Usted está aquí: domingo 9 de marzo de 2008 Opinión El hombre de su vida

Carlos Bonfil
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El hombre de su vida

Presentada en el pasado Tour de cine francés, El hombre de su vida (L’homme de sa vie), de la realizadora Zabou Breitman, escrita en colaboración con Agnès de Sacy, es una interesante reflexión sobre la fragilidad afectiva de una pareja heterosexual, cuya armonía doméstica se ve alterada por la irrupción de un hombre homosexual, que sin proponérselo, siembra el desasosiego moral a su paso.

Ambientada en la Provenza, la cinta de Breitman ofrece el tipo de atmósfera bucólica que hace décadas presentó Bertrand Tavernier en Un domingo en el campo, y antes que él los directores Eric Rohmer y Jean Renoir en sus recreaciones impresionistas. El campo es aquí el lugar de veraneo donde una pareja, Frédéric (Bernard Campan), su mujer, Frédérique (Léa Drucker) y su pequeño hijo, disfrutarán en compañía de familiares y amigos el ritual periodo vacacional. Cuando Frédéric invita al solitario y atractivo vecino de 40 años, Hugo (Charles Berling), a cenar con toda su familia, da inicio una relación de complicidad afectiva entre los dos hombres cuadragenarios que las guionistas aderezan continuamente con insinuaciones homoeróticas.

Los nuevos amigos comparten el gusto por el deporte, el jogging matinal, pero en sus largas conversaciones vespertinas jamás hablan de los tópicos que comúnmente enaltecen a la camaradería viril (fútbol, mujeres, política), sino del contraste de sus ideas sobre el amor, la sexualidad, la soledad y la vida en pareja.

Por un lado, Frédéric exalta los valores familiares, la necesidad de cifrar en la pareja toda la esperanza de una vejez al abrigo de contratiempos y amarguras; Hugo, en cambio, se muestra escéptico ante este ideal de plenitud conyugal y armonía doméstica, recordando la incomprensión de su padre, quien lo expulsó del hogar al enterarse de su homosexualidad, y la inconstancia de su propia vida amorosa, tan llena de aventuras, tan parca en gratificaciones perdurables.

Con todo, Frédéric no deja de sentirse subyugado por la libertad que percibe en su nuevo amigo, por su creatividad artística de diseñador gráfico, tan distante de su propia profesión de químico, y del desparpajo con el que Hugo aborda y domina todos los temas en la conversación.

En su relación amistosa con el seductor profesional, el hombre de familia advierte en toda su extensión el carácter rutinario y moroso de su propia vida doméstica, el límite de sus ambiciones, tan desgastadas, y su anhelo por experimentar sensaciones totalmente nuevas en la cercanía de un hombre cuyo contacto físico desea confusamente, y que ha terminado por erosionar casi por completo el deseo sexual por su esposa. Una escena desgarradora muestra a su mujer como la gran excluida de esta historia, gritando desnuda en un pasillo su frustración y su derrota.

En El hombre de su vida la realizadora y su guionista se han esforzado por adoptar un punto de vista masculino y sacudir de paso la mayoría de clichés sobre la virilidad tradicional. Hay un elogio de la fragilidad y la ternura, ya no en la representación de una pasión homosexual entre dos hombres jóvenes, o entre un joven y un hombre maduro (tópicos convencionales del cine gay), sino en la amistad que surge entre dos hombres de 40 años, para quienes el tabú del contacto físico permite potenciar al máximo su nivel de intimidad afectiva.

Pese a todo, la cinta dista mucho de ser una realización redonda y lograda. El tratamiento resulta a menudo esquemático (mediocridad versus imaginación artística, ésta última virtud previsiblemente del lado homosexual; rutina versus libertad; papel demasiado accesorio de las mujeres, simples catalizadores de la intensidad afectiva masculina), y son un tanto estorbosas las irrupciones surrealistas de un cuarteto de cuerdas en pleno campo, sin justificación aparente, marcando transiciones narrativas que la cinta podría presentar de modo más llano y convincente.

La aparición sorpresiva de una hija de Hugo, de la que nada se sabía y que poco aporta a la trama, es también una debilidad narrativa. Las actuaciones, sin embargo, son sobresalientes. Charles Berling, en particular, brilla en su caracterización de Hugo, el hombre solitario que pulveriza las certidumbres familiares, sucumbiendo a su vez a una intensidad afectiva hasta entonces desconocida para él.

El hombre de su vida es una radiografía novedosa de la masculinidad y sus conflictos interiores. La mirada de la cineasta tal vez no despliegue una grandeza artística, aunque sí una perspicacia notable.

 
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