15 de enero de 2008     Número 4

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Abriendo brecha

Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo de Oaxaca,
precursora del café orgánico y del mercado justo

Rosario Cobo y Lorena Paz Paredes

Hace 25 años, en las huertas cafetaleras zapotecas mixtecas, mixes y chontales del istmo de Tehuantepec, nació la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), que hoy cuenta con 2 mil 400 socios de 64 comunidades y es pionera en México en la producción orgánica y el mercado justo.

Las reglas del juego

“Según el mercado, el precio resulta del juego libre de oferta y demanda. Sin embargo, Max Havelaar se dirige al mercado formulando las reglas. Los partícipes pierden su anonimato: la oferta proviene de los campesinos cafetaleros que integran las cooperativas, los consumidores son compradores que se han organizado. Mediante el mercado, el productor y el consumidor han establecido una relación de intereses compartidos. Max Havelaar fija las reglas. Reglas que los participantes del mercado han acordado en libertad. El principio del mercado ‘libre’ ha sido redefinido por los campesinos de la UCIRI de acuerdo con su verdadero objetivo.”
Fran VanderHoff, acompañante de UCIRI desde su nacimiento y cofundador de Max Havelaar.

Algo de historia. El café llegó al istmo desde las fincas de Chiapas que exportaban por Coatzacoalcos y Salina Cruz; a finales del siglo pasado pequeñas plantaciones empezaron a cubrir las zonas serranas. Pronto el grano fue sustento económico de algunas comunidades y gran negocio para caciques, como Ernesto Domínguez, Florentino Alonso, Eleazar Cabrera y Cuauhtémoc Osorio, que dominaban el comercio practicado por sendas de arriero. Pero en los años 70 llegaron las madereras que se llevaron los árboles y trajeron un camino de terracería, por el que luego llegaron el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé), Conasupo, Banrural y las clínicas del Seguro Social. Al abrirse opciones comerciales, se debilitaron los caciques. Pero tampoco el gobierno fue solución para los campesinos.


Entrega del mando de la vieja directiva a la nueva, presidida por don Margarito Ruíz, fundador de la UCIRI

Nace la organización. A principios de los años 80 del pasado siglo, los sacerdotes Frans VanderHoff y Roberto Raigoza recorrieron la región buscando cómo mejorar la vida de las familias y su iniciativa cayó en terreno abonado.

“En 1982 –cuentan los campesinos– nos juntamos unos 150 en la iglesia de Guevea de Humbolt. Éramos más zapotecos pero también había mixes, mixtecos y chontales, casi todos con huerta. Ahí echamos cuentas de lo que nos cuesta producir un kilo de café y vimos que eran como 92 pesos, mientras los acaparadores pagaban 37 y el Inmecafé 42 (...) Un año después, en 1983 nos arriesgamos 17 comunidades a venderle a una organización –la ARIC Nacional de Mizantla– y nos fue bien. Aprendimos que podíamos comercializar directamente, brincándonos al acaparador y al Inmecafé (...) Éste fue el origen de la UCIRI.

“De esta manera los campesinos ganábamos un poquito más que con los coyotes o con el Inmecafé. Pero la mejora no era muy grande y la UCIRI no crecía. Entonces empezamos a buscar compradores por nosotros mismos (…) Así, en el ciclo 1985/86 la UCIRI exportó directamente algo del grano y al año siguiente vendimos cerca de 8 mil sacos a los consumidores europeos. Así duramos hasta 1988, año en que se acabaron los acuerdos internacionales entre productores y consumidores, y el gobierno dejó de acopiar café y de dar permisos para exportar.

“Para mucho cafetaleros el fin de los acuerdos internacionales, la caída de los precios y la desaparición del Inmecafé fueron grandes desgracias. En cambio a nosotros, que desde 1984 veníamos trabajado por un mercado propio, nos benefició que se terminara el viejo sistema de permisos.

“Crear lo que llamamos un mercado alternativo, no fue fácil. En Holanda conocimos a una organización de varias iglesias, que se llama Solidaridad y trabaja con los pobres de América Latina. Pero a la UCIRI no le interesa la caridad, de modo que les dijimos: ‘Nosotros no necesitamos limosnas, sólo queremos que nos paguen por el café lo que realmente vale. Lo que nos hace falta es un mercado justo’.


La UCIRI en el Mecnam

“Entonces, nosotros, indígenas zapotecos, mixes, mixtecos y chontales que 10 años antes apenas si bajábamos a Ixtepec, nos empezamos a apalabrar con los europeos; con gente que vive muy lejos, del otro lado del mar. Y a todos les explicábamos que lo que necesitábamos no era caridad sino una alianza entre productores y consumidores.

