A la Mitad del Foro
Uniones incestuosas y pleitos de familia
Iniciativa con cabeza de Medusa
Lodo al otro lado del espejo
Meones de agua bendita
Ampliar la imagen Jesús Reyes Heroles fue designado director de Pemex por el panista Felipe Calderón, quien presuntamente lo sustituiría por su paisano, el perredista Lázaro Cárdenas Batel Foto: Cristina Rodríguez
A la velocidad del rumor y al paso solemne de un cortejo de notables, circuló la noticia del fin del pasado; el acuerdo campechano del centro tomista y la diáspora del nacionalismo revolucionario. Jesús Reyes Heroles, hijo del tuxpeño que engendró la reforma del Estado, dejaría Pemex y a la dirección de la gran empresa nacionalizada llegaría Lázaro Cárdenas Batel, nieto del gran expropiador, hijo de Cuauhtémoc, quien fuera punta de lanza de la democratización electoral en marcha.
Gobernadores de Michoacán, los tres Cárdenas. Cosas de la aristocracia desechada y de los apellidos que se hacen dinastías en el poder republicano. Hasta en la hora del reparto de poder efectivo; la alternancia que fue mero cambio de hombres y de nombres en el Ejecutivo de la Unión; el retorno de los espacios de poder real en las entidades federales, y el esquizoide acotamiento del presidencialismo, a cargo de la pluralidad parlamentaria y el incestuoso legislar de la Corte: división de poderes y centralismo, como fetiche de la democracia sin adjetivos: las ranas que piden rey en el charco de la transición.
Jesús Reyes Heroles y González Garza fue designado director de Pemex por el panista Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, el mismo michoacano que presuntamente lo sustituiría con su paisano, el perredista Lázaro Cárdenas Batel. Gobernador electo, Leonel Godoy se dice partidario de modernizar Pemex, pero no de privatizarlo. Vuelve a la palestra la reforma energética, la iniciativa con cabeza de Medusa que paraliza a quien la mira de frente. En el basurero de la historia, el engendro de Ernesto Zedillo, congelado por los priístas en la última legislatura de la insana distancia. Padres, hijos y nietos del antiguo régimen coinciden en la urgencia de liberar a Pemex del esquilmo de Hacienda. Nadie ha encontrado el cómo. “Es indispensable que se le dé la autonomía a Pemex”, afirma Cuauhtémoc Cárdenas; Hacienda retiene los recursos “autorizados por el Congreso”. “Hasta ahora no conozco ninguna propuesta de privatización.”
Pero al otro lado del espejo, desde la presidencia legítima y peregrina, Andrés Manuel López Obrador reta al mundo entero y pone en marcha un movimiento en contra de la privatización del petróleo. Claro como el lodo. Los huérfanos del PRI adoptados por el PRD le hacen pa’León y le hacen pa’Lagos. El gobernador de Acapulco, Zeferino Torreblanca, llama a rebato y asegura que no apoyará la protesta del movimiento obradorista. En Campeche se pospuso la reunión de la Conago; murió el padre del anfitrión Jorge Carlos Hurtado y los gobernadores fueron a misa. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. La persistencia de todo antiguo régimen hermanó a los de abajo y a los de rancio abolengo, desde los súbditos de Agustín I, de Su Alteza serenísima, del rubio Maximiliano y doña Carlotita.
La República laica no admite títulos de nobleza, pero los patronímicos quedan. En medio siglo se consolidaron la oligarquía y los dueños del dinero; los de la muerte por decreto de la lucha de clases hicieron suya la transición y dejaron que Carlos Salinas y Ernesto Zedillo dieran paso a la clerigalla que exige religión y fueros, juicios del derecho canónico para los de sotanas, morado obispo y rojo cardenalicio. La tecnocracia emprendió la apertura y la mano invisible de los intereses creados vendó los ojos de la razón de Estado. Los del dinero son poder real. Apoyan el ensayo de invertir en obras de infraestructura, pero fijan con insolente soberbia los linderos entre el poder privado y la impotencia pública: “Varios presidentes y varios políticos se han robado mucho dinero... en Televisa, a nosotros no nos regalaron nada”, dice Emilio Azcárraga Jean. Y Roberto Hernández, el de la venta de Banamex a Citigroup: “Estamos viviendo en una mediocridad... (necesitamos) menos gobierno, menos regulación, menos monopolios.”
