Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de febrero de 2008 Num: 676

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Siete Poetas

Las industrias culturales
en un mundo globalizado

ALEJANDRO PESCADOR

La resurrección de
Norman Mailer

LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Mis días con
Mario Levrero

CARMEN SIMÓN

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

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GERMAINE GÓMEZ HARO

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Hillary y su guerrita

NUEVO MUNDO

Cuando esto se escribe está teniendo lugar lo que se ha denominado el Súper Martes de las elecciones primarias estadunidenses. Hoy, veinticuatro estados votarán por los candidatos de los partidos republicano y demócrata para elegir a su candidato para las elecciones generales presidenciales que se llevarán a cabo este año. Por el lado republicano, el veterano senador de Arizona, John McCain, es el favorito, por encima de los ex gobernadores Mitt Romney y Mike Huckabee. Por el lado de los demócratas las opciones son mucho más singulares, la ex primera dama y senadora por Nueva York, Hillary Clinton, y el senador por Illinois, Barack Obama. El hecho de que un hombre negro y una mujer sean los candidatos de uno de los partidos es un suceso sin precedentes que debería ser considerado como una auténtica revolución, ya que a final de cuentas esta sigue siendo una nación dividida, profundamente racista, misógina y fundamentalista en muchas regiones, especialmente del sur profundo.

VOTAR POR LA GUERRA

Ahora bien, Clinton y Obama son dos candidatos muy distintos, y podríamos extendernos en los contrastes o en el hecho de que Clinton no ha dejado de adjudicarse décadas de lucha social y triunfos que en realidad le correspondieron a su marido. Pero el punto que realmente los distingue es la guerra. Mientras Obama se opuso desde el principio a la aventura bélica en Irak, Clinton la apoyó con su voto y, no satisfecha de haberle cedido al presidente el poder total para su guerra e invasión, volvió a votar otorgándole poderes necesarios en caso de que también quisiera lanzar una guerra contra Irán. John Edwards, quien se retiró como candidato la semana pasada, también votó a favor de la guerra, pero se arrepintió y pidió disculpas públicamente, mientras que Hillary permaneció anclada en la necedad de asegurar: “Si hubiera sabido entonces lo que sé hoy hubiera votado diferente.”

LA CANDIDATA RESBALOSA

Durante su campaña presidencial, y en particular en los debates, Clinton ha reinventado su voto en octubre de 2002, asegurando que lo dio simplemente porque deseaba poner nuevamente inspectores de armas en Irak. Esto es una mentira, ya que para entonces Saddam ya había aceptado el regreso de los inspectores que de todos modos se habían ido por órdenes de Washington y no por haber sido expulsados por Bagdad. Los inspectores llevaban trabajando casi cuatro meses en Irak en el momento en que comienza la guerra, en marzo de 2003. Clinton votó además por la enmienda propuesta por los republicanos, la cual daba a Bush la autoridad de invadir Irak en cuanto quisiera, sin importar la presencia de inspectores. La senadora eligió esa versión por encima de la propuesta del senador Levin, que también autorizaba la guerra, pero solamente si Irak desafiaba las exigencias de la onu en materia de inspecciones.

LAS CERTEZAS DE LA DOÑA

Clinton aseguró entonces de manera irresponsable que no dudaba que Saddam tenía armas químicas y biológicas y, a pesar de las afirmaciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica , declaró que Irak estaba tratando de desarrollar armas nucleares. Hoy la señora Clinton y otros apologistas bélicos no cesan de repetir que su información había sido confirmada por “todas las agencias de inteligencia del mundo”. Esto es falso, y es muy fácilmente demostrar que en aquellos momentos había casi unanimidad en las agencias de espías de que Saddam ya no tenía armas de destrucción masiva.

OTRA GUERRA

No es de extrañar que Hillary haya apoyado la guerra dado que, en 1998, cuando su marido era presidente, ella apoyó vigorosamente el bombardeo injustificado de Irak que ordenó su marido y costó cientos de vidas inocentes. Entonces el pretexto también fueron los inspectores y el acceso que se les daba a los “palacios presidenciales”, un término tramposo con el que Washington designaba una variedad de construcciones gubernamentales que la Casa Blanca consideraba sospechosas y, de paso, exageraba la imagen de Saddam como un déspota que se erigía docenas de palacios mientras su pueblo padecía hambre. Si bien a la distancia podemos afirmar que no había nada ilícito en esos palacios, ya entonces era claro que Hussein había quedado desarmado desde el final de la primera guerra del Golfo. Pero el pretexto de los inspectores había sido usado sin pudor para introducir espías al país. La última exigencia del gobierno de Clinton antes de lanzar sus misiles fue visitar la sede del partido Baaz, violando todos los protocolos, para obligar a Saddam a rechazar. No obstante Bagdad aceptó. De nada le sirvió. Pocos días después Clinton comenzó a bombardear.