“Los primeros pasos fueron difíciles: tuvimos que aprender a pesar café, hacer recibos y conseguir costales y camiones para el transporte. Algunos perdimos el miedo de ir a la ciudad y otros aprendieron a usar un teléfono (...) Antes, las únicas máquinas que habíamos usado eran pequeños molinos manuales y la mayoría nunca había estado en una ciudad grande.

“De este esfuerzo salió la marca Max Havelaar para vender nuestro grano en Europa. El primer paquete de ‘café limpio’, de calidad Max Havelaar, llegó a los supermercados a finales de 1988, y para 1990 se hizo en Holanda la primera asamblea de productores que vendemos en el comercio justo, a la que asistió un representante de la UCIRI.

“Hoy el comercio justo existe en 19 países. Y es ejemplo de que el mercado no tiene por qué ser campo de batalla donde todos luchan contra todos y el más grande se come a los chicos. El comercio justo es importante para el futuro de todos, porque demuestra que los intercambios entre productores y consumidores pueden ser fraternales y solidarios, en vez de crueles y desalmados.”

¿Cuánto va al campesino?

“Un paquete de café corriente vale en Holanda 1.60 euros. De dicho precio, menos de 10 centavos (6 por ciento) va al productor. Un paquete de café Max Havelaar vale 1.95 euros. De este precio, 65 centavos (33 por ciento) benefician a los campesinos y sus organizaciones. El consumidor paga sólo 45 centavos más, mientras que 58 centavos extras van a los productores.”
Handelskrant, marzo 2002.

Desde 1985 la Unión empezó a cultivar café orgánico, un grano “limpio” sin agroquímicos y que también se vende en el mercado justo con un sobreprecio. Esto fue un gran cambio respecto de la ruta tecnológica en que intentó meter el Inmecafé a la organización:

“Para empezar –cuentan– nos decían que teníamos demasiada sombra y nos hacían tumbar árboles, con lo que el primer año sí aumentaba el rendimiento pero después se empezaban a afectar los cafetos. En cuando a las variedades, nos daban Borbón, Caturra, Mundo Novo y otras que no se adaptan bien a nuestra zona. También nos empujaban a usar fertilizantes químicos, que le dan a la tierra una fuerza artificial pero luego hay que meter cada vez mayor cantidad para que haya cosecha. Además de que al principio son regalados pero después hay que comprarlos.

“La mayor transformación que trajo la UCIRI fue abrirnos los ojos sobre el valor que tiene el cuidado de la naturaleza, enseñarnos a hacer juntos una agricultura sustentable que significa respetar a la madre tierra en vez de ofenderla.”


Bailables sobre las regiones de Oaxaca en el
XXV aniversario de la UCIRI FOTOS: Instituto Maya

Y es que por los fertilizantes y pesticidas químicos, la tierra pierde fertilidad. Por eso desde hace dos décadas los campesinos de la UCIRI preparan compostas, usan abonos verdes para enriquecer el suelo, hacen terrazas para evitar que se deslave la tierra, cuidan que en la huerta haya variedad de árboles, de sombra y frutales, buenos para el café, para la fauna silvestre, pero también para la alimentación y economía de la familia. El café sin agroquímicos, que lleva más trabajo y cuidados que el convencional, es muy apreciado por los consumidores y tiene mejor precio. Hoy los caficultores de la Unión tienen más de 11 mil hectáreas con manejo orgánico.

“Gracias a que abrimos brecha y a que muchos nos siguieron, hoy México es el mayor productor de café orgánico en el mundo. De cada 100 sacos de esta calidad vendidos en Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, Dinamarca, Estados Unidos, Canadá, Japón entre otros países, 60 fueron cosechados aquí.”

