Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de marzo de 2008 Num: 678

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

A ver qué pasa
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Lo pasado
MINÁS DIMÁKIS

Tlayacapan: ruinas
de utopía

CLAUDIO FAVIER ORENDAIN

Tlayacapan
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Guajana y la pasión
sin pausas

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

Robert Capa trabajando
MERRY MACMASTERS

Origen y sentido del Carnaval en Brasil
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
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La Jornada Virtual
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Artes Visuales
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MEMENTO

Claudio Favier Orendain


TLAYACAPAN: RUINAS DE UTOPÍA

El primer día de este año murió en la dehesa de las Coscojas, provincia de Cáceres, el pintor, escultor, grabador, vitralista, escritor y teólogo de la liberación Claudio Favier Orendáin, nacido en Jalisco en 1931. Reproducimos aquí un fragmento de su libro Ruinas de utopía , publicado por el Fondo de Cultura Económica. En el Morelos de los setenta, en plena época de Méndez Arceo, Lemerciere e Iván Ilich, Claudio y sus compañeros intentaron revivir la utopía xochimilca, azteca y Agustina de San Juan de Tlayacapan.

Llegué a Tlayacapan un 21 de diciembre, solsticio de invierno o de secas, principio de la época de vientos y fiesta de Santo Tomás el Incrédulo. Por una de esas casualidades que hacen creer en la magia, el terreno donde construí un calpulli de adobe está registrado a nombre del santo, patrono actual de los arquitectos y suplente de los prohibidos Cuatro Coronados.

Aunque los albañiles afirman que en ese mismo lugar celebran cada 3 de mayo la festividad de la cruz florida, ninguno me aportó detalles ni anécdotas legendarias que lo confirmaran. Únicamente tengo una llave enmohecida que encontré en el centro de la cimentación hexagonal que bien podría ser la que abría el portón del supuesto edificio. El giro dejaba libres las hojas que al abatirse permitían a la luz penetrar en la penumbra de la pequeña nave, hasta iluminar de nuevo el retablo estofado en oro que enmarcaba al santo patrón de los constructores. En el centro, en una peana de jade, Tomás el apóstol, de pie, esconde la risa de incrédulo con la máscara tristonamente entristecida de los dioses. Sostiene en la bandeja de sus manos la maqueta de la catedral urbana del pueblo. Invita a penetrar en el misterio de ese bosque de símbolos contradictorios.

Tal vez alguna de las leyendas europeas sobre Santo Tomas construyendo palacios salomónicos en el Oriente, según los planos de las estrellas de David, o quizá alguno de los cuentos mexicanos que lo describen labrando cruces hexagonales en Palenque y Chalma, fueron lugar común de los famosos predicadores contratados para la fiesta del solsticio navideño. En los tiempos conflictivos del pasado siglo se olvidaron las narraciones fabulosas que cargaban de duende la capilla del santo. Consecuentemente, el edificio perdió su contenido amoroso, hospitalario, sacro. Ahora sólo quedan las divagaciones posibles que pueda sugerir una llave oxidada.


Calle de Tlayacapan
Foto: Rosaura Pozos/ archivo La Jornada

Recuerdo que compramos el terreno un 26 de diciembre, fiesta de los muertitos inocentes, días de las ánimas vacilonas y de la incredulidad. Estábamos muy contentos al sabernos dueños de un pedazo de planeta, en la zona poniente, un poco al sur, ésa que corresponde a los 400/conejos, dioses multitudinarios de los muchos aficionados por beber octli , y para festejar el hecho nos metimos en la cantina de Darío.

Muy charlatán, desde el primer trago filosofé tratando de compaginar la incredulidad y la santidad, teoricé sobre las posibilidades constructivas del adobe y, apenas pasaba la tercera copa, inicié un panegírico conmovedor sobre las virtudes del santo. No pude concluir porque el personal exteriorizó claramente lo banal que resultaba mi discurso cuando todos estaban de sobra convencidos de la indiscutible chingonería del apóstol.

Entonces cantamos corridos zapatistas, romances chilenos de Violeta, baladas cubanas de Silvio y boleros veracruzanos de Lara. Nos abrazamos y fuimos sensibleros hasta el llanto, presumimos de nuestras mamacitas y nos mentamos la madre. Al despedirnos el Costal nos invitó a pasar la cruda en la cárcel, Chucho insistía en tararear “El abandonado”, y el Diablo sugería ir a bendecir con mezcal el terreno del Incrédulo , cuando Darío decidió cobrarnos la cuenta. En ese momento final una vivencia de solidaridad mezcló sueños con realidades y decidimos entonar la melodía salmodiando la copla recitada por los escuincles en esa fecha de la inocentada:

Inocente palomita
que te has dejado engañar,
sabiendo que en este día,
no se puede uno fiar.

