Usted está aquí: domingo 27 de enero de 2008 Opinión Gohatto (Tabú)

Carlos Bonfil
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Gohatto (Tabú)

Entre las múltiples películas que por largo tiempo permanecen inéditas en nuestro país, ya sea por falta de interés de las distribuidoras o por el costo excesivo que supone comprar o rentar alguna copia y exhibirla en una muestra de cine, figura de modo notable Gohatto (Tabú, 2000), la cinta más reciente del prolífico japonés Nagisa Oshima, filmada luego de 14 años de silencio –su cinta anterior, Max, mon amour (1986), también se exhibió muy poco, a pesar del éxito internacional de Furyo (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1982), protagonizada por David Bowie y Ryuichi Sakamoto.

Las dificultades de distribución a las que se enfrenta Oshima sólo son, en parte, económicas; en realidad, el también autor de El imperio de los sentidos (1976) es un tenaz perturbador de conciencias, cuya aproximación a los temas de la sexualidad y el delirio amoroso irritan tanto a finales del siglo pasado, como lo hacían al principio de su carrera, por los años 60, sus búsquedas formales.

Tómese el caso de Max, mon amour: una mujer (Charlotte Rampling) enamorada hasta el extravío mental de un chimpancé, cuya cercanía erótica le parece más gratificadora que la de su marido, lo que podía parecer, por decir lo menos, una provocación y una extravagancia.

Sin embargo, la persistencia de temas como la pasión no correspondida o la inmolación por el ser amado, variantes ambas de la frustración amorosa, caracteriza la extensa filmografía del gran maestro japonés. También la crueldad y la muerte, asociadas al goce sexual, es un vínculo con una tradición literaria que incluye a autores occidentales y japoneses, de Bataille a Genet, hasta Yukio Mishima.

Gohatto (Tabú) marca en este sentido un retorno del cineasta a sus obsesiones y a una apuesta plástica de clasicismo vigoroso.

En el Japón del shogunato Tokugawa, alrededor de 1865, poco antes de la erosión final del código de honor militar mantenido por los samurais y del inicio de la modernización del país, el realizador presenta una escuela de formación militar, con guerreros encargados por el shogun de mantener el orden social en las provincias y acallar cualquier intento de revuelta.

A esta escuela llega Sozaburo Kano (Ryuichi Matsuda), joven de belleza andrógina, reflejos rápidos y carácter firme, que no sólo destaca entre los discípulos, sino termina conquistando a muchos, inclusive a algunos de sus maestros. Su relación amorosa con otro alumno aventajado, Tasheri (Tadanobu Asano), desata un clima de violencia al que exacerban los celos y el deseo de posesión erótica.

La homosexualidad, ampliamente tolerada en el círculo de los samurais, no es realmente el tema central de la película, sino la necesidad de preservar una disciplina y un código de honor militares, rápidamente amenazados por el desbordamiento de las pasiones. El capitán Hijikata (Beat Takeshi, también director Kitano) entiende lo que está en juego y con malicia característica decide restablecer el orden.

Quedan abiertas las interrogantes sobre el poder perturbador de la belleza, su capacidad de diseminar el caos y de oficiar a su manera los rituales de la inmolación sentimental y de la muerte.

Nagisa Oshima ofrece en Gohatto una obra de enorme belleza plástica, con referencias visuales y narrativas al clima fantástico del cine de Kenji Mizoguchi (Cuentos de la luna vaga después de la lluvia, 1953) y el recurso a composiciones geométricas y encuadres rigurosos que remiten a los espacios domésticos del cine de Yasujiro Ozu, maestro inesperado.

El director utiliza otras herramientas narrativas, como el resumen de intertítulos y la voz en off, para acentuar el tono literario de lo narrado y el punto de vista de Hijikata, testigo experimentado de las pasiones juveniles. La música, todo un acierto, es de Ryuichi Sakamoto.

Gohatto (Tabú) clausura hoy en la sala José Revueltas, del Centro Cultural Universitario, el Tercer Festival Internacional de Cine Gay.

También se exhiben los largometrajes Dioses y monstruos, de Bill Condon; Gotas de agua sobre piedras ardientes, de Francois Ozon, y El proyecto de un crimen (The Laramie Project), de Moises Kaufman.

 
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