Las cuentas de Isaías

“Isaías (fundador de la UCIRI) hizo el cálculo: ‘El que mi cooperativa pueda vender unos 2 mil sacos de café por medio de Tiendas del Mundo es magnífico. Por ellos recibimos un precio alto. Pero supón que tenemos una producción de 14 mil sacos, entonces estaremos obligados a vender los 12 mil restantes al precio corriente. Al hacer las cuentas finales, resulta que el efecto de vender esos 2 mil sacos a un precio justo es insignificante para los ingresos anuales de los campesinos. El efecto real del comercio justo no puede reducirse al factor precio, ya que depende de dos cosas: precio multiplicado por volumen. Y si el volumen es bajo, se trata de una política simbólica. Para nosotros, el precio justo no es igual al precio real’. Estaba claro que teníamos que cambiar el método ; si no, las acciones de solidaridad seguirían siendo exclusividad de un reducido grupo. El desafío consistiría en hacer el café accesible al consumidor medio. Fue así como concebimos el plan de desarrollar una marca pública para ‘café limpio’; se denominaría Max Havelaar (...) El 15 de noviembre de 1988 fue el día largamente esperado. El primer paquete de café de la marca Max Havelaar fue presentado al príncipe Claus de Holanda. Hubo festividades. En la actualidad los productos del comercio justo forman parte de una nueva estrategia empresarial.”
Nico Roozen, fundador de Max Havelaar.

 

SABER PROTEGERNOS

Emir Sader


Emblema de los XXV años de la UCIRI. “Sueños realizados entre la lucha y resistencia de nuestros pueblos” elaborado con aserrín y fl ores FOTO: Colección de la CNOC

Hace no muchos años, cuando se convocaba al primer Foro Social Mundial, escogimos el lema central “Un otro mundo es posible”, porque la asfixia del “pensamiento único”, del Consenso de Washington, de la Organización Mundial de Comercio (OMC), del Banco Mundial, del “libre comercio”, era tal, que nos contentábamos con luchar para definir que las cosas no tenían obligadamente que ser como eran en aquellos años 90.
Pasaron algunos foros, algunos años; ahora ya podemos decir que no sólo “Un otro mundo es posible”; como que ya empieza a existir, aunque embrionariamente. Procesos de integración regional como el Mercosur –después de ser casi liquidado por rendición al “libre comercio” de las corporaciones brasileñas y argentinas, que se disputan mercados– y la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (Alba), apuntan en esa dirección.
¿En qué sentido? Marx decía –en la Crítica del Programa de Gotha– que el socialismo tendría como principio “a cada uno según su trabajo” y que el comunismo se orientaría por “a cada uno según sus necesidades”. Éste, que parece un objetivo maximalista, muy lejano, sin embargo, orienta nuevas formas de intercambio y de sociabilidad en nuestro continente.
Las aperturas al “libre comercio” del neoliberalismo produjeron, entre otros daños, la regresión económica de países que, con gran esfuerzo, habían llegado a un cierto nivel de desarrollo industrial. Se devastó su endeble estructura industrial interna y se debilitó profundamente su competitividad externa. América Latina pasó a depender cada vez más de productos agrícolas en sus pautas exportadoras. La soya es la pop-star, con transgénicos aparejados.
¿Ventajas comparativas? Las políticas externas de nuestros países pasaron a defender el “libre comercio”, para que los productos primarios pudieran valerse de sus “ventajas comparativas” –después de haber desmitificando esa teoría hace medio siglo– en los cobijados mercados de los países centrales del capitalismo. A esto fuimos relegados por las promesas neoliberales de apertura, de modernización, de nuevo empuje del desarrollo.
Pero no estamos condenados a eso, siempre y cuando rescatemos nuestras tesis históricas de que debemos protegernos de la salvaje competitividad de los que son más fuertes –no porque sean más inteligentes o más trabajadores que nosotros, sino por colonizadores, imperialistas y globalizadores–. Ellos se protegen mutuamente, integran sus mercados para competir mejor entre sí y en contra de nosotros. Aprendamos de ellos para resistir mejor frente a ellos.
La Alba es el mejor ejemplo de que eso no sólo es posible, sino indispensable, si queremos un destino soberano y justo para nuestros países. ¿Por qué la más importante fábrica de leche en polvo de Argentina tenía que ser comprada por el mega especulador George Soros, no sólo desnacionalizándose, sino seguramente despidiendo a montón de sus trabajadores y pasando a vivir de exportaciones y no de la venta al mercado interno? El gobierno de Venezuela venció esa tentación: ofreció a la empresa argentina la compra de gran parte de su producción y se mantuvo la propiedad cooperativa de sus accionistas, además de que se transfirió tecnología a Venezuela. Ganó Venezuela, pero ganó Argentina, ganó América Latina.
Ese espíritu comanda a la Alba, comanda al Banco del Sur, comanda al gasoducto continental. El Sur para el Sur, intercambios solidarios y complementarios. Sólo así podremos tener una agricultura produciendo para el mercado interno de consumo popular, sólo así podremos librarnos de la dictadura del “libre comercio”, de la OMC, de la soya transgénica de exportación.