    A manera de perorata

Tlayacapan,
tierra del Señor Yaca/tecutli,
de San Juan el Bautista;
en el límite del espacio/tiempo,
en el lindero de la esfera y el cubo,
en la frontera del misterio y la magia,
en la nariz de los tres ejes,
en el finisterre umbilical,
en la salida de los mercaderes rumbo al sur,
en el día uno/serpiente, cecóatl .

Pequeña planicie de terrazas agrícolas, cercada de volcanes en erosión. Línea entre los bosques frutales de la sierra tepozteca y los jardines comestibles del valle de Amilpas. Ruta de jade y obsidiana hacia los hongos caleidoscópicos de Oaxaca, rumbo al mar del poniente. Camino de café y tabaco hacia las guacamayas que se posan en el árbol del hule, en los bordos del golfo olmeca, en el mar del oriente. Cima estratégica donde los militares controlaron el mundo: paisaje de enigmas donde los sacerdotes imaginaron mitologías; clima de hierbas curativas donde las ánimas en pena consolaban a los dolientes; nudo de veredas donde se citaron los ochocientos anuales; orgía de borrachos donde se festejaba a las veinte veintenas de conejos; lodo de adobe quebrado por cinco barrancas torrenciales; nube de polvo capaz de esfumar los mapas; manos de tierra que siguen esperando el milagro de las semillas.

Hubo en un tiempo lejano, un urbanista, un tlalyoltltehuáni , un encargado de divinizar el espacio al ritmo de su corazón: fijó un centro según lo insinuaban montes y estrellas y, en él, giró el compás para dibujar una espiral hexagonal con cincuenta y dos puntos.

Vino no hace mucho desde países extraños un arquitecto, un alarife, un fraile iluminado dispuesto a construir otra Ciudad de Dios: sobrepuso una escuadra egipcia cubriendo al equilátero y trazó un rectángulo de medidas apocalípticas.

Del mestizaje quedan las ruinas,
decir que son ruinas de Utopía
no parece descabellado ni pretencioso.

Quien no lo crea que se acerque: la cruz de los ejes urbanos sigue obedeciendo los senderos del destino; el agrietado monasterio lleno de momias conserva en el claustro las medidas del Teocalli ; los espacios bicéfalos cortan los caminos y, en uno de ellos, todavía se citan los compadres; las iglesias cardinales, antagónicas y complementarias siguen dando nombre a los barrios; los veintiséis puntos rituales que estructuran la catedral urbana susurran entre las piedras rotas fragmentos deshilvanados de leyendas. Quedan jagüeyes anegados, aljibes quebrados, cuescomates vacíos, temascales húmedos y almas vagabundas de difuntos sin querencia.

Pocos son los peregrinos que pasan rumbo a Chalma y Chalco. Siempre hacen un alto para visitar al Santo Señor de la Exaltación. Suelen dormir en el suelo sin techumbre de la que fuera Capilla de Indios. Su doloroso silencio en busca del prodigio, ignorante del paso de los siglos, confirma esta historia.

Hay todavía rezanderas hábiles en levantar la sombra de los muertos, expertas en letanías que curan de espanto siempre evitan, con prudente hermetismo, revelar los secretos de las plantas, pensando que la ciencia moderna ya no cree en la fuerza de la palabra.


Ilustraciones de Claudio Favier Orendáin

Quedan viejos conocedores de las virtudes visionarias del peyote y de los maleficios amorosos del toloache. No se han enterado de que hay papas y obispos que dictan la doctrina, por eso apenas cae la noche reúnen a sus nietos y, rompiendo su habitual mutismo, les cuentan historias de dioses y nahuales cuyas moralejas proponen mundos imposibles de justicia.

No hace falta más. Este año, como antaño, antes de que amanezca el solsticio de lluvias, se reunirán en la Iglesia Grande los miembros de la Adoración Nocturna con sus devocionarios, las beatas de la Vela Perpetua encendiendo candiles y los veinte venerados mayordomos con sus báculos. Apenas nazca el Sol, tronará la selva reglamentaria de cohetes y la banda tocará “Las mañanitas”, dando principio al ritual solemne del triduo que festeja el día del santo del patrón del pueblo.

Tres tardes lloverá sobre la procesión. La imagen de San Juan Bautista volverá a su retablo empapada y desteñida. Saldrá el arco iris y el baile de la última noche estará concurrido. La tierra olerá a mojado, las semillas germinarán. Todo indicará que la muerte sigue engendrando vida: ruinas sobre utopías, utopías sobre ruinas.

* Borunda afirma que la imagen de Cristo que se venera en Chalma se la encontraron los frailes agustinos en una cueva cercana al santuario actual. Dice el erudito que allí la dejó Santo Tomás apóstol , cuando anduvo predicando en el siglo primero. También Sigüenza y Góngora sostiene que el Incrédulo fue a las Indias y no a India, como cuenta Santiago de la Vorágine. Según ellos, esto explica que pueblos tan primitivos tuvieran una moral tan exquisita y, asimismo, la frecuencia de cruces en el arte, incluida la de Palenque.