Usted está aquí: domingo 24 de febrero de 2008 Cultura La tentación de los premios

Bárbara Jacobs

La tentación de los premios

Antes de tirarlo a la basura me fijé en lo que decía un poema que escribí sobre la tontería de juntar convocatorias a premios literarios que terminas por atender y arrepentirte o por no atender y también arrepentirte, situación que se renueva con las solicitudes de becas o con cualquier tipo de financiación al trabajo del escritor.

He caído en ambas tentaciones y en algunas incluso he ganado, nunca con seudónimo y en cambio sí abiertamente con mi nombre sin que esta inocencia fuera garantía de nada y en alguna de las ocasiones más bien de todo lo contrario. Incluso, yo misma he lanzado una invitación a las editoriales. No recuerdo bien las bases, pero ganaría la que en un año no publicara un solo libro chatarra. Lo hice en son de broma, y comoquiera que fuera no logré llamar la atención de ningún editor, o será que ninguno se supo en posesión del requisito para jugar con miras a ganar limpiamente. O quizá la desatención se debió a que el monto del premio era insignificante, por más que yo advirtiera que el correspondiente al año en el que lo declarara desierto lo acumularía para el siguiente. De mil en mil dólares (no existía el euro) habría llegado a ser, en unos veinte años, significativo, y para el día de hoy ya llevaríamos más de diez, pues creo recordar que lo lancé en 1997.

Me he cansado de repasar en distintas declaraciones la teoría de cada autor detrás del tema de los premios literarios. La gama de posturas es tan amplia como la cantidad de escritores que se refieren al asunto. Diferencian entre el premio para el que se concursa y el que se gana sin que el candidato sea quien se somete al juicio y al azar. Hay quienes repudian los concursos, pero convocan los premios mediante tantas maneras, mañas o estrategias que parecería que concursaran, que jugaran con colmillo el juego que juran repudiar. Hay autores que de locos dóciles, como solemos serlo todos, pasan a furiosos y, si no apuñalan literalmente a los jurados que no los premian, pasan a odiarlos y a cultivar, transformadas en literatura de violencia, formas sangrientas de asesinarlos para calmar su frustración. Si no hay razón para que se sosiegue un artista herido, menos la hay para que acepte la realidad y se resigne al fracaso.

Lo que me atrevo a sostener que no hay es escritores indiferentes a ser reconocidos, de perdida con un premio por concurso. Y no dudo que esta, por humillante, tan lamentable circunstancia en gran medida se deba a la depreciación o banalidad de los valores favorecidos por los comerciantes que, de vendedores de agujetas o tacones, pasan a dirigir editoriales y la venta de libros. Si un poeta se ve en la necesidad de concursar en un premio y cruzar los dedos para ganar con tal de tener con qué comer, se debe a que los editores a los que presentó su libro lo tiraron a la basura, destino de los libros sin agujetas ni tacones.

No voy a flagelarme pero sí voy a declarar que me duele el vacío de editores. O voy a precisar que me dolía, porque leí un artículo que revivió mi ilusión. Cuando me topé con las propuestas editoriales de Marbot, una naciente casa de Barcelona, casi lloro. Los dos jóvenes que la fundaron y dirigen son treintones, recibidos con honores en filosofía y sólo aspiran a vivir dignamente haciendo algo que les gusta, libros dirigidos a lectores reducidos, pero fieles. Se proponen partir de una estructura empresarial muy modesta, siempre que los libros que se editen sean seleccionados de manera cuidadosa e inteligente y sus tiradas sean muy ajustadas. La para mí más atractiva de sus colecciones se llama “Tierra de nadie” y se dedicará a textos que disuelvan las fronteras entre los géneros tradicionales. Los editores piensan que “hay algo distorsionado en el protagonismo que asumen hoy los editores, los coleccionistas de arte, los curadores (...) casi por encima de los propios creadores (...) (cuando) lo asombroso es que alguien escriba, pinte, componga música; lo demás viene por añadidura. Un editor es (...) una combinación de buen mercader y lector con criterio; el mayor aporte de una editorial son los textos que publica, y el mérito fundamental de esa contribución lo tiene el autor... Nuestra misión será buscar, seleccionar y publicar textos que consideremos de gran interés desde el punto de vista del conocimiento, difundir obras significativas...” Los temerarios en arriesgarse al privilegio de que lo publiquen diríjanse a Elisenda Julibert y Ramón Vilà, yo ya me apunté.

 
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