Usted está aquí: lunes 25 de febrero de 2008 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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Ortotanasia con gimnasia

De haber sabido que el motivo por el que el país está como está se debe a la cantidad de fumadores en lugares públicos, otro gallo nos hubiera cantado. Lo bueno es que con leyes como la de Protección a los No Fumadores las políticas de salud pública habrán cubierto un elevado porcentaje de su notable rezago.

Es la arraigada costumbre de tomar el rábano por las hojas y de confundir la gimnasia con la magnesia o con... la ortotanasia. Es la hipocresía infinita de un sistema económico que por un lado alienta las adicciones y por otro se pone a jugar a combatirlas, llámense alcohol, drogas o tabaco. ¿No legislar, en serio, sobre las toneladas de mierda que a diario reciben los mexicanos a través de distintos medios les parecerá “saludable”?

Algunos lectores preguntan qué se quiere decir con la palabra ortotanasia, que aparece en la aprobada Ley de Voluntad Anticipada para el Distrito Federal. Orto es un prefijo que significa rectitud, corrección, conformidad con lo establecido. Así, ortodoxia es la opinión considerada correcta por generalizada, no necesariamente por correcta. El neologismo ortotanasia es entonces muerte correcta o, mejor dicho, conforme con el criterio de “alguien”, que desde luego no es el sujeto directamente interesado, sino uno o los tres del trío infernal: Estado, ciencia y religión.

“La presente ley... tiene por objeto –dice el artículo uno– establecer y regular... la voluntad de cualquier persona con capacidad de ejercicio, respecto a la negativa a someterse a medios, tratamientos y/o procedimientos médicos que pretendan prolongar de manera innecesaria su vida...

Pero el segundo condiciona la voluntad del interesado: “...las disposiciones establecidas en la presente ley son relativas a la voluntad anticipada de las personas en materia de ortotanasia, y no permiten ni facultan bajo ninguna circunstancia la realización de conductas que tengan como consecuencia el acortamiento intencional (sic) de la vida.

“Distingue entre curar y cuidar, sin provocar la muerte de manera activa, directa o indirecta, evitando la aplicación de medios y procedimientos médicos obstinados, desproporcionados o inútiles, procurando no menoscabar la dignidad del enfermo en etapa terminal, otorgando los cuidados paliativos, las medidas mínimas ordinarias y tanatológicas, y en su caso la sedación controlada.”

Cualquiera entonces puede rechazar tratamientos médicos que prolonguen de manera innecesaria su vida, pero no beneficiarse con “el acortamiento intencional” de la misma. Se le permite tener voluntad y determinación de negarse a esos tratamientos inútiles, pero de ninguna manera acortar deliberadamente una existencia desahuciada o insoportable. En la mejor tradición dolorista, la muerte entendida como destino-castigo, nunca como derecho.

Para ello, “alguien” deberá proporcionarle cuidados paliativos, medidas mínimas ordinarias y tanatológicas, y en su caso sedación controlada. Con tantas atenciones, ¿quién querrá morir intencionalmente?

 
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