melodía importa más que la letra. Y está bien que así sea, pues, aunque la melodía nunca tiene un “significado”, lo dice todo, todo lo que no puede decirse con palabras.

En este autor, como en muchos otros que vivieron el ocaso del Imperio Austro-Húngaro, el trauma de la guerra 1914-1918 fue un parteaguas. En Alemania e Italia la unidad nacional era aún muy reciente para que el torbellino resultante de la primera guerra mundial, ya fuera en la victoria o en la derrota, no fuera otra cosa sino un episodio más en su larga historia.

UNA NUEVA EUROPA

Los alemanes despidieron a la dinastía Hohenzollern sin nostalgia; los franceses veían al conflicto como una fase más de su defensa nacional a lo largo del Rhin. Para Inglaterra representó una no deseada intervención en los asuntos de Europa continental, que provocó una transformación social y la redistribución del poder político, pero para Rusia y Austria aquella guerra fue un rompimiento completo con el pasado. En cada uno de estos países, la dinastía gobernante había conservado el poder por un largo período, de forma que parecía encarnar la identidad nacional. Por ello el desmantelamiento de la herencia de los Habsburgo destruyó de un solo golpe a un régimen y una estructura de poder, cuya supervivencia frente a las irreconciliables paradojas existentes parecía ser la mejor garantía de su propia durabilidad sin límite alguno. Las generaciones nacidas en Viena a partir de 1880 y hasta 1900, vieron así desmantelado el marco de su existencia nacional y social cuando se aproximaban a su madurez como individuos, al vivir el desmantelamiento y amputación de un imperio que se extendía desde el río Po hasta los montes Cárpatos, situación que aún los rusos evitaron, pues su revolución no representó pérdida alguna de territorio, sino al contrario. Así fue como la Doble Monarquía y el Hausmacht, al desaparecer, dejaron a los vieneses preocupados por su futuro en la Europa de los años veinte, como una nueva y truncada república. En la nueva Austria, sin embargo, había grandes posibilidades de trabajar positivamente para los intelectuales, al desaparecer el ultraconservadurismo de los Habsburgo, convencidos de que era tiempo para mirar hacia delante con espíritu pragmático y un positivismo constructivo. Con la caída de la monarquía y la construcción de una sociedad más democrática, la vida cultural tuvo necesariamente que tomar una nueva dirección debido a la liberación de viejos gustos y convenciones sociales y de estilo, de forma que a partir de los años veinte se dio un gran impulso a la innovación en las artes y en la literatura, que fue precisamente la época en la que Marai comenzó a escribir sus novelas, internándose los artistas en una fase de intensa experimentación dentro del marco de una gran libertad que nunca habían disfrutado durante la vigencia de la monarquía. El criterio estético llegó a convertirse en la prioridad fundamental (no de un patrón individual o del público burgués), sino que los artistas tuvieron la oportunidad de organizar su creatividad libremente y de convertirse en los jueces de sus colegas, dispersándose así la antigua autoridad cultural, lo que ciertamente produjo resultados diversos en materia de calidad literaria y artística en general, al haberse balcanizado la cultura.

Retrospectivamente, podemos sentir más familiar e inteligible al mundo de Kakania, que a la creación literaria y artística del período entre las dos guerras mundiales, lo que es una buena razón para sentir la nostalgia de aquellos años, debido a que nuestro mundo también se ha construido sobre una base bipolar y ahora unipolar, quizá no por mucho tiempo, dado que el lenguaje de los valores y los juicios de valor se aprende, y los mismos se dan a través del uso estandarizado del contexto de los problemas y situaciones de la vida real. Esto es precisamente lo que Marai ha tratado de plasmar en sus obras literarias, en las que podemos percibir toda esa trama de relaciones, interacciones y conflictos entre los personajes que surgen de aquella Viena o del Budapest del ocaso imperial, todo ello dentro de un estilo literario insuperable y rico en vivencias y caracteres humanos a los que les da la categoría de testigos de esa decadencia y extinción, ya anunciada y soberbiamente narrada en sus obras.