Usted está aquí: viernes 8 de febrero de 2008 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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Amor, baja las luces

Ampliar la imagen "En este suelo antiguo y hondo y bello/ camino y el pasado y el presente/ se dirigen a mí, y yo recorro/ viejos libros, las manos ocupadas/ gozosas todo el día cada día": Goethe en la quinta de sus elegías romanas. Arriba, imagen de Las Vegas, en 2007 “En este suelo antiguo y hondo y bello/ camino y el pasado y el presente/ se dirigen a mí, y yo recorro/ viejos libros, las manos ocupadas/ gozosas todo el día cada día”: Goethe en la quinta de sus elegías romanas. Arriba, imagen de Las Vegas, en 2007 Foto: Fabrizio León Diez

I. En la quinta de las elegías romanas de Goethe, cuyo principio: “Froh empfind ich mich nun auf klassischem Boden begeistert,/ Vor- und Mitwelt spricht lauter und reizender mir. Hier befolg ich den Rat, durchblättre die Werke der Alten/ Mit geschäftiger Hand, täglich mit neuem Genuß”, puede traducirse desaforadamente (pero neta: desaforadamente) así: “En este suelo antiguo y hondo y bello/ camino y el pasado y el presente/ se dirigen a mí, y yo recorro/ viejos libros, las manos ocupadas/ gozosas todo el día cada día”; el poeta compensa las estudiosas horas largas del día con la amada nocturna: pondera la forma de sus senos, de la mano siguiendo su cadera; se besan pero también hablan, reflexiona a su lado, escribe poesía entre sus brazos, cuenta sílabas con los dedos en sus muslos y ella respira mientras duerme y su aliento le quema el corazón; entonces, dice Goethe, “Amor schüret die Lamp’ indes und gedenket der Zeiten,/ Da er den nämlichen Dienst seinen Triumvirn getan”: Amor, baja las luces y piensa en el tiempo en que hacía lo mismo por sus poetas. Goethe está en Roma y sabe que sus hexámetros invencibles lo unen a otros poetas: a Propercio, a Tibulo, a Ovidio, el triunvirato de la elegía amorosa, y ese momento en que las cosas se disponían para nosotros y que el amor, ese niño caprichoso, propiciaba la oscuridad para que las cosas se vieran mejor.

O no: una nota de l’Élégie érotique romaine, de Paul Veyne, explica que los gazmoños romanos, al parecer, siempre apagaban la vela porque encuerarse con las luces prendidas era “conducta de prostituta”. Da muchas referencias. Por ejemplo, el intercambio de insultos que está en Horacio, sátiras, II, 7:

te coniunx aliena capit, meretricula davum.

peccat uter nostrum cruce dignius? acris ubi me

natura intendit, sub clara nuda lucerna

quaecumque excepit turgentis verbera caudae,

“una puta desnuda cerca de una lámpara que la ilumina”, y aquella mujer que le niega el favor de su desnudez a su marido reclamón en Marcial, XI, 104, el epigrama que empieza: uxor, vade foras aut moribus utere nostris: “vieja, o te acoplas o le llegas”, y cuyos versos 5, 6 van: tu tenebris gaudes: me ludere teste lucerna/ et iuvat admissa rompere luce latus; que James Michie traduce felizmente: You prefer darkness: I enjoy love-making/ with a witness –a lamp shining or the dawn breaking. Más: en Amores, I, 5, de Ovidio, Corina visita al poeta, extrañísimamente, en la tarde, a la hora que parece que Febo está muriendo (qualia sublucent fugiente crepuscula Phoebo) y llega deliciosa, cubierta apenas por su túnica y el pelo suelto sobre el cuello blanco (tunica velata recincta,/ candida dividua colla tegente coma), y el poeta lucha por quitar ese velo suavísimo, y Corina resiste, y él vence, y la luz de la media ventana abierta cae sobre esa desnudez: “quos umeros, quales vidi tetigique lacertos!/ forma papillarum quam fuit apta premi!/ quam castigato planus sub pectore venter!/ quantum et quale latus! quam iuvenale femur!”: ¡qué hombros vi y toqué, qué brazos, y los senos como hechos para apretarlos, qué plano el vientre bajo su cintura delgadita, qué cadera y qué jóvenes muslos! Todo eso que no es visible cuando cogemos, tras el forcejeo, en la noche y con las luces apagadas, como Cintia y Propercio en II, 15 (“o me felicem! o nox mihi candida! et o tu/ lectule deliciis facte beate meis!/ quam multa apposita narramus verba lucerna,/ quantaque sublato lumine rixa fuit!/ nam modo nudatis mecum est luctata papillis,/ interdum tunica duxit operta moram): dichoso yo, y dichosa noche brillante, y dichosa cama bendita por mi gozo, cuántas palabras gastadas bajo la luz y qué luchar juntos con las luces apagadas; y ahora con los senos desnudos forcejea, y se recoge la túnica, y me dice que me aguante… (Detallazo de Propercio: ya pasado el cojín, Cintia no puede evitar un reclamo que las mujeres han hecho durante miles de años: “illa meos somno lapsos patefecit ocellos/ ore suo et dixit ‘sicine, lente, iaces?’”: y con los labios sobre mis párpados cubiertos de sueño me dice ahora: ¡no seas flojo!)

II

Hay una oscuridad más bella todavía en un capítulo del Cornets Rilke. “La habitación del castillo está oscura. Pero ellos se alumbran el rostro con su risa (aber sie leuchten sich ins Gesicht mit ihrem Lächeln). Tienden las manos y tientan, como ciegos, y se encuentran como quien encuentra una puerta (esa imagen da en el clavo, sin duda: und finden den Andern wie eine Tür). Y se abrazan, casi como niños que temen la noche”. Ciegos que emiten luz: qué pinche densidad. ¿Qué se podría agregar? Francamente, el reverso de estas imágenes, que está en la rola Lo que un día fue no será, de Napoleón (y luego de José José): “Déjame encender la luz/ no quiero nada/ si esto hubiera sido ayer/ lo tomaría”, es casi nada. Y es interminablemente menos el hecho de que algún día pensé hacer este texto para pedirte a ti que me dejes encender la luz la próxima vez que a media noche nos despertemos para coger, y pueda ver tu cuerpo joven como un pequeño río tranquilo, y perderme en los reflejos de su breve transparencia. Eso fue hace mucho.

 
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