Usted está aquí: domingo 2 de marzo de 2008 Política A la Mitad del foro

A la Mitad del foro

León García Soler

Reflejos de sus propias sombras

Aparezco en tv, luego existo

Ampliar la imagen Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación Foto: José Antonio López

Para los políticos mexicanos de los albores del tercer milenio, gobernar por encuestas se ha transformado en la ilusión de poder brincar sobre su propia sombra. Así sea en los reflejos del espejo negro de Tezcatlipoca que en mala hora invocó el presidencialismo ilustrado. O peor aún, ante el de la pantalla de televisión a la que interrogan, no sobre su incomparable talento, sino acerca de su existencia misma.

Si no aparece en televisión no es, no ha sucedido. La era del espectáculo reclama imagen. La prensa escrita, el valor de la palabra, sobresalta a los sonámbulos del monólogo. Hay que escuchar el eco de lo que uno dice. O acudir a los arúspices del día y atender a las respuestas codificadas de las encuestas. Vocero del sonorense inmolado en Lomas Taurinas, secretario particular y consejero áulico del doctorcito Zedillo, Liébano Sáenz litiga y consulta el vuelo de las aves. Espejito, espejito, dime: ¿Quién es el más popular, el más bien visto, aquel en quien confían más los ciudadanos? Y los resultados de esa encuesta movieron a Felipe Calderón a remover a sus secretarios de Gobernación y de Desarrollo Social para enviar ahí a sus validos, a sus allegados, Juan Camilo Mouriño y Enrique Cordero.

Aunque parezca increíble, entre las brumas cifradas del documento elaborado por los auxiliares de Liébano Sáenz centelleaba la estrella de Santiago Creel. Según los astrónomos, la luz de una estrella puede llegarnos años, siglos, milenios después de haberse apagado y desaparecido de la bóveda celeste. La de Santiago Creel es nada. Y el senador panista se queja amargamente porque su imagen ya no aparece en la televisión. Luego, tampoco parece ser. Pero al ver las columnas de popularidad, reconocimiento del nombre, del producto, los asesores de Los Pinos decidieron que tan tenue brillo podría opacar el de la estrella en ascenso del presidencialismo restaurado con la poción mágica de azul panista y falangista, la invocación de Manuel Gómez Morín y la inclinación cortesana ante Aznar el exiguo.

Ave Iván, los que vamos a votar te saludamos. Volvió a hablarse del delfín en la República laica democrática y representativa. El ágora electrónica multiplicó su imagen al infinito: es, parece, va a ser. Conjugar el verbo madrugar es oficio de quienes siguieron las pautas del sistema métrico sexenal. Invitaba a los francotiradores poner prematuramente al sucesor designado bajo los reflectores. Las páginas de sociales, la prensa del corazón, festinaron el arribo del joven heredero, bien vestido y bien parecido. Entraron en éxtasis los analistas de la transición en presente continuo. Tendríamos nuestro Sarkozy; la derecha con estilo moderno y aspecto de galán, de los que ya no usan gomina; si acaso, un sugestivo gel. Y para colmo de dichas, rico heredero.

Demasiada fortuna para ocultarla a la mirada inquisitiva de la oposición externa y la insidia interna. Andrés Manuel López Obrador, un presidente legítimo en busca de las luminarias fugaces del poder mediático, asumió la defensa a ultranza de Pemex, no a la privatización. La desmesura tropical lo había llevado a denunciar un veto, un complot de los medios electrónicos e impresos que no atendían a su peregrinar por los municipios del país y no reproducían su imagen ni sus palabras. La campechana familia del delfín Mouriño había hecho fortuna como contratista y transportista de Pemex; dueños de decenas de expendios de gasolina en el sureste; en el patio trasero del estratega de Nacajuca. Y en medio de una tormenta tribal, López Obrador entregó documentos acusatorios al asustado Javier González Garza, coordinador de los diputados del PRD.

Los documentos, reproducidos en la prensa escrita, avalarían la denuncia de presunto tráfico de influencias, por contratos otorgados a las empresas familiares cuando Juan Camilo Mouriño era diputado y alto funcionario de Energía, cabeza del sector. El secretario de Gobernación acudió al método de las conferencias de prensa en las que no se permiten preguntas, ni se responde a las que hiciera algún despistado. Nada nuevo: en España hay elecciones y ni José Rodríguez Zapatero ni Mariano Rajoy hacen declaraciones a la prensa; ambos cuentan con sendos equipos que graban electrónicamente y difunden cuanto hacen y dicen los candidatos a presidente de gobierno. No voy a debatir, dijo Juan Camilo Mouriño, quien llamó mezquino y doloso a su acusador. Habrá que esperar la respuesta cumplida y bastante a las autoridades competentes. No hay manera de eludirla.

El desencuentro bajo la torre de Pemex mostró la confusión que reina entre los adoradores y detractores del poder mediático, los que predican apertura plena y se deslumbran cuando se exponen sus acciones, así como quienes condenan el poder de los medios y proclaman la injusticia de no verse reflejados en ellos, reproducida su imagen y convalidada su existencia misma, su condición de hombre público. Culpar al mensajero es signo de debilidad, preludio de derrota. Bastaría ver el efecto negativo de la queja de la senadora Hillary Clinton durante el debate en Texas con el senador Barack Obama.

Y ahí está el entusiasmo delirante de Andrés Manuel López Obrador porque se ocupan de él los que presumía conjurados para silenciar su voz. En Nayarit gritaría su dicha: “¿No que ya no existimos? ...estamos en las ocho columnas de los periódicos; no importa que sean ataques, lo importante es que ahí está el movimiento.” CNN en el mundo entero, en los mejores hoteles. Aparezco en tv, luego existo. Y los diputados del PRD que aprobaron la llamada ley Televisa ya no tendrán de qué avergonzarse. Las encuestas desfacerán entuertos. En la de Liébano Sáenz, Enrique Peña y Marcelo Ebrard superan a sus respectivos compañeros de partido. Entre los gobernadores, ya lo hemos dicho, Fidel Herrera Beltrán resulta el mejor calificado por sus gobernados.

(Pero antes de volver al futuro: las dudas existenciales de la diputada Ruth Zavaleta, “peleada con los dos gobiernos, con el legítimo y con el legal”, quien con beatífica desmemoria ignoró la Reforma y el Siglo de las Luces para encender una vela al poder teocrático: que sacerdotes y obispos puedan votar y ser votados. Olvidó que ya votan. Lástima que su coordinador, atento a exigir la renuncia o remoción del secretario de Gobernación, retomó el argumento de la lealtad de los sacerdotes católicos a un jefe de Estado extranjero. La izquierda no puede responder a la embestida contra el Estado laico, en consonancia con la estulticia xenófoba del inconcebible Fernández Noroña.)

Llegan los idus de marzo y el día 4 celebrarán el 79 aniversario de la fundación del PNR-PRM-PRI. Beatriz Paredes se reunió con los gobernadores de su partido: el PRI no votará por reforma alguna al 27 constitucional; está y estará contra la privatización de Pemex. Lo dijo en compañía de Jesús Murillo Karam, secretario general del PRI, y en presencia de Emilio Gamboa. En el Senado, Manlio Fabio Beltrones hace política sin oír el canto de las sirenas, pero sin desalentarse por encuestas (GEA-ISA) que lo sitúan en mejor posición que Mouriño y López Obrador, pero muy abajo de Felipe Calderón, Enrique Peña, Marcelo Ebrard y Beatriz Paredes.

Los dioses ciegan a quienes quieren perder, decían en la antigua Grecia. Hoy basta con que vean su imagen en televisión.

 
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