Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de enero de 2008 Num: 673

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Calar sin culpa
GABRIEL SANTANDER

La ceniza
SARANDOS PAVLEAS

Correspondencia
y literatura

EDMUND WILSON

La Celestina: una lección en el arte de la elección
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

El microcosmos de micrós
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Entrevista con
Margaret Randall

XIMENA BUSTAMANTE

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Jorge Moch
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Lamentables ausencias (II Y ÚLTIMA)

El reciente fallecimiento de María Victoria Llamas concita una como nostalgia porque simboliza también la desaparición de una época, una decencia en los medios masivos que cada vez es menos porque se volvieron impúdico territorio de cortesana lisonjería y de colusión descarada con quienes se han solazado en esquilmar este país. La suya se suma a otras ausencias lamentables, ya por las impepinables razones de la muerte o por “diferencias editoriales” que son mal disimuladas, infamantes despidos que satisfechos dejan a esos poderosos a los que comentarios e indagaciones de los periodistas rasguñan y que esta columna no se cansa de ponderar, de invocar, de rezar como letanía triste: Ricardo Garibay, Jorge Saldaña, Alejandro Aura, Javier Solórzano, Carmen Aristegui, Ricardo Rocha, Ilana Sod, Pilar Álvarez Lazo, el espacio noticioso de Ciro Gómez Leyva en Canal 40 y muchos otros, para que en su lugar permanezcan, salvo cada vez más escasas excepciones, correveidiles, bufones y voceros del reyezuelo que hacen de la televisión mexicana un puro pasar vergüenzas ajenas.


Foto: archivo La Jornada

Decir María Victoria Llamas es decir recuerdos de adolescencia, fechorías estúpidas, pleitos de secundaria, primeros amores y cigarros. La indiferencia de mi generación, la remota selva política, la ignorancia sobre la guerra sucia, la ineptitud presidencial y financiera como un sino oscuro y nacional que no nos iba a soltar y no nos suelta todavía el patrio pescuezo una treintena de años después. La vaga noción del latrocinio con escándalos que rebasaron los candados del silencio oficial, como la Bahía de Banderas de Camarena o las presuntas trapacerías del sindicato petrolero de entonces, la Quina imbatible, Barragán, Díaz Serrano: desuellos que palidecerían ahora ante Colosio asesinado, el RENAVE o el IPAB, los trasiegos PEMEX-PRI, los Amigos de Fox, Acteal, la venta de Banamex o las aventuras del gobernador de Puebla y sus compinches textileros. Pero aquellos eran asuntos ajenos, cosas que solíamos pasar por alto mientras se podía disfrutar de una televisión menos bruja corporativa, menos especializada –aunque ya en el camino hacia la perfección vocacional, ya ensayando fórmulas zafias– en la pura estupidez del entretenimiento o la vesania de torcerle el rabo a la realidad con todo y que esos medios, los de antes de la presunta apertura del salinato, vivían en una complicidad forzosa con la versión oficial. La represión y la censura hacían de cualquier periodista genuino un consecuente mártir. La presencia de María Victoria Llamas en la televisión, como la de otros pocos conductores o comentaristas, era contrapeso tenue, pero real, al veneno que ya inundaba el ideario colectivo mexicano: Televisa tenía a Raúl Velasco colmando de mierda la cultura popular. Ella, María Victoria, desfiló por los principales medios anteponiendo un discurso culto, una especie de rescate, un desdoro de las nuevas viejas formas. Claro que no la iban a aguantar mucho tiempo. Se fue de Imevisión cuando la devoró la monarquía salinista con dinero sucio de incertidumbres y tufo a nepotismo. Se fue de Televisa cuando a la refractaria mojigatería que campea por sus pasillos, donde suelen abundar expertos en morigeración y doble moral, resultaba incómodo su discurso descarnado sobre la entonces incipiente pandemia del sida. Fue precursora, sin embargo, de Diálogos en confianza, programa dedicado a esos y otros temas indispensables en los medios y que todavía transmite Canal Once. Qué bueno que también era gente de la radio, porque allí María Victoria pudo articular más o menos libremente su discurso divulgador y decir lo que pensaba, lanzarse valientemente a la defensa de género y en pro de la educación de la mujer mexicana, para erradicar en esta sociedad falocrática e intolerante el machismo pendejo y trasnochado en que tienen raigambre buena parte de nuestras taras ancestrales y mitos atávicos. Pero le ganó la vida. Se le acabó el tiempo. No importa. Quedaron grabadas, en muchas cabezas y en muchas horas de video y de radio sus esfuerzos, su trayectoria con baches y cimas, su tenacidad puesta a prueba cada que se le presentaron obstáculos en el camino, su vida convertida ahora en ejemplo, se espera, para venideras generaciones de mujeres y hombres que decidan que ser periodista en la televisión mexicana es todavía un oficio no solamente digno, sino depositario de una ineludible responsabilidad con nuestro pasado y nuestro futuro, que no con el poder y sus arrulladores pelotilleros de siempre.