Se fue el gerente y llegó un hijo del fundador del PAN. Pero pésames de Bucareli a la Legión por la muerte del “padre Maciel” aparte, Valentín Díez Morodo, del Grupo Modelo y de Aeroméxico, da voz a los temores del capital laico ante el costo político de una reforma a fondo del sector energético. En El vicio y la virtud, Paul Lombard cita a Montesquieu, quien dice en El espíritu de las leyes: “Cuando el tesoro público se vuelve patrimonio de particulares, la República es un botín y su fuerza no es más que el poder de algunos ciudadanos y el libertinaje de todos.”
Para sobrevivirse a sí misma e instaurar el Estado mexicano moderno, la revolución constitucionalista, federalista y jacobina, en suprema paradoja, hizo suyo el poder del centralismo. Llegaron los relevos generacionales; con el desplome de 1982 se cerró el ciclo del partido hegemónico y volvió el poder a la periferia del todo que nunca es igual a la suma de sus partes. Por eso se desgajó el viejo tronco del priato y quienes exigían sucesión democrática al sistema anquilosado buscaron espacio para su condición de “nostálgicos del nacionalismo revolucionario.” Por eso ha de ser que después de la victoria cultural y frente al reto de la ultraderecha, panistas del centro ilusorio volvieron a citar al Manuel Gómez Morín que reconoció a los fundamentalistas y los llamó: “meones de agua bendita.”
Parto de los montes en San Lázaro: Héctor Larios, Emilio Gamboa y Javier González Garza engendraron el ratoncito del IFE. El PRD propuso a Leonardo Valdés para presidirlo, y López Obrador grita su desconfianza: “Todos tienen que ver con el PRI y el PAN”. Ayunos de lógica parlamentaria, los diputados empuñan pancartas mal escritas para protestar al pie de la tribuna. En Xicoténcatl, Carlos Navarrete pone una vela a Jesús y otra al Peje; Santiago Creel alza la voz y lo calla Germán Martínez. Y Manlio Fabio Beltrones, al frente de la reforma del Estado, se deja querer por los innumerables personajes en busca de autor. Queda, sin embargo, el poder acotado del cesarismo sexenal, poder recibido sorpresivamente por los gobernadores de la transición, auténticos mandatarios en espacios de poder real.
En los prolegómenos de la Conago, llamó Juan Camilo Mouriño a cónclave de gobernadores panistas: Marco Adame, de Morelos; Marcelo de los Santos, de San Luis Potosí; José Guadalupe Osuna, de Baja California; Juan Manuel Oliva, de Guanajuato, y Héctor Ortiz, de Tlaxcala, nadie más. En Campeche, el delfín de la expectativa invitó a la Quinta Geli a Enrique Peña Nieto, Natividad González Parás, Silverio Cavazos, Eugenio Hernández y Juan Sabines, gobernadores y priístas todos, sin excluir al de Chiapas que llegó con registro del PRD. ¿Futurismo surrealista? Quizá, pero los arúspices de la corte calderoniana escudriñan encuestas y dan seguimiento a las reacciones que su discreta divulgación provoca.
Cuando se iniciaba en el quehacer de la vocación política, Fidel Herrera Beltrán fue enlistado por el semanario Time entre los “líderes del futuro”. Ahora, según la Encuesta Nacional Gobierno, Sociedad y Política 2007, elaborada por la empresa que preside Liébano Sáenz, el de Veracruz “es el mandatario estatal en quien más confían los ciudadanos.” Con calificación de 9.2, obtuvo el primer lugar entre los 31 estados y el Distrito Federal.
Buenos cielos a sotavento. Pero Fidel Herrera no se marea: sabe que la puerta del despacho presidencial, como dijo Oscar Flores, sólo se abre desde dentro.