Usted está aquí: domingo 9 de diciembre de 2007 Opinión Visionarios

Ángeles González Gamio
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Visionarios

Como consecuencia del movimiento revolucionario iniciado en 1910, el país atravesó por una serie de cambios económicos, sociales y políticos que, entre otros ámbitos, tuvieron su reflejo en la arquitectura y el urbanismo. El surgimiento de una pujante clase media abrió exitosas posibilidades a la creación de nuevas colonias, que se iban a poblar de un nuevo tipo de construcciones. Ese fue el ambiente en que se desarrollaron el ingeniero José G. de la Lama y el contador Raúl A. Basurto, quienes se asociaron para crear nuevos fraccionamientos, entre los que sobresalen las colonias Hipódromo y Polanco.

La primera se construyó aprovechando la pista del hipódromo, que a principios del siglo XX se edificó en parte de los terrenos de la hacienda de la condesa de Miravalle. El contrato establecía que si algún día se fraccionaba el hipódromo, se tendrían que donar 60 mil metros cuadrados para la construcción de un parque; al surgir la colonia, el cumplimiento de esta cláusula dio origen al Parque México. La segunda se llevó a cabo en los terrenos de la hacienda de los Morales, que había llegado a ser de las más prominentes, con grandes extensiones de tierra; parte de ella había sido el rancho de Polanco.

En estas colonias se desarrollaron varias arquitecturas habitacionales novedosas, que obedecían a una nueva mentalidad. Una de ellas se inspiró en el nacionalismo que derivó del movimiento armado, que se denominó “neocolonial”, que fue una vuelta al barroco, pero que en estas flamantes colonias tuvo otros elementos. En la Hipódromo surgieron casas con detalles platerescos, aleros con tejas, rejas de hierro forjado, recubrimientos de ladrillo aparente, azulejos y adornos pintorescos copiados de una arquitectura que se estaba realizando en California, llamada spanish; ello llevó a que algunos la nombraran “colonial californiano” y otros neobarroco.

Este peculiar estilo alcanzó su extravagante plenitud en Polanco, con enormes mansiones ornamentadas con marcos de cantera en puertas y ventanas, abigarradamente labrados, que en muchas ocasiones eran de cemento, utilizando moldes, lo que permitía copiarlas en construcciones más modestas. Por supuesto, incluían techos de teja, adornos de azulejos y herrería forjada en formas caprichosas.

Estas edificaciones, consideradas por muchos unas aberraciones arquitectónicas, al paso del tiempo se han ganado su lugar y ya cuentan con la protección del Instituto Nacional de Bellas Artes, lo que impide su destrucción, aunque decenas ya fueron demolidas para levantar edificios. Actualmente se les están adaptando a nuevos usos, como restaurantes y boutiques, y son muy codiciadas; ya son parte destacada de la personalidad de la colonia.

Por cierto, estos días Polanco está restrenando el obelisco que se construyó para inaugurar la colonia. En medio de una amplia fuente se yergue la aguja, adelgazándose hasta una altura de 17 metros, y está adornada en dos tramos con placas de azulejos con mascarones de los que brota el agua, y en la base hay grandes conchas con querubines que reciben el agua. El monumento que marca el acceso a la zona se encuentra en el Paseo de la Reforma y la avenida Julio Verne y fue restaurado gracias al auspicio de una empresa privada. Una placa de bronce señala que fue inaugurado en 1938, siendo presidente el general Lázaro Cárdenas, y como responsables en la estructura del fraccionamiento figuran los nombres de los visionarios De la Lama y Basurto.

Hay que reconocer que fueron extraordinarios urbanistas, pues ambas colonias cuentan con calles muy amplias, extensas banquetas jardinadas, generosos parques; un contraste impresionante con nuevos fraccionamientos de supuesto gran lujo, como Santa Fe o Interlomas, que prácticamente no tienen banquetas ni zonas verdes.

La elegante vía con camellón que parte del obelisco, llega directamente al hermoso Parque de los Espejos y a la zona comercial, que conserva el encanto de los viejos barrios, que aquí entremezcla la clásica miscelánea con la tienda gourmet, y las fonditas y taquerías con los restaurantes de postín.

Hace unos meses, un par de jóvenes emprendedores, Jorge Domínguez y Hannan Zanzuri, que tenían ya un diminuto lugar de ricos emparedados y ensaladas, abrieron el restaurante Otto, en la esquina de Julio Verne y Virgilio. Aquí, el igualmente joven chef Israel García Bravo prepara platillos deliciosos y de gran originalidad, como las flores de calabaza rellenas de duxell de champiñones, la ensalada de alcachofas con nuez, manzana y queso de cabra, el salmón al pastor con couscous, la pasta al pomodoro, pero con los jitomates enteros, como en la campiña italiana, o al pesto, con piñones, ajo, crema y queso parmesano que le rallan en la mesa, y de pilón, los precios muy razonables.